NUEVA YORK.–La casa de las Naciones del mundo, al menos en papeles y declaraciones, está en la Gran Manzana. Justo allí, en el distrito de Manhattan, donde la opulencia hiere con solo levantar la vista.
La ONU parece escoltada por rascacielos infinitos; entre ellos, casi en sus narices se levanta, negra e imponente, una torre con nombre de magnate, el mismo que usa el mármol verde de su podio respetable para colgar la fábrica de todas sus mentiras.
En medio de tamaña frialdad, un equipo de prensa cubano que trae a la Isla en el corazón como alma salvadora busca por acá sus propios ecos: ya sea en un cartel, un gesto cercano, una estatua martiana, una frase al vuelo de alguien que camina por alguna calle, un saludo o una puerta que se abre con desbordada amabilidad porque nuestra credencial dice, sencillamente, Cuba.

En medio de una avenida apretada por el tráfico descontrolado de estos días de jefes de Estado en la ONU, un policía tocó en la ventana del auto en que viajábamos. Con el pensamiento de que «algo malo hicimos», el chofer bajó la ventanilla a la espera del regaño «in english».
Qué sorpresa tremenda cuando el muchacho vestido de rudo oficial confesó su amor por Cuba, porque sus padres habían nacido en la Isla bella y aún desconocida para él. Había visto el papel con la bandera de la estrella solitaria en el cristal delantero del vehículo y no dudó en abordarnos, incluso en medio del ajetreo de tantos carros en apuro.

Nueva York no ha sido fría para los cubanos por estos días. Hay una vida gélida a la vista, pero como escribió una colega, detrás de las piedras de esta ciudad, otra calidez humana abunda.
Por eso no es de extrañar que el Presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quien ha traído hasta acá el legado de sus héroes y tantísimas verdades a cuestas, reciba muestras de cariño por doquier y no más poner punto final a su discurso de ayer en el Debate General en la ONU decenas de personas fueron a tenderle una mano y alentarlo en la tarea tremenda y honrosa que asumió en abril pasado.

Cuba no es solo un país y mucho menos una isla. La indiferencia no es palabra para ella, se le ama con intensidad, aunque algunos le odien. Pero como su mano noble ha tocado almas en cualquier confín, abundan en torres de Babel como la ONU o la mismísima Nueva York los abrazos de bien.















COMENTAR
Responder comentario