ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Banner
Nadie que haya estado con ellos más de cinco minutos se atrevería a decir que no se quieren. Foto: Nieves Molina

SAN PABLO DE YAO, Sierra Maestra.–Lo que fue cocina ahora es una pila de tejas oxidadas, con horcones viejos, utensilios, con cosas de esas que nadie recuerda, pero siguen vivas: como el nailon de detergente que tapó por tantos años aquel hueco, o el «trapo» que nació como falda y, después de usarse hasta el cansancio en cada nivel jerárquico, se dejó tirado en cualquier parte: en la costumbre que uno ignora.

Hay quien aspira a que, en algún tiempo, pocos recuerden a Melissa: categoría tres, mal de amores. Habría que preguntarse si es posible olvidar algo que –aun inservible– «a la palma esa la arrancó de acá y la mandó a dar allá»; algo que «fue una tiniebla, de buenas a primeras»: peor que el Flora, porque «12 años tenía yo y es verdad que aquel desmanteló to' esto, pero este sí acabó, acabó, acabó».

Por el barranco hay extremidades de árboles y árboles que cayeron enteros. Los «gajos» son una desgracia de enredadera en el camino, en la ladera, en el techo. «Vamos a ver si la gente del municipio nos apoya con motosierras porque, mija, eso no se puede hacer a machete, ni a hacha», dice Ricardo Oliva: guajiro de esta Sierra, padre, «viejo» de su «vieja», hombre cuya fortuna «en la vida es tener vergüenza».

«Déjame coger el bastón ese que ando con la cervical encendía», se autoriza. Y, mientras camina hacia al patio, valiéndose a ratos de la pared, al fondo se pudren bultos de «ciruelas chinas», caídas de matas que han caído también. Cuando alguien pide alguna, él, de inmediato, acusa: «llévese to' las que usted quiera».

Con los mosquitos rondando, uno se pregunta si esa cocina habrá quien la resucite. La respuesta llegará como bala perdida que, sin querer, atravesó el pecho de una diana: «Viene mi mamá llorando, que es la propietaria de esto, y le digo: “Oiga, pero usted está viva, usted amaneció aquí conmigo. No esté llorando”».

«Estate tranquilo, que mira lo que pasamos hace poco», le dice Gisela: guajira más fuerte que cualquiera, madre, «vieja» de su «viejo», buena anfitriona que no nos conoce de nada…

Pasó que, hace unos días, a Ricardo le dio algo que aún no se nombra con certeza. «Vino una enfermera a tomarle la presión». El consultorio no sabe de médicos desde que la última «doctora se fue de misión».

Ambos son hipertensos, pero Gisela deja de tomar las pastillas «para que él las tome», cuando tienen… Dice que «hay una filtradera de medicamentos nacionales», que a esa gente ella sí quisiera que «les cayeran atrás, que les pegaran multas, les echaran años» de encierro, porque «qué es eso de que un blíster de enalapril valga 550 pesos. ¿Tú sabes lo que estamos tomando? Agua de hoja de guanábana».

«Ya lo que iba a pasar, pasó. Lo único que quiero es que, si mañana aparece Ricardo Oliva como ciclón, sitúen a un médico en ese consultorio. Con medicamentos, sucede lo que sucede, y ya el hombre está auxiliando ahí». Ricardo no pide tanto…

Están juntos hace «cuarenta y piquito de años». Nadie que haya estado con ellos más de cinco minutos se atrevería a decir que no se quieren.

«Pensaba morirme sin que tuviéramos nietos, pero mi hijo tuvo una niña que es la vida mía. Tiene dos años». Y, si es verdad eso de que la vida puede ser tan pequeña, de vez en cuando se escurre entre los labios de ambos, entre la amapola aquella que nació después del ciclón y pronto será la única de la mata: florecida.

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.