ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Un pálido y cínico secretario de Estado y un maquillado y escénico Presidente, ambos estadounidenses, están conduciendo al mundo a un verdadero campo de concentración, lleno de emigrantes y de reos de políticas fascistas: «o yo, o nadie», bajo un esquema fundamentalista de «un Estados Unidos más grande».

Este lunes Donald Trump dio otro ejemplo de su estilo asfixiante y de improvisación permanente en temas tan peligrosos como el de las armas, la guerra, y las constantes amenazas.

Junto al secretario general de la OTAN, de visita en Washington, el magnate republicano se «lanzó de cabeza» contra Rusia y su presidente Vladímir Putin, y decidió seguir enviando medios de guerra a Ucrania, incluidas armas ofensivas de gran alcance, que, según él, serán pagados por países de la Unión Europea, lo que fue calificado por Moscú como una acción que cruza la línea roja de su territorio.

Trump, por si fuera poco, también vociferó que impondrá aranceles de un 100 % y otros adicionales si Rusia no concluye la guerra en 50 días.

El Presidente estadounidense es tan incoherente en su política que parece olvidar que se dirige contra Rusia, con una población y unas fuerzas armadas que marchan juntos; y que Putin ha dado sobradas muestras de ser un estratega militar y político de su nación.    

Estados Unidos desarrolla, en los últimos años, una política caótica cuando su voz se hace ley suprema y el mundo ha sido despojado de sus derechos; «tarea» en la que vale todo: cazar emigrantes, cerrar becas para estudiantes extranjeros, imponer altos aranceles al resto de las economías, suspender la entrada a EE. UU. de mandatarios, funcionarios, maestros, científicos, deportistas, artistas, etc.

Trump y sus compinches olvidan que en la nación norteña radican organismos internacionales –la ONU en primer lugar–, y centros científicos o empresas productivas que quieren intercambiar con sus pares cubanos, latinoamericanos o de algún otro país sancionado por ser soberano.

Desde que se fundó la ONU, en 1945, los Estados miembros se comprometieron a mantener la paz y la seguridad internacional, fomentar la cooperación, el progreso social, la mejora del nivel de vida y los derechos humanos. Sin embargo, el país anfitrión ha hecho todo lo contrario, ha llevado a la incredibilidad a una institución tan necesaria.

Las preguntas son muchas y sus respuestas conducen a una urgencia impostergable: es tiempo de imponer la dignidad ante un escenario internacional de bravuconerías, odio, amenazas y maltratos. Y esa dignidad nunca será patrimonio de indecisos, cobardes, o promotores de la división y el entreguismo.

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