Con los abogados no se puede hablar mucho de esto, porque te sacan el sable de lo legal, como en esas pruebas teóricas para manejar un carro, en las que, tras leer la situación problémica, tienes que decir cuántas infracciones cometió el vehículo de marras.
Pero la «luchita», en todos los sentidos probables y posibles de la palabra, dentro y fuera de Cuba, en el liberador de lo cotidiano y en el de lo etéreo, se va por encima de muchas convenciones.
Pasó hace unos años, me cuentan, a más de 6 000 kilómetros al sur de La Habana y, antes que eso, por supuesto, en La Habana. Era un día de movilización por Palestina y había un paquete dando vueltas entre las gentes, todavía sin salir del bolso.
El paquete en cuestión había estado, como mínimo, unas diez horas en el aire. El compañero encargado de «la misión» se pudo colar por los escondrijos de la capital de la Mayor de las Antillas en busca de la mercancía… hasta que la encontró a precio de cochino enfermo.
Al día de hoy nadie recuerda exactamente si costó uno o dos dólares, o si eran Relobas de bodega, que cuando aquello se encontraban fácil, o Cohíbas o Montecristos o alguna de las marcas caras que, a ratos, salen por la puerta trasera de determinada fábrica, con la tarifa macheteada.
El compañero estaba en Cuba. Tenía que encontrar tabaco y encontró tabaco. No pregunten, una década después, cómo fue aquello, pero lo encontró y pagó por él la ya metaforizada baratija.
Después fue lo de cualquier preparativo para un viaje de regreso: armar la maleta lo más inteligentemente posible, con el mazo de tabacos puesto en alguna parte, donde no se dé el golpe que prometen los estibadores de aeropuerto, donde la persona de los rayos x se lo piense dos veces antes de mandar a abrir para ver qué traes, y donde a las aduanas de doquier no les pique mucho la curiosidad.
¡Tabacos de Cuba! ¡Tabacos de Cuba! Nadie iba a preguntar en qué tienda de la marca registrada no habían sido comprados. Nadie iba a averiguar en cuántos solares de La Habana habían sido recluidos antes de «la operación» ni cuántas leyes se habrían roto.
¡Tabacos de Cuba! ¡Tabacos de Cuba! Sonaba en la cabeza del elegido para la tarea, que aterrizaba victorioso en el Cono Sur, como mismo sonaría más tarde en la boca de quienes los vieron, los tocaron y los… un poco más.
Entonces se entregó el paquete. Era un día de esos buenos, en los que la gente se organiza y se concentra y grita por las cosas buenas que aún no son; y contra las terribles que, a veces, resultan hasta legales.
Cuando el muchacho abrió el paquete y vio lo que traía, de inmediato pensó en cuánto le gustaban a su padre, y se dijo para sus adentros también que no sería la fecha para el regalo en casa.
Ahí se puso a cazar con la vista a los de siempre, a los de confianza, y dividió entre 25 o entre 50, quién se acuerda ya, la misión de vender un tabaco cubano, cada cual, en medio de la protesta, bien caro, a precio de cochino en pie.
Ese día, con el contrabando cubano, se financió un movimiento de solidaridad con Palestina, a más de
6 000 kilómetros de La Habana y a unos 13 000 de la Franja de Gaza.
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Santiaho Laborde Ganzo dijo:
1
21 de julio de 2025
05:07:20
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