No pasa nada, o casi nada, se piensa, cuando en Instagram van apareciendo los reels sobre el Mundial de Clubes. Y es que uno se pellizca para no ponerse impertinente, menos ahora, cuando América Latina le va dando una lección a Europa.
La soberbia europea, si de fútbol y otras cosas trata, se pesa en toneladas. Cuando se va a las selecciones la pelea es distinta, porque el robo de piernas y de pulmones resulta mucho menor; con América, hay que especificar, porque con África el robo nunca para.
Pero que los equipos sudamericanos, los de las ligas de acá abajo, anden por estos días repartiendo nalgadas a quienes ya ustedes saben… dice mucho.
Y es que no son solo los «equipos sudamericanos y los de acá abajo»; se trata de ligas deportivas mutiladas por la geopolítica del deporte, cuyos pueblos, para ver y disfrutar de primera mano -en la grada, donde se huele la hierba y se escucha el crujido de la patada- a los mayores talentos que pare, tienen que ser estos muy tiernecitos de la mata o ya, años después, ángeles caídos, a los que normalmente apenas les queda el nombre, la cara con arrugas y algo de fuerzas para cruzar tres veces el terreno sin desmayarse.
En el mejor de los casos, por supuesto. Los nuevos ricos del fútbol, sin tradición, pero con mucho dinero (Arabia, Asia, Estados Unidos), ya han entrado en la batalla para acoger a estrellas en picada que les levanten el nombre.
Quizá por eso en América Latina -y en África, aunque nadie se entere- se juega tan rabiosamente al fútbol, tan de a vísceras. Es una mezcla rara y contradictoria, que pulula entre el «mírenme y llévenme a la gran escena» y lo cerca que queda el fango en el que se nace de la portería, o lo similar del grito de la grada al del barrio, o lo roñoso del «te fuiste y me quedé».
Con el beisbol ocurre exactamente lo mismo, aunque el esquema, más que Europa-Sudamérica, se muestra en la relación Estados Unidos-Caribe. Dominicanos, puertorriqueños, venezolanos, mexicanos y, durante los últimos diez años, cubanos también, no tenemos derecho a ver en nuestros estadios a nuestros mejores.
Y ya no es ni siquiera el debate entre el profesionalismo o lo amateur. Se trata de que el mundo, en estos instantes, está organizado de una manera en la que weones de Chile, boludos de Uruguay, os meus brasileños, parceros colombianos, chamos de Venezuela, aseres de Cuba, tigueres dominicanos, panas de Puertorro… no tenemos DE-RE-CHO a llorar o reír o encabronarnos todas las semanas con los mejores de los nuestros en las gradas nuestras.
Ni los pelotudos de Argentina, ¡che!, que son campeones mundiales, han podido ver en sus terrenos cómo se va apagando de a poco la magia de Messi, por culpa del Inter de Miami.
Por eso es tan tremendo que en estos días el Botafogo le gane al PSG, y que el Flamengo también golee al Chelsea y que Boca haga sufrir a Bayern; qué bueno que el mundo vea hoy los goles que todos los días se sepultan bajo los titulares de las ligas de Europa.
PD: El mundial de clubes se está celebrando en EE. UU., que hace unas semanas tenía sitiado Los Ángeles y el sábado bombardeó a Irán. Por suerte el deporte no tiene nada que ver con la política (allí y solo allí).
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