
La mitología nórdica nombró Loki al dios del embuste y la mentira, figura que, por su valor semiótico, bien caracteriza, en este minuto, la andanada de mentiras –ni siquiera medias verdades digeribles– de la vocería del Departamento de Estado de Estados Unidos, encabezada por el jefe Loki, Marco Rubio.
Casi histérico por la ansiedad y descompuesto por la desesperación de llevar ocho meses en su rutilante cargo, y que no se mueva la aguja en su micromundo obsesivo contra Cuba y Venezuela, el Loki humanoide, el tal Rubio, ha ordenado incrementar las campañas sin arraigo en la realidad, para justificar su hostilidad contra esos países.
Retomó otra vez los intentos por cortar la presencia de médicos solidarios cubanos, en estos momentos en 56 países, con énfasis, ahora, en chantajear a gobiernos de África y Granada, extendiendo sus amenazas más allá de las Américas, aunque reiteró el castigo prometido a funcionarios de la ops y del Gobierno brasileño vinculados al programa Más Médicos.
Por su cuenta, Christopher Landau, flamante subsecretario estadounidense, destinó parte de su agitada agenda a denigrar la obra de la Revolución, y a atacar la figura imperecedera del Comandante en Jefe, sin entender que, a diferencia del suyo, el nombre de Fidel jamás será olvidado.
Habló de mitos de la Revolución Cubana. Dijo que el bloqueo no existe y que la popularidad universal de su Líder Histórico o la del Che Guevara son inmerecidas, empleando epítetos irrespetuosos, propios de un pigmeo insolente aludiendo a dos gigantes.
Y explicarle a Landau que el bloqueo sí existe, es como hablarle a una pared de adobe; porque evidentemente el Vicecanciller cree saber más que los 185 países, que, como promedio, año tras año, apoyan a Cuba, en esa ya épica lucha contra la guerra económica emprendida por EE. UU. contra el pueblo caribeño.
Estos esfuerzos, de inocultable retórica injerencista, tienen un viso ideológico, como si el pigmeo de ocasión tuviera la estatura moral para juzgar a otros, y supone un añadido al abanico de ataques cotidianos contra Cuba desde el actual Gobierno estadounidense, complementando las medidas duras y concretas que, dirigidas por el Loki, intentan cortar cualquier ingreso legítimo a la Isla.
En el caso de Venezuela, buscan una casus belli, es decir, un argumento, aunque sea estrafalario, para derrocar por la fuerza al Gobierno absolutamente legítimo de ese país.
Como parte de la puesta en escena, acusan al presidente Nicolás Maduro de líder de varios carteles, elevando el precio por su captura. Como parte de la farsa, afirman que le confiscaron 700 millones de dólares en mansiones, aviones, perros y gatos, todos inexistentes.
En un papel inusualmente protagónico, el Loki involucró, incluso, a la fiscal general, Pamela Bondi, quien se encargó oficialmente de las acusaciones delirantes contra el líder chavista. Probablemente la desviaron, convenientemente, de sus esfuerzos por encontrar el mal llevado y traído listado de amigos pedófilos de Jeffrey Epstein.
El Loki también metió en su plan al Pentágono, que desplegó, al terminar la semana, una flotilla en zafarrancho amenazador en el sur del Caribe, con implicaciones muy peligrosas, en un contexto en el que algunos poderosos no creen ya necesario justificar cualquier agresión, de lo que da fe el genocidio en Gaza.
Esta exhibición de fuerza a países latinoamericanos y, sobre todo, a la propia Venezuela, muy probablemente forma parte de un plan más abarcador que incluía un evento violento –«interno» dirían–, procurando generar algún tipo de caos en Caracas.
Como se sabe, esa parte del plan se frustró, y las autoridades capturaron a terroristas que disponían de tantos explosivos como para volar en pedazos la mitad de esa ciudad.
Buscando abarcar el mayor territorio continental posible, el Loki, auxiliado por Bondi, amplió el espacio objeto de su peculiar lucha contra el narcotráfico, quizá para volverlo más dramático, involucrando en sus cuestionamientos a países como Guatemala, México y Honduras. Aquello de consolidar las buenas relaciones con los vecinos quedará para otro momento, piensa íntimamente.
Respecto a Honduras, donde está en pleno desarrollo un proceso electoral, las autoridades locales también tuvieron que lidiar con planes terroristas descubiertos recientemente, incluido asesinar al expresidente Manuel Zelaya, que responde, de paso, a la frustración que les dejó no haberlo concretado en 2009, cuando en julio de ese año le dieron el conocido golpe de Estado.
Estos intentos de acelerar «cambios de régimen» necesitan un argumento que garantice plena y públicamente el apoyo de Trump, en este caso, a una amenaza creíble a la seguridad nacional de Estados Unidos, justo de lo que adolece todo el relato.
Rubio no debe obviar la promesa que hizo Trump, en su última visita a Arabia Saudita, de que EE. UU. abandonaría esa tradicional política, máxime ahora que, además, aspira a un premio Nobel de la Paz, y porque se dice que presta oídos a su base maga (Make America Great Again), en cuanto a no meter al país en cualquier nuevo conflicto que se genere en el mundo.
La frustración es el peor estado para tomar decisiones acertadas: siempre salen mal, pero Loki aprecia, y con razón, que cada vez le va peor.
Como si no fuera suficiente su desencajado papel en la Administración Trump, ahora la encuestadora Gallup, de reconocido mérito, publicó que el Secretario de Estado tiene menos 16 puntos porcentuales de popularidad en EE. UU., 31 a favor y 47 en contra, acompañando en esta deriva al propio Presidente aspirante al Nobel, con parecidos guarismos.
Inciden en este despeñadero, que el Loki tiene un anodino papel en el Gobierno, a pesar de detentar un enorme poder nominal. También suele hacer lo contrario de lo que prometió o defendió en algún momento de su vida senatorial, y cosecha un creciente rechazo de las comunidades latinas de la Florida, otrora su base electoral, por su ineludible apoyo a la «guerra interna» contra los migrantes.
Volviendo a temas mitológicos, el nombre de Marco proviene de Marcus, en latín, relacionado con Marte, el dios romano de la guerra. De ahí, probablemente, Loki o Marco Rubio defienda el principio, política y moralmente inaceptable, de lograr la paz mediante la fuerza.
Pero Loki, o como quiera renombrarse, debe tener muy claro que hoy América Latina se parece mucho más que nunca a la que aspiraron Bolívar, Martí o el propio Fidel, padre contemporáneo del prometedor proceso integracionista de Nuestra América, quien mostró meridiana claridad sobre los asuntos que aquí se tratan.
El 26 de julio de 1962, el Líder Histórico de la Revolución afirmó: «No podemos dormirnos, no podemos confiarnos, no podemos bajar la guardia. El enemigo no duerme, el enemigo no descansa, el enemigo no perdona».
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