Beijing se parece a la ciudad del futuro. Las primeras luces del día en este lado del mundo -que vive 12 horas por delante de la Isla- tropiezan primero con los rascacielos de la urbe. En días de poca contaminación, es un espectáculo de luces amarillas reflejadas en los cristales de la jungla de edificios que se asoma frente a la ventana de cualquier vecino del distrito Chaoyang, ubicado en el corazón de la capital del país más poblado del mundo.
Entre el vértigo de la arquitectura hay espacio para recordar a La Habana. Cada mañana, como en la Isla, los parques se llenan de personas de todas las edades, para aprovechar el sol en días de frío, o el fresco en el calor; pasear a sus mascotas, jugar a las cartas, comprar frutas o golosinas a los vendedores callejeros que se acomodan en los alrededores, o ejercitarse con el tradicional Tai chi, arte marcial que hoy muchos cubanos practican, principalmente en la tercera edad.
Aunque hay similitudes entre la Isla y Beijing, se echan mucho de menos los colores del Caribe, y el olor a mar. Los tonos de esta ciudad son mayormente grises. El smock provocado por la contaminación de las industrias cercanas, hace que pocas veces, luego del amanecer, se vea el azul del cielo, o el sol.
Pareciera que la urbe flota dentro de una nube espesa.
Pero otras cosas seducen de Beijing: el metro, siempre puntual, que conecta en pocos minutos cada extremo de la ciudad de más de 24 millones de habitantes –más del doble de las que habitan en toda Cuba–; los olores y sabores y variedad de su comida, a pesar de ser tan diferentes al de la cocina cubana; la manera en la que conviven los rascacielos con las pagodas de los tiempos imperiales, de hace 5 000 años, patrón que sigue con cierta fidelidad la arquitectura del Barrio Chino habanero, en las espaldas del Capitolio.
El espíritu laborioso y noble de su gente llamaron la atención de Fidel en 1995 y 24 años más tarde, estos rasgos continúan intactos. Se les ve siempre en alguna actividad: sobre andamios, regando los árboles sobre equipos preparados para ello, cuando ha faltado mucho la lluvia, cargando cemento en los alrededores de un edificio en construcción...
«Puedo apreciar que China es el país del siglo XXI, es el país del futuro, con su potencial humano, sus recursos naturales, científicos, el talento de sus hijos. Creo que en el siglo XXI China va a ser el gigante que despierta», contó Fidel a la prensa en aquella ocasión. Y así ha sido.
Nada es tan importante para el pueblo chino como su historia y tradiciones milenarias; y el Festival Qingming o Día de Barrer las Tumbas, celebrado cada 5 de abril es muestra de ello. Esta fiesta nacional recuerda mucho al Día de Muertos en México. Millones de chinos visitan los cementerios del país para rendir tributo a sus antepasados.
Ese día limpian las tumbas y las adornan con flores, hacen ofrendas de comida o de dinero con billetes ficticios creados para la ocasión que se queman junto a las tumbas para que lleguen al más allá. Importa el héroe legendario y el antepasado más humilde de una familia.
Babaoshang, antiguo templo transformado en cementerio luego de que el Imperio se convirtiera en República, al oeste de Beijing, se desbordó de flores ese día. Hay tal variedad y colorido en el desfile, que los tulipanes, peonías, orquídeas y crisantemos parecen salidas de la paleta de un pintor. El país del futuro es también una nación que no olvida, y es esta quizás la clave, el yin y el yan del poderío chino.
Si hace 5 000 años su pueblo descubrió la brújula, el papel, la seda, la porcelana..., hoy sigue la estela de otra importante transformación. En un cuarto de siglo se convirtió en la segunda economía del planeta, y es un referente para el mundo en el desarrollo de la inteligencia artificial, la exploración espacial, la invención de iniciativas que permitan frenar la contaminación del medioambiente.
Beijing sorprende a primera vista, pero es imprescindible bajar de los rascacielos a las catacumbas de los antepasados chinos para entender por qué en esta ciudad, ubicada desde el prisma habanero en la cara oculta de la luna, hasta el más humilde de sus habitantes habla con optimismo del futuro.
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