Le preguntan «¿olvida algo?». Y el emigrante responde «¡ojalá!», en el minicuento más corto del mundo. Esa sola palabra basta para expresar el espíritu de las migraciones, un fenómeno de alcance global que, según titulares teñidos de rojo, le costó la vida al menos a 18 500 personas en los últimos tres años. Solo al cierre del apenas finalizado 2016, las estadísticas de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) reportaron 7 495 víctimas. En otras palabras, el 40,5 % de las muertes del trienio ocurrieron el pasado año, marcado desde sus inicios por olas migratorias provenientes, entre otros lugares, de África.
Un reporte de la Agencia Europea de la Guardia Fronteriza y Costera (Frontex), indicó que el número total de migrantes que llegaron a Europa por mar en el 2016 bajó cerca de dos tercios en comparación con el 2015, cuando más de un millón de migrantes entraron a la Unión Europea (UE). Este es uno de los destinos más atractivos para ciudadanos del resto de los continentes y regiones, en especial para los africanos, asiáticos y habitantes del Oriente Medio, debido a su cercanía geográfica.
Sin embargo, más allá de la disminución del flujo migratorio, esta contabilización de 354 000 migrantes hacia Europa en el 2016, habla del recrudecimiento de los controles fronterizos, así como de los acuerdos intercontinentales para evitar la entrada de migrantes, en lugar de trabajar, de conjunto con los organismos internacionales, directamente sobre las causas de lo que se ha convertido, incluso, en un problema de estabilidad nacional para los países receptores.
La pregunta debería ser cómo atenuar en los países africanos emisores, las situaciones adversas que se canalizan a través de la migración, y no, cómo contener los índices migratorios internacionales, porque esta última pregunta casi siempre se responde con medidas retrógradas como por ejemplo el anuncio, desde Estados Unidos, de la posible construcción de un muro antinmigrantes. Una medida similar ha sido adoptada por el gobierno húngaro, que desde octubre pasado informó sobre la construcción de una valla de alta tecnología en la frontera sur para tratar de frenar la migración irregular. Esto, de seguro, controlaría la «fiebre migratoria», pero jamás el «catarro», provocado por múltiples agentes del entorno.
Mientras este absurdo muro permanece en el terreno de las peligrosas utopías, la realidad es que muchos emigrantes, ahora con estatus de refugiados, están muriendo por el frío en Grecia y otros países europeos, debido a la afluencia de una masa de aire polar que estuvo a punto de acabar, igualmente, con la vida de 19 migrantes en Baviera. Al estatus de refugiado, en estos casos, lo sigue el de cadáver. De acuerdo con el reporte de la OIM citado, la mayoría de los fallecimientos y desapariciones del último año tuvieron lugar en el mar Mediterráneo, «vía utilizada a diario por miles de personas que tratan de llegar a Europa para escapar de la violencia y la pobreza en el Oriente Medio, el norte de África y zonas de Asia». El norte de África fue calificado como «la región más afectada, tomando en cuenta la utilización de las costas de Libia como un importante lugar de partida hacia Italia y Grecia, los principales puntos de entrada de migrantes y refugiados en el viejo continente».
Aunque las cifras son preocupantes, la verdadera alarma se dispara al pensar en los cadáveres que no se cuentan, desaparecidos en aguas y tierras extranjeras a donde se dirigían. Números aparte, la lógica humana indispensable sugiere que migrar constituye una decisión personal que conlleva derechos y deberes. Por su parte, las leyes y políticas internacionales inclinan la balanza cada vez más hacia el lado de la criminalización de ese derecho, ejercido por distintas vías y causas.
Ante estos descalabros, William Lacy Swing, director general de la OIM –agencia integrada al sistema de las Naciones Unidas– toma partido por la actuación en pos de una migración legal y segura para todos: «no podemos seguir simplemente contando», expresó, de acuerdo con un cable emitido por Prensa Latina el pasado 6 de enero. En igual sentido, expresaba PL, «la ONU insiste en la urgencia de adoptar respuestas integrales al fenómeno, a partir de los derechos humanos y la atención a las causas raigales».
No obstante, ese ha sido un discurso que por tanto repetirse, ha perdido la credibilidad y el efecto deseado y se revierte en un círculo vicioso donde se tiende a justificar de manera superficial el fenómeno migratorio. Decir que las crisis económicas y políticas, las guerras, hambrunas, los desastres naturales y el subdesarrollo en general provocan la expulsión de los ciudadanos fuera de sus fronteras, continúa siendo una verdad obvia y por tanto insuficiente para el tratamiento del tema. Ahora bien, ¿qué hay detrás de todas esas causas generales sino la configuración geopolítica contemporánea que tiene profundas raíces en los despojos del colonialismo y el neocolonialismo?
Hoy día las potencias europeas, antiguas metrópolis de los países de África, cierran las puertas a los nativos de sus antiguas colonias, como si estos intentos casi suicidas por «entrar», no se debieran, en gran medida, a los saqueos de que fue objeto el continente, y ahora desembocan en economías disfuncionales, diferencias abismales en la distribución de los recursos o lo que es igual: la existencia de unas élites políticas cada vez más ricas que impulsan el empobrecimiento cada vez mayor del resto de la población.
Aunque parezca otro verso constantemente repetido, los estudios de especialistas continúan apuntando al hecho de que nada detendrá la emigración mientras haya subdesarrollo y pobreza, mientras se continúen imponiendo a los países del sur políticas económicas neoliberales, mientras no se transforme el actual orden económico internacional.
Sin embargo, si se quita la cáscara, el sustrato migratorio africano, contrario a lo que dictan los prejuicios, desmonta algunos mitos: pese a los altos índices migratorios hacia el norte, ha proliferado en los últimos años la migración Sur-Sur, que en el caso de África emplea rutas hacia América. Resulta igualmente significativo que la mayor parte de los migrantes no se trazan un destino fuera de África, sino que buscan soluciones en países de avanzada de la propia región como Angola y Sudáfrica. Por otro lado, «se ha demostrado que no son los más pobres quienes emigran, sino los más afortunados», según análisis recogidos en el libro África en movimiento. Migraciones internas y externas, de autores como Mbuyi Kabunda y Godwin O. Ikwuytum.
Esta paradoja lleva a cuestionarse de qué valen las ayudas de organismos internacionales al estigmatizado continente negro si no se convierten en fuente de crecimiento económico con su correspondiente distribución efectiva de los recursos porque, a fin de cuentas, las riquezas se van al exterior. No se trata de asociar directa y exclusivamente las migraciones al subdesarrollo, sino de analizar el binomio subdesarrollo-desarrollo y su impacto en el trasiego de miles de personas fuera de sus hogares.
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cataldi dijo:
1
20 de enero de 2017
00:04:17
Miguel Angel dijo:
2
20 de enero de 2017
09:47:17
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