Ante la arrogancia desafiante de la dictadura y el conciliábulo y
la componenda ridícula de los políticos destacados, se levanta la
vergüenza inquebrantable del pueblo cubano en la decisión unánime de
reconquistar su constitución, sus libertades esenciaciales y sus
derechos inalienables, pisoteados sin tregua por la usurpación
traicionera.
Ante el caos en que ha sumido a la nación el empeño del más
ambicioso de todos los cubanos y el interés despiadado de sus
congéneres, la juventud cubana que ama la libertad y respeta el
decoro de los hombres libres, se alza vibrante en un gesto de
rebeldía inmortal, rompiendo el pacto insano con la concepción del
pasado y con el presente de duelo y decepción.
Ante la tragedia de Cuba, contemplada en calma por líderes
políticos sin honra, se alza en esta hora decisiva, arrogante y
potente, la juventud del Centenario, que no mantiene otro interés
como no sea el decidido anhelo de honrar con sacrificio y triunfo,
el sueño irrealizado de Martí.
En nombre de las luchas incansables que han marcado cumbres de
glorias en la historia de Cuba, viene la Revolución nueva, rica en
hombres sin tachas, para renovar de una vez y para siempre la
situación insoportable en que han hundido al país los ambiciosos y
los imprevisores y, agarrada a las raíces del sentimiento nacional
cubano, a la prédica de sus más grandes hombres y abrazada a la
bandera gloriosa de la estrella solitaria, viene a declarar ante el
honor y la vergüenza del pueblo cubano.
En la vergüenza de los hombres de Cuba está el triunfo de la
Revolución cubana. La Revolución de Céspedes, de Agramonte... de
Maceo... de Martí... de Mella y de Guiteras, de Trejo y de Chibás.
La Revolución que no ha triunfado todavía. Por la dignidad y el
decoro de los hombres de Cuba, esta Revolución triunfará.
El Centenario Martiano culmina en ciclo histórico que ha marcado
progresos y retrocesos paulatinos en los órdenes político y moral de
la República: la lucha sangrienta y viril por la libertad e
independencia; la contienda cívica entre los cubanos para alcanzar
la estabilidad política y económica; el proceso funesto de la
intervención extranjera; las dictaduras de 1929-33 y de 1934-44; la
lucha incansable de los héroes y mártires por hacer una Cuba mejor.
Alboreaba en la vida cubana el propósito encendido de encontrar
el camino verdadero; estaba la conciencia ciudadana en disposición
de dar su mejor fruto, conquistada por el sacrificio de la vida de
uno de sus más preclaros próceres y por el mandato de su voz
admonitoria; cuando, al mando del más ambicioso de los cubanos, una
ridícula minoría se apoderó del país, derrochando falaces promesas y
mentirosa propaganda. El propósito era hacer creer al pueblo sano
que aquel golpe traicionero al corazón de las instituciones, era
capaz de engendrar el progreso social, la paz y el trabajo.
Al collar de sangre y de ignominia, de lujuria desmedida y de
atraco al tesoro nacional, que estaba atado al nombre del nuevo
gobernante, se unía la larga cadena de atentados contra Cuba:
Institución del golpe de Estado para asegurar regímenes de fuerza;
soborno del Congreso y de los presidentes títeres; destitución
física de varios presidentes; imposición de castas y privilegios;
disolución del Congreso; nombramiento ilegítimo de personeros en el
Poder Judicial; destitución de concejales y alcaldes; atropellos y
abusos en la persona física de los ciudadanos pacíficos, y
colocación de una bandera sin gloria al lado de la bandera más
gloriosa.
El presente reditó con creces, al poco tiempo del golpe traidor,
las calamidades, la angustia, el desalojo y el hambre, de que es
signo inequívoco el ambicioso jefe de gobierno y sus acólitos
principales. La paralización en seco del ansia popular por el abuso
de la fuerza, trajo como consecuencia la más grave situación
engendrada por un suceso político cubano en todas las épocas: merma
de la producción industrial; disgusto de los obreros y expulsión de
sus centros de trabajo; persecución y encarcelamiento de los
estudiantes por su protesta cívica contra el régimen; aislamiento y
división de los Partidos políticos; desaparición repentina del
dinero de la calle; huida a las arcas, del temeroso capital; presos
los que se atrevieron a protestar públicamente por el atropello a la
República; disolución del Código y muerte de la Constitución y sus
derechos. Sobre la conciencia del autor cae el desprecio de los
hombres libres y el filo de la espada justiciera.
En el caso surgido sobre nuestro pueblo, herido pero jamás
muerto, cayeron otras tardías ambiciones. Los que no pudieron hacer
del país lo que mil veces prometieron teniendo en sus manos el
Poder... los que, si bien no ahogaron la expresión serena de la
libertad, tampoco contribuyeron a hacerla justa y eterna para
nuestro país, para arrancar de la raíz de nuestra historia el
trágico golpe insólito; vinieron entonces a fungir de apóstoles,
tratando en vano de reconquistar glorias pasadas. Ni puede triunfar
en el ánimo y conciencia popular otra idea como no sea la
desaparición total de este estado latente, de este caos infecto
donde nos han sumido tanto los culpables del atentado madrugador a
las instituciones nacionales, como los que han podido ver en calma
el crimen. Ni es honrado ni justo atentar al corazón de la
República, ni es justo ni es honrado encaramarse sobre ella para
dejar que los demás atenten.
Ante el cuadro político de Cuba se regocijan el dictador infeliz
y sus congéneres subidos sobre la frente del pueblo en su afán
ansioso de saqueo. Ante el cuadro patético de Cuba los políticos
venales se asocian para montar la nueva pantomima. Fósiles de la
política cubana sacan al foro público las ideas más retrógradas, los
pensamientos más inútiles mientras el ansia popular, que nunca se
equivoca, esperaba la clarinada de alerta, la defensa de sus más
sagrados derechos, de su bandera tricolor y de la idea eterna por la
que han muerto los más ilustres y desinteresados ciudadanos.
Por defender esos derechos, por levantar esa bandera, por
conquistar esa idea, en tierra tiene puestas las rodillas la
juventud del Centenario, pináculo histórico de la Revolución cubana,
época de sacrificio y grandeza martiana. Por conquistarla, el ojo
avizor tiene la juventud puesto en la entrada de los hombres de
verdad, de mente ágil, espíritu gigante, que supieron darlo todo por
una Cuba digna de la sangre espontánea de sus hijos, viva en la
consolidación de su destino inevitable por el sueño supremo del
Apóstol.
A los que prescindieron de los amantes de la libertad para
consumar el golpe de Estado, se les levanta en esta hora decisiva,
arrogante y potente, la juventud del Centenario, eco de ayer
honroso, cuna de un porvenir mejor. Los que no contaron con esa
juventud honesta y estudiosa, capaz de escribir con sacrificio y
triunfo su homenaje mejor a Martí, ni conocen ni saben que en el
corazón de los pueblos todos está el valor y la vergüenza de la
Patria y que iremos a ponerla en victoria en los campos excelsos de
las palmas. Allí debe estar la justicia del pueblo en este año
glorioso. En 1853 con el nacimiento de un hombre luz, comenzó la
Revolución cubana; en 1953 terminará con el nacimiento de una
República luz.