ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Siempre que escucho el tema del disco de Carlos Valera, Monedas al aire, cuyo título da nombre a este trabajo, me pregunto qué color debimos haber puesto en el mapa al neoliberalismo, cuando el muro de Berlín derribado entre vítores, canciones y golpes de pecho, anunciaba la desaparición del rojo de la paleta mundial.

Era una puñalada simbólica, que no por trapera dejaba de tener visos de una verdad cantada por jóvenes de todo el mundo.

Por extraños caminos, aquellos gritos y cantos, aquellas lágrimas de felicidad transportaban a otras voces y otros reclamos del pasado: ¡Vivan las cadenas!, parecían clamar unos y otros desde las ruinas del muro.

Con los años aquel grito, lanzado desde los cascajos tendidos como lápidas, se fue semejando cada vez más al grito de Munch.

Muchos de los que acudieron al entierro del socialismo y al «fin de la historia», pocos años después vieron, sorprendidos, cómo el viejo fantasma, al que tanto temían, brotaba erguido de los panteones de piedra donde lo habían querido encerrar y marchaba por las calles de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina y Brasil.

Sin embargo, faltaba mucho por hacer y, de trampa en trampa, lograron regresar los cultores de la metafísica del mercado, que se mostraban en toda su gloria en Chile y Perú.

El neoliberalismo se convirtió en paradigma de discursos, apuestas y planes futuros para América Latina.

La verdad es que no tenían nada que ofrecer, al menos nada nuevo. La religión del mercado es la religión de las desigualdades crecientes entre quienes concurren a este, y la nueva forma de ser del capitalismo que solo brinda a los pueblos, hambre, miseria y desesperanza.

Hay que comprender que, cuando hablamos del neoliberalismo, no estamos aludiendo solo a una concepción de la economía, nos referimos también a una ideología coherente, con su sistema de valores bien establecidos, que convierte a los seres humanos en piltrafas que luchan por la subsistencia, divididos en «ganadores» y «perdedores», por designio divino del dios mercado.

Adláteres, teólogos y sofistas del neoliberalismo cantaban sus aleluyas cuando comenzaron a romperse las vidrieras del sistema en América Latina.

Jóvenes estudiantes chilenos en octubre de 2019, que protestaban en el metro de Santiago de Chile contra el precio de los pasajes, despertaron con su llamado a todo un pueblo. La vitrina por excelencia del neoliberalismo, construida sobre el dolor y la muerte, caía en pedazos.

Tras las bambalinas y la escenografía del triunfo se mostró al mundo el verdadero rostro del sistema, la desigualdad, la pobreza para las mayorías, la privatización hasta de los sueños, la explotación, la represión.

La utopía neoliberal tenía logo y era fabricada por una transnacional yanqui. Apenas un año después, en Perú, el presidente Martín Vizcarra se vio forzado a dejar el poder tras perder un juicio político en el Congreso.

El día 9 de noviembre comenzaron las protestas frente al palacio legislativo, que se prolongaron y ampliaron los siguientes días y se extendieron por todo país, más allá de Lima, alcanzando ciudades como Cuzco, Trujillo, Arequipa, Iquitos y otras. 

Durante las marchas, algunas pancartas exhibidas por los jóvenes expresaban los siguientes mensajes: «¡Que se vayan todos! ¡Nueva Constitución ahora!» o «¡No es por ti Vizcarra, es por nosotros!».

La corrupción político-administrativa, la desnutrición, la falta de acceso a la salud, la incapacidad demostrada para enfrentar la crisis provocada por la COVID-19, son botones de muestra del «éxito» pregonado por el modelo peruano.

La barca del neoliberalismo, con su carga de pobreza y desdicha hace aguas. Todo parece indicar que el matiz inexpresivo y frío, que tomaron algunas regiones del mapamundi en los 90 del pasado siglo, desaparecerá poco a poco.

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