La nueva era presidencial pone a EE. UU. ante el desafío de un aumento posible en la discriminación. En su segundo mandato, Donald Trump no parece querer abandonar su vocación despectiva hacia la comunidad afroamericana, traducida en un aumento de la polarización política y el resurgimiento de discursos racistas.
Por suerte, en ese país el arte ha sido un abanderado en la defensa de las minorías, lo que demostró el rapero Kendrick Lamar, el 9 de febrero, en lo que pareció el retorno a los escenarios de la bandera antes levantada por artistas como Langston Hughes, James Baldwin, Nina Simone y hasta Beyoncé.
Durante la final de la National Football League (NFL), también conocido como la Super Bowl, en su LIX edición, con sede en el Caesars Superdome de Nueva Orleans, Lamar recordó a su país que todos forman parte de él, aunque el sistema insista en ningunear a una gran parte, históricamente más expuesta a la desigualdad, discriminación y exclusión.
El espectáculo de medio tiempo de este evento, más famoso por su denominación en inglés de «Halftime Show», se ha convertido en una marca registrada. A pesar de que en el mundo existen competencias deportivas más grandes, como el Mundial de Fútbol, de la FIFA, o los Juegos Olímpicos, ningún performance musical equipara en alcance y relevancia al show del Super Bowl, antes protagonizado por estrellas como Michael Jackson, Paul McCartney y Beyoncé.
Este año, el elegido para entretener al público durante los 15 minutos intermedios de la final de la NFL fue: Kendrick Lamar, quien llegó al show en el mejor momento de su carrera, tras ser merecedor de cinco Premios Grammy, debido al enorme éxito que tuvo su cación Not Like Us, resultado del enfrentamiento de larga data entre Lamar y el rapero Drake.
Lo acompañaron en escena otros artistas, como el actor Samuel L. Jackson la cantante SZA y la tenista Serena Williams.
El show de Lamar contuvo simbolismos, mensajes ocultos y una declaración social muy significativa para la cultura afroamericana, en franca crítica hacia el sistema político norteamericano.
La frase «la revolución está a punto de ser televisada», dio inicio a la presentación, que incluyó una fragmentación de la bandera estadounidense conformada por bailarines negros en alusión a la profunda división social y política existente en EE. UU..
Jackson interpretó en el show al Tío Sam, quien advertía a Lamar de que América ama lo «tranquilo», lo «cool» y repudia el estilo «getto», lo que deja en evidencia la superficialidad e hipocresía de la industria artística del país.
La escenografía apoyó el comunicado político del artista, quien se movió sobre el diseño de «tablero de juego», con símbolos de PlayStation y una ambientación que recreó el aspecto de las calles en las que muchos raperos han crecido.
El espectáculo de medio tiempo tuvo, según datos de Statista, más de 133 millones de espectadores, lo que lo convirtió en el más visto de la historia.
Con su presentación, además de hacer una fuerte crítica, Kendrick Lamar reivindicó el lugar del hip hop en la cultura estadounidense y recordó que la cultura afroamericana es parte fundamental de los cimientos de una nación que, con cada discurso trumpista en contra de las minorías, la reniega.
Más que un show, hizo una declaración.
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