ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Murad trata de concientizar al mundo sobre lo que pasa con su gente. Foto: Patrick Seeger/EPA

«Mi dolor es como cien muertes». Sentenciaba con tristeza una muchacha de 14 años a bbc Mundo, luego de vivir una experiencia tan traumática como la de ser esclava sexual.
Mis palabras no encuentran la manera de expresar en prosa tanto dolor. Su frase, sin embargo, me recuerda que su historia se multiplica en otras, para vergüenza de la humanidad.
Nadia Murad obtuvo el premio Nobel de la Paz 2018 y entiende muy bien el pesar de la citada joven. El reconocimiento es un honor sin duda alguna, pero esta mujer carga la cruz de haber sido esclava sexual del grupo terrorista Estado Islámico (ei). Desde entonces, su lucha no cesa, y recorre el mundo como activista contra las violaciones de mujeres en contextos de guerra.
Al recoger el galardón recordaba que «miles de mujeres siguen recluidas en manos de mercenarios del ei», por esta razón, «mi supervivencia se basa en defender los derechos de las comunidades perseguidas y a las víctimas de violencia sexual. Un solo premio y una sola persona no pueden lograrlo. Necesitamos una respuesta internacional», declaró al diario español El País.
Murad es parte del yazidismo, una religión minoritaria que se remonta al año 2000 a.c. y que tiene sus orígenes en las enseñanzas del profeta y reformador iraní Zoroastro.
Este grupo dentro de Irak ha sido perseguido y sus miembros obligados a convertirse al Islam, o morir a manos de los terroristas.
Fue a partir del año 2014, cuando el Estado Islámico inició el exterminio contra los yazidíes y los chiíes, usando contra ellos todo tipo de vejámenes.

El comienzo del fin
La pesadilla de Nadia comenzó en un día normal, en ese lugar al que llamaba su hogar, cuando los terroristas del ei llegaron a su aldea en Irak y asesinaron a la mayoría de los hombres mientras que las mujeres menores de 45 años fueron secuestradas, confesó a la bbc.
Murad corrió con la misma suerte que la casi totalidad de estas jóvenes. Ya estaban en manos de los terroristas y en las noches comenzaba la venta de las muchachas entre los terroristas del ei, la mayoría para ser esclavizadas sexualmente. Esta práctica inhumana forma parte de la propaganda para atraer más adeptos a esta organización.
«Comenzaron a pasearse por la habitación, mirándonos, mientras nosotras gritábamos y les pedíamos compasión. Rodeaban a las jóvenes más bonitas y les preguntaban: ¿Cuántos años tienes? Les miraban la boca y el pelo. ¿Son todas vírgenes, verdad? le preguntaron al guardia, que asintió y dijo: ¡Por supuesto!, como un comerciante orgulloso de sus productos», rememora con tristeza Murad para la publicación El Diario.
Luego de vivir duras experiencias, logró huir de sus captores y comenzó una lucha sin descanso, a riesgo de su propia seguridad.
Esta batalla, tal y como repite en cada una de sus intervenciones, no cesará hasta lograr la creación de un tribunal especializado que juzgue a los responsables de los crímenes cometidos por los terroristas en Siria e Irak.

Su misión: la libertad de un pueblo
Murad trata de concientizar al mundo sobre lo que pasa con su gente. Cuenta su historia una y otra vez. Hace todo lo posible porque su
experiencia no sea vivida por otra adolescente o niña, ni en Irak ni en ninguna otra parte del mundo.
El autoproclamado Estado Islámico ha destrozado la vida de unas 3 000 niñas y mujeres yazidíes, según datos del diario El País. Violadas, encerradas y vendidas como simples objetos tratan de recuperar sus almas cuando logran escapar de sus secuestradores.
Yo seré la última. Historia de mi cautiverio y mi lucha contra el Estado Islámico es un libro escrito por Murad como testimonio de sus vivencias. De esta manera, pretende llegar a un mayor público y hacer conciencia.
Ha viajado a diferentes países con el objetivo de entrevistarse con los dirigentes de esas naciones, sin embargo, la respuesta no ha sido la esperada y mientras los líderes mundiales toman una decisión, todavía quedan niñas y mujeres secuestradas.
Nadia ha exhortado a la comunidad internacional a «trabajar juntos con determinación para demostrar que las campañas genocidas no solamente fracasarán, sino que además supondrán la rendición de cuentas de sus perpetradores y que también habrá justicia para los supervivientes».
Pero el mundo se hace ciego ante estos problemas, quizá porque existen otros que se consideran «más importantes», como las crisis económicas o los conflictos políticos entre grandes potencias mundiales. Mientras, las guerras, la violencia y los dolores que estas causan continúan esperando por el esfuerzo común, por la sensibilidad humana, para que historias como las de Nadia y las miles de muchachas convertidas en esclavas sexuales no se repitan y nunca más tengamos que escuchar: «Le pido al mundo que haga algo por nosotros».

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Miguel Angel dijo:

1

24 de octubre de 2018

07:30:01


Horripilante historia, insólita cuando se cuenta en pleno siglo XXI. Una culpa más para los creadores, a su imagen y semejanza, de tales grupos terroristas, con perversos fines hegemónicos, generando muerte, luto, dolor y sufrimiento a millones de personas en el planeta, como la relatada por Nadia Murad. Ojalá su clamor llegue a millones de oídos receptivos para poder juntos combatir y exterminar este flagelo.