ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Cuando la hipocresía es una manera cotidiana de ser, te va empozoñando el cuerpo como el arsénico, hasta que llega a un punto en el que una gota más puede matarte. Así dicen que los hombres de Wellington mataron al emperador Napoleón Bonaparte, después de desterrarlo por segunda vez a una isla remota.

Llegado a ese punto de ruptura, si ha de preservarse el cuerpo, entonces por necesidad se da un paso atrás para hacer posible el proceso de desintoxicación.

  En el caso de la hipocresía, tal procedimiento implica dejar que tu otro yo asuma las riendas de tu intelecto, y muestre esa otra cara roma cuya brutal sinceridad lo hace hacer y decir lo que la previa personalidad no se atrevía bajo circunstancia alguna. Se trata, por supuesto, de la reedición cíclica del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

Quizá esa fábula ayude a entender el comportamiento esquizofrénico del imperialismo norteamericano y su alternancia entre el burro y el elefante, es decir, entre demócratas y republicanos.

Se puede sospechar que en la referencia zoológica se esconde otra fábula, tal vez con algún puente consciente a Esopo. Pero no seamos tan densos, so pena de darle altura intelectual a lo que probablemente solo sea mediocridad sistémica, en este caso no solo del burro, sino también del paquidermo.

Vayamos directo al grano. El confiscador en jefe, que amenaza con confiscarle las tierras originales a los palestinos, sanciona a Sudáfrica porque, supuestamente, una ley aprobada amenaza con la expropiación a los blancos que impusieron su hegemonía de propiedad sobre la tierra a sangre y fuego, despojando de toda posibilidad similar a la mayoría negra nativa. Le llamaron apartheid, y ahora el Presidente de Estados Unidos considera improcedente que se haga el intento de arreglar la injusticia económica que acompañaba, y en definitiva era causa del oprobioso régimen.

Mientras, le preocupa que a los descendientes de los colonizadores les quiten lo que sus abuelos y padres les quitaron a los negros. Pero el emperador empresario no ve contradicción alguna en que eso lo irrite y manifieste su derecho a quitarle la tierra palestina a su mártir pueblo, sin que medie ley alguna.

Claro que la hay, me refiero a la contradicción, pero los colonizadores tienen la manía de no ver lo obvio cuando va en contra de sus intereses. Le llaman un orden basado en reglas, cuando en realidad hay solo una, mi abuela le llamaba la regla del embudo, y la parte ancha siempre apunta al que la hace. Pero no afeemos los despojos con palabras romas, démosle el maquillaje que la haga tolerable para el gran público, y digamos que hay una regla que permite despojar a los palestinos a contrapelo de cualquier mínimo de justicia; y sin sonrojarnos afirmemos a continuación que hay otra regla que prohibe que los negros humillados por siglos, no puedan reclamar las tierras que a sus padres les fuera arrebatada, mientras los asesinaban.

Aclaremos que hay un precedente, a Zinbawe lo sancionaron por una ley similar. El sancionador fue el Occidente asumido, es decir, los que asumen que son la voz de todo el mundo occidental por la gracia divina de  la otan. Las sanciones aún persisten hasta el día de hoy, aunque ya no se hable de ello. Ya sabemos que hay cosas impúdicas que no por presentes deben ser ventiladas públicamente; la moralina nos viene de la época victoriana, esa misma a la que hacía referencia la obra de Stevenson que mencionamos al final del primer párrafo.

Pero vale la pena aclarar algo. Por más que la alternancia entre hipocresía y sinceridad violenta parezca un ir y venir infinito, como el caminar por una cinta de moebius, en realidad tal andar bipolar es desgastante: el andante va perdiendo irremediablemente el vigor de la marcha.

A esa pérdida contribuye la evidente realidad de que con esa trayectoria no se llega a nada nuevo, salvo regresar al mismo orden de cosas. Y la gente de las que abusa en el camino termina cansándose, y tarde o temprano terminan uniéndose para romper la cinta, justo en el punto en el que despeñarse, al abusador se le hace inevitable. El resto, con amor, trabaja porque se le hace tarde.

Ya sabía yo que aquí había escondida, en algún lugar, una fábula militante.

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