General de Brigada (r) Juan Escalona Reguera

Sin faltar un día

Por encima de todo, el General de Brigada (r) Juan Escalona Reguera se levanta diariamente a las cinco de la madrugada. Sale a realizar sus ejercicios incluyendo varias pistas y llega puntualmente a la oficina a las ocho y treinta de la mañana. Hombre extremadamente locuaz, en ocasiones brusco, quizás como coraza protectora para tratar de impedir que se conozca a un ser humano con muchas más virtudes que defectos. Recientemente recibió el título de Doctor Honoris Causa en Ciencias Jurídicas de la Universidad de La Habana. Cuando los acontecimientos no se escriben, la mayoría de las veces se olvidan. Afortunadamente Escalona tiene buena memoria y me ha narrado aspectos muy interesantes de su vida que ahora pongo en las manos de los lectores

LUIS BÁEZ

Sería bueno comenzar hablando de su infancia, ¿dónde nació, cuántos hermanos eran, qué hacían sus padres?

Nací en Santiago de Cuba, el 22 de junio de 1931. A los seis meses hubo un terremoto y tuvimos que abandonar la casa en que vivíamos, pues se derrumbó. Nos mudamos para un pobladito llamado Prosperidad, que se encuentra entre Boniato y El Cristo, donde inicié la enseñanza primaria que continué en la escuela Juan Bautista Sagarra que dirigía el viejo Pancho Ibarra. Después continué en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba. Mi padre era procurador y además, tenía una representación de seguros. Mantenía una posición bastante fluctuante. Unas veces era un poquito mejor; otras, en déficit bancario. Eso fue lo que hizo toda la vida hasta que murió. Mi madre fue sencillamente ama de casa.

Durante un encuentro con el Comandante en Jefe, siendo Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Los dos tenían bastante nivel cultural y político. Al producirse la huelga de marzo de 1935, el viejo estuvo preso durante un año en el Castillo del Príncipe. Después de ese hecho se metió en serio a estudiar marxismo.

Éramos tres hermanos: Mario que se hizo médico en La habana y después del triunfo de la Revolución fue durante algunos años viceministro de Salud Pública. Ya murió. Silvia, la única hembra, profesora de idiomas hasta hace tres años que tuvo un problema en la vista y se retiró. Nuestra situación económica me permitió entrar en la Universidad.

¿En cuál?

En la de Santiago de Cuba. Fui uno de los fundadores de aquella Universidad cuando aun no se había legalizado y empezamos pagando, mes por mes para mantener en algo el salario de los pocos profesores que teníamos entonces. En eso se me dio una oportunidad interesante, porque decidimos, para legalizarla, recoger un millón de firmas de orientales encabezados por senadores y representantes de todos los partidos políticos de la provincia.

Con ese motivo formé parte de una delegación de estudiantes y profesores que visitó La Habana para entrevistarse con el presidente Carlos Prío. Le llevamos los álbumes con la firma de la población y de los políticos, le explicamos todo. "¡Ah! Eso está bien, dijo Prío pero ahora vayan al Capitolio a ver a Miguelito Suárez Fernández, el presidente del Senado".

Le explicamos la situación a Miguelito. Con toda tranquilidad nos dijo: "Es formidable, porque eso hará posible que funcionen las universidades de Santiago y de Las Villas. En esta última provincia no hay ninguna universidad pero la habrá. Lo único que tenemos que hacer es modificar una disposición que tiene la Ley para los ingresos de impuestos, para poder costear los gastos y repartir el cincuenta por ciento entre las dos universidades".

De ahí que la universidad en Las Villas nació con opulentos edificios, pero sin alumnos. Empezaron a gastar el dinero en construcciones y como es lógico, también a robárselo; y la de Oriente se quedó prácticamente como estaba.

En la Universidad de Oriente tuve la oportunidad de trabajar con Frank País y Nilsa Espín, hermana de Vilma, en la organización de una universidad para obreros. Aquello duró poco tiempo porque la situación se fue complicando seriamente debido a que se produjo el 10 de marzo.

¿Qué hacía en esos momentos?

Estaba a punto de terminar la carrera de Derecho.

¿Dónde lo sorprendió el Moncada?

Estaba en los carnavales santiagueros. Estábamos festejando mi graduación de abogado y la de mi hermano Mario, como médico. El 25 en la noche andábamos arrollando por la Trocha.

Alrededor de las cinco de la mañana íbamos de regreso a una casa que el viejo tenía en Siboney. Cogimos desde la Trocha toda la carretera hasta Siboney.

Felizmente fuimos por la calle Aguilera, no por Garzón. Sentimos las balas, Mario dijo: "Tiros"; pero pensamos.... "Santiago está en carnavales".

De tal manera que si nos hubiésemos equivocado de calle o nos demoramos una hora más, hubiéramos pasado un buen susto pues mi identificación era mi carné de universitario santiaguero y la de mi hermano la de universitario de La Habana.

Nos acostamos. Al poco rato llegó un marinero de un puestecito de la marina a informarle a papá que en Santiago de Cuba los guardias se estaban "matando unos a otros".

El viejo nos dejó trancados en Siboney. Volví a salir justo el día en que mantenían detenido en la carretera el camión de Juan Leizán. Pude observar que un negro militar (teniente Pedro Sarría) y el Arzobispo de Santiago, Monseñor Enrique Pérez Serantes, discutían con el comandante Andrés Pérez Chaumont.

Parado encima del camión un joven alto, fuerte; los guardias estaban desplegados. Pasé lentamente por el lado del camión y cuando miré, me llevé la gran sorpresa de mi vida: el joven era Fidel Castro.

¿Cuándo empezó a ejercer la carrera?

Tan pronto como recibí el título, en el propio Santiago de Cuba. Un grupo de abogados jóvenes nos dedicamos, fundamentalmente, a la defensa de los acusados por actividades revolucionarias.

Entre ellos se encontraban Carlos Amat y Jorge Serguera. Debido a que Fulgencio Batista no había puesto en práctica todavía la designación de jueces especiales para los Tribunales de Urgencia, pudimos resolver algunas situaciones de detenidos.

Teníamos relaciones con los secretarios y gracias a eso, logramos en muchas ocasiones obtener libertades. Después de las doce y media del día, hora en que cerraban los tribunales, obteníamos órdenes de libertad, nos íbamos a Boniato y logramos la liberación de algunos presos.

Llegué a ser notario de El Cobre. Mi padre le pagó a alguien en el Ministerio de Justicia unos 3 000 pesos para que me ganara una oposición que nunca hice. Ya teniendo una notaria, tenía la posibilidad de permutarla con una de Santiago de Cuba. Esa era la "Meca" de un abogadito de poca monta.

Yo le hice el pasaporte a Frank País cuando viajó a México a entrevistarse con Fidel. Le tomé las huellas. Felizmente las escondí en unos libros de un bufete que había frente al nuestro que era de Rubén Alonso, representante auténtico. Cuando la policía registró mi oficina no las encontró.

Vivíamos confiados en que nuestra condición de abogados nos daba una cierta impunidad. Cuando la huelga del 9 de abril, fuimos comisionados para recorrer Santiago e informarle a Vilma como iba la situación del cierre de los comercios.

Esa confianza había terminado cuando mataron a Pelayo Cuervo. En ese momento nos percatamos que ser abogado no nos daba ningún tipo de garantía. Inclusive, Laureano Ibarra, connotado batistiano, primo de mi madre, la llamó y le dijo que me sacara de Santiago pues José María Salas Cañizares decía que yo no era un abogado sino un comunista y me iba a matar.

A partir de eso empecé a ganar fama de comunista. Realmente tenía buenas relaciones con dirigentes del Partido que visitaban la casa de mis padres. Vine para La Habana y a los veinte días, más o menos, regresé de nuevo a Santiago.

¿Fue miembro de la Juventud Socialista?

Nunca milité en la Juventud Socialista. Ingresé directamente al Partido Socialista Popular (PSP) después de haberme graduado de abogado.

¿Cómo ingresó al II Frente?

Había recibido una invitación de Félix Pena para alzarme. El Partido me planteó que todavía podía ser más útil en la ciudad y que yo era un militante disciplinado y no me podía ir por la libre para las montañas.

Finalmente ¿Qué hizo?

Discutí con el Partido en La Habana y finalmente me autorizaron a alzarme. Entré en el II Frente por la zona de San Luis.

¿Cómo fue su encuentro con Raúl Castro?

Con el Ministro de las FAR y Flavio Bravo (fallecido).

Al llegar, Raúl se encontraba en la casa de la Comandancia. Un compañero entró y le informó de mi presencia. Entonces escuché que Raúl dijo: "Bueno, bastante que se tardó para alzarse".

¿En qué mes se alzó?

A mediados de septiembre de 1958.

¿Qué conversó con Raúl?

Me mandó a pasar y cuando entré lo primero que me preguntó es si había escuchado lo que él había dicho. Le respondí que sí y le expliqué que no era mi responsabilidad personal. Me contestó: "Lo sé. Yo sé que hay muchos viejos que dicen que esto no va a servir para nada. Cuando vean la Revolución en el poder, van a pensar distinto".

Uno de los primeros rebeldes con que me tropecé fue con Manuel Piñeiro, al que había conocido en Santiago cuando le hice un testamento antes que se alzara.

La familia de Piñeiro estaba bien económicamente y él quería dejarle a su esposa, que se encontraba en estado, los papeles en regla por si caía en la lucha.

¿Qué función le asignaron?

Empecé a trabajar como auditor. Después participé en la fundación de la escuela de Tumbasiete. En el claustro de profesores se encontraban Vilma Espín, Asela de los Santos, Jorge Risquet y otros compañeros.

Aquí impartía Derecho Constitucional. La Constitución de 1940 me permitía hablar de la expropiación por interés social, el latifundio, la discriminación racial. Todo eso estaba sujeto a las leyes complementarias que no se hicieron nunca.

Después en la primera toma de Songo, Raúl me dio la orden de constituir el Gobierno. Ya habíamos hecho una resolución que sería semilla de los gobiernos que se crearon después.

Estaba compuesto por un médico para que atendiese los problemas sanitarios, un obrero, que diera sentido proletario a esa dirección, y un maestro para lograr algún nivel cultural.

¿En qué momento vio a Fidel?

Por primera vez en el central América y posteriormente el día 2 de enero en la casa de los Ferreiro, en Santiago. En ese momento estaba planificando la marcha triunfal hacia La Habana. Cuando partió para la capital le dio indicaciones a Raúl de que se quedara en Oriente y controlara la situación. Allí empezaron los trajines de tratar de organizar aquel regimiento, que era una gran locura.

¿Qué tarea le asignaron?

Inicialmente era una especie de ayudante de Raúl, sin nombramiento. Me usaba para diferentes cosas. Un buen día me preguntó si lo podía casar. Le respondí que sí, pues era notario. Me dijo que quería una boda discreta, pero en la medida que se corrió la noticia aquello fue tremendo, pues los Espín eran una familia santiaguera con muchas relaciones.

Entonces leí el acta de matrimonio en mi condición de capitán Auditor del Ejército Rebelde. Ahora te voy a hacer una historia.

¿En qué consiste?

Al terminarse la ceremonia, en los momentos en que me voy a marchar, me llamó el papá de Vilma y me dijo: "Oye, tu serás todo lo capitán que quieras, pero tráeme la certificación de matrimonio para verla y que valga".

Y tuve que llevársela. A las dos semanas Raúl es trasladado para la capital.

¿Quién se quedó al frente de Oriente?

Manuel Piñeiro, al frente de la Plaza Militar. Me quedé como ayudante para los asuntos clandestinos y empezamos a sostener contactos con dirigentes del PSP.

En horas de la madrugada, una o dos veces a la semana, nos reuníamos con Ladislao González Carvajal, que era el Secretario del PSP, en la casa de un viajante de medicina, cuñado de Celia Sánchez.

En un viaje que hice a La Habana, Raúl me dijo: "¿Ven acá, dónde van Piñeiro y tu todas las noches?"

Le expliqué. No se me olvidará lo que de repente me soltó: "Ustedes son unos comemierdas, ¿no saben que hay una casa de putas a un kilómetro más adelante? Aquí vinieron a acusarlos, a Piñeiro y a ti, de ir todas las noches al prostíbulo a recoger recaudación y que se han embolsillado 75 000 pesos". Inmediatamente nos empezamos a reunir en otro sitio.

Durante la etapa de los tribunales revolucionarios fui jefe del tribunal de Oriente Sur, que atendía Baracoa, Guantánamo, Santiago, Bayamo y Manzanillo.

Me dediqué casi seis meses a moverme en una avioneta para ir agilizando los juicios. En una ocasión, se apareció un cura en el Moncada buscando a Piñeiro. Quería oficiar misa, todos los domingos, en el regimiento. Piñeiro le manifestó que aquello no era una iglesia, sino un centro militar. Le explicó que si lo autorizaba a él, también había que hacerlo con los protestantes, mahometanos, espiritistas, etcétera. Fue una discusión más o menos cordial.

En medio de esa situación surgió la gran crisis de la guerra de la burguesía contra Piñeiro y contra mí, a los que nos acusaban de monstruos comunistas. Ambos fuimos trasladados para La Habana. Ya en la capital, en el mes de agosto, me tocó trabajar en los interrogatorios de los elementos que estaban implicados en la causa trujillista.

Después empecé a laborar en la confección de la ley que creaba el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR). Sobre ese tema el Che y Raúl discutieron mucho.

¿Cómo ocurrieron los hechos?

Che planteó que había que institucionalizarse. Teníamos un Comando Conjunto. Raúl era el jefe de las tres armas: Camilo Cienfuegos en el ejército, Juan Almeida en la aviación, y Juan Manuel Castiñeira en la marina.

El problema consistía en que Raúl no quería ser Ministro, pues consideraba que eso era llenarse de papeles, burocratizarse. Fidel y el Che tuvieron que conversar largamente con él para convencerlo.

Empecé a trabajar como ayudante de Raúl. Llegué a constituir una especie de enlace de él con el Che. Cada vez que tenía que tramitarle algo, el argentino me citaba para el Banco Nacional en horas de la madrugada. Un día, Raúl me dice que había que pelar al ejército y me mandó a comunicárselo al Che.

¿Qué le dijo el Che?

Me respondió: "Dile a Raúl que me voy a pelar, porque entre otras cosas, este pelo me tiene bien jodido, pero que no se le ocurra mandarme a afeitar porque eso sí no lo voy a hacer".

En una ocasión venía con Raúl de Matanzas y nos encontramos al Che parado en la Vía Blanca. Se le había roto el auto. Un Studebaker pequeño. Se montó con nosotros y lo llevamos hasta el Banco Nacional.

Cuando lo dejamos, Raúl me orientó que fuera a comprarle un automóvil al Che. "Mira a ver qué coño le compras". Hice lo indicado y entonces recibí una llamada del argentino: "Oye, Vos quién te crees que eres para regalarme un automóvil. Ven y recógelo porque yo no me monto en eso".

Le aclaré que estaba cumpliendo una orden de Raúl. Finalmente lo aceptó, después que Raúl discutió con él. Ese es el Chevrolet que está en el Museo de la Revolución.

¿Discutían mucho?

Sí, pero con mucho respeto, se tenían tremendo cariño. Era una relación muy familiar, íntima, transparente.

En 1960 tuve el privilegio de acompañar a Fidel en su viaje a Nueva York. Como miembro de la delegación que asistió a las Naciones Unidas. Fue una experiencia inolvidable.

En una cena con la delegación cubana, Nikita Jruschov planteó que había que hacerle un "juicio" al canciller Andrei Gromiko, pues él no se había enterado de lo que estaba pasando en Cuba, desconocía el contenido de la Revolución.

Los soviéticos tomaban mucho. Los brindis eran uno detrás de otro. A mí me salvó la vida Alexei Adzubehi, el yerno de Nikita, que era director del periódico Izvestia, que en vez de vodka comenzó a servirme agua.

Algún tiempo después de regresar, se fundó el Ejército Occidental. El Comandante Guillermo García fue designado jefe y a mí me nombraron jefe del Estado Mayor. Desempeñé el cargo hasta abril de 1962, en que Raúl me envió sancionado para Oriente.

¿Por qué motivo?

Creé una escuela de superación de oficiales, donde estaba un grupo numeroso de combatientes del Ejército Rebelde. Entre ellos se encontraba Vilo Acuña, quien me dijo un día: "Oye, nos vas a volver locos. Imagínate tú que esta es una escuela que, cuando tú montas en una guagua no puede coger un bache". "¿Por qué Vilo?", le pregunté. "Porque si coges un bache todo lo aprendido se te confunde en la cabeza y nos volvemos locos para el carajo. Tenemos que ir tiesos para que no se nos mueva la cabeza".

Al producirse el proceso del sectarismo me acusaron de que estaba usando la escuela para separar a los combatientes de la Sierra Maestra del mando de las unidades, para meter gente de origen comunista. Raúl me mandó castigado para el Caney de las Mercedes.

¿Qué hizo en Las Mercedes?

Me hice carpintero. Permanecí unos diez meses. En esa época estaba con serios trastornos digestivos. El Comandante Filiberto Olivera, que estaba al frente de las obras del Centro Escolar de Las Mercedes, me mandó para La Habana, para que me vieran los médicos. Estando en la capital se produjo la Crisis de Octubre y el comandante Sergio del Valle me envió para Santiago con la orden de presentarme a Raúl.

¿Para qué?

Raúl me montó en un jeep y me llevó a un recorrido. Al llegar a Yerba de Guinea, en la zona de Guantánamo, nos paramos en una loma donde había un grupo de cohetes soviéticos. Me quedé de ayudante del jefe de esa División. Desde ese lugar se veía la base norteamericana de Guantánamo.

A los pocos días volvió Raúl y nos informó que había hablado por teléfono con Fidel y que las posibilidades de guerra eran de un ochenta por ciento. Nos orientó aguantar en nuestra posición todo lo que pudiéramos y después cogiéramos rumbo al II Frente.

Cuando pasó la Crisis de Octubre, supe por William Gálvez, que estaba en Isla de Pinos, que Raúl dijo: "Se acabó esto, y ahora, ¿qué hago con Juan Escalona?". William le respondió: "Eso es facilito, démelo a mí; me lo llevo para la Isla. Si sirve, se lo devuelvo entero; si no, se lo hago pedacitos".

Así fui para la Isla donde estuve nueve meses hasta que me mandaron a buscar para trabajar en la Ley del Servicio Militar Obligatorio (SMO).

¿La escribió solo?

Estaba asesorado por un coronel soviético con el que tuve 200 broncas. Me quería imponer de todas maneras el criterio de ellos, empezando porque el recluta no podía estar en una unidad en su territorio.

Es decir, que al de Pinar del Río había que mandarlo para Oriente y viceversa. Aquello me parecía una enormidad. Las discusiones fueron colosales. Finalmente, triunfó mi criterio. De ahí salí a crear los comités militares, municipio por municipio, en todo el país.

Cuando las Fuerzas Armadas Revolucionarias cumplieron 20 años y estando en un recorrido con Raúl por Camagüey me dio la noticia de que iba a ser el representante de las FAR en el Festival Mundial de la Juventud que se celebraría en Cuba en 1978.

Fui nombrado Vicepresidente del Comité Organizador. En eso me metí un año. El país fue visitado por 28 000 extranjeros. No hubo un solo lesionado. Al finalizar fui enviado a pasar la Escuela Básica Superior.

¿Cómo le fue?

Bien. Fui uno de los cinco oficiales felicitados por el Ministro al obtener el ciento por ciento de asistencia y puntualidad. Para lograr eso te tienes que olvidar de todo, incluyendo la familia. Al terminar el curso, el Ministro me citó a su oficina.

¿Qué le propuso?

Crear una especie de comisión de recursos humanos y que fuera su Secretario Ejecutivo. Aquello no funcionó, pues hubo muchos obstáculos por parte del Ministerio de Trabajo. Hasta que me pasó para la Defensa Civil.

¿Qué tiempo permaneció en el cargo?

Dos años. En una ocasión el director del Instituto de Recursos Hidráulicos me informó que había filtraciones en la cortina de la presa Zaza. Tenía 800 millones de metros cúbicos de agua. Pero que no me preocupara, que no se rompería.

Mandé el papel al despacho de Raúl, quien me llamó a las pocas horas y me preguntó cómo él sabía que no se iba a romper. Dos horas después me volvió a llamar y me dijo que Fidel le había manifestado que "si tuviera un primo viviendo en esa zona lo sacaría inmediatamente".

Me ordenaron hablar con los dirigentes del Partido y el Gobierno de Sancti Spíritus y que sin escándalos, sin jodedera, comenzara a efectuar la evacuación al día siguiente. Los dirigentes del Partido hicieron alguna resistencia, pero cuando les informé que era una orden de Fidel, todo se solucionó. Logramos sacar a la gente.

Afortunadamente, no se llegó a romper la cortina de la presa, pero si eso hubiera ocurrido, habría allí hoy una bahía más grande que la de Nipe. Poco tiempo después viajé a la Unión Soviética y al regresar, me dieron una nueva misión.

¿En qué consistió?

En los momentos que voy bajando por la escalerilla del avión, observo que se encuentra en el aeropuerto el general de división Senén Casas. Pienso que estaría esperando alguna delegación que vendría en el vuelo. Al saludarlo, me dice que vino a buscarme para comunicarme que se me había nombrado jefe del grupo operativo de la lucha contra el dengue. Rápidamente me puse a trabajar bajo la orientación de Fidel con compañeros de diferentes organismos. Luego nos visitó una comisión de científicos soviéticos para estudiar las plagas que se habían producido en el país. Como un mes después de estas investigaciones, me llamó un coronel que estaba en la comisión y me dijo que habían llegado a la conclusión de que Cuba era el país que más agresiones biológicas había recibido en la época contemporánea.

Cada enfermedad de esas, era una prueba de terreno que hacían los norteamericanos para ver cómo se podrían comportar otras infecciones de mayor morbilidad. En la erradicación del dengue, el país se gastó más de 50 millones de dólares.

¿Qué papel desempeñó en la guerra de Angola?

Al empezar la guerra con más fuerza, un buen grupo de generales de las FAR estaban en Moscú estudiando en la Academia Superior de Guerra Voroshilov. En aquel momento el Jefe de Estado Mayor General era Abelardo Colomé Ibarra (Furry). Al complicarse la situación, Fidel mandó a Colomé para Angola y se quedó Rogelio Acevedo de jefe de Estado Mayor.

Desde el primer momento fui designado jefe del Puesto de Mando que se constituyó en el MINFAR. En un viaje que realizó Acevedo a Angola, se quedó allí, y entonces asumí la responsabilidad de jefe de Estado Mayor General.

¿Fidel visitaba mucho el Puesto de Mando?

Sí. Durante más de dos años sin faltar un día, entre las dos y media y las tres de la tarde, me avisaban que tenía visita. Ya sabía que había llegado el Comandante en Jefe, quien permanecía en el MINFAR hasta altas horas de la madrugada. Toda la operación de Angola la dirigió Fidel minuto a minuto.

En el Puesto de Mando teníamos desplegados los mapas señalizados con las diferentes situaciones. El sistema de cifrado no era como el de ahora era mucho más antiguo. La cifra venía por pedazos y había que ir esperando hoja por hoja, para confeccionar el parte diario. A partir de la información recibida, Fidel estudiaba los mapas, empezaba el análisis, decidía lo que había que hacer y daba las órdenes oportunas.

Era impactante como manejaba la situación. A veces decía: "Eso está equivocado, ahí faltan los tanques de fulano". Cómo alertaba a la gente. "¡Cuidado con el sur!", "¡cuidado con el este que va a ver problemas!", "los sudafricanos se van a mover para aquí, se van a mover para acá". Era increíble como podía alertar lo que podía ocurrir. Ya de madrugada, cuando se marchaba teníamos que prepararle un cifrado a Colomé con las orientaciones y explicarle las impresiones que tenía sobre las decisiones tomadas sobre el terreno. A tal distancia no era cosa fácil. También teníamos enlaces.

Los enlaces, ¿qué papel desempeñaron?

Muy importante. Al regreso de cada viaje daban una amplia información sobre la situación. Fidel iba al mínimo detalle. Además de lo militar les preguntaba qué se cosechaba en la zona; qué ancho tenía el río qué pasaba por el lugar, la velocidad de la corriente.

La gente se volvía loca. Los compañeros se preparaban para el encuentro pero él siempre preguntaba lo que nadie esperaba. Todo se grababa.

Terminamos comprando equipos de filmación para poderle mostrar no solo la situación militar, sino el paisaje, los bosques, caminos, puentes, ríos... para que él tuviera una apreciación de todo.

Allí vivimos la cosa horrible del accidente de Espinosa, a quien le cayó encima una tanqueta, al chocar con una mina. Los compañeros empezaron a halarlo y él: "No, no, no. Busquen zapadores. Escarben abajo". Él dirigió su propio rescate. Con una sangre fría del carajo. Espinosa es un ser excepcional.

En una ocasión Fidel me mandó a Angola a hablar con Leopoldo Cintra Frías (Polo) y me pidió que le trasmitiera el siguiente mensaje: "Dile que si ganar la guerra en Angola significa perderlo a él, no vale la pena ganarla. Que se deje de locuras, que se deje de estar en la primera línea, que tiene que cuidarse".

Me escuchó con respetuoso silencio. Luego ocurrió lo que me imaginé: siguió haciendo lo mismo con una mayor discreción. Otra actitud no era posible esperar de Polo.

A mí en ese tiempo me tocó viajar en diferentes ocasiones a Angola para llevar, traer y discutir situaciones. También tuve que ir a Moscú a ver a Senén Casas que estaba pasando la Voroshilov, para plantearle asuntos que posteriormente él discutía con los soviéticos.

¿Los soviéticos sabían en lo que estábamos metidos?

Durante meses los soviéticos jamás supieron lo que estábamos haciendo.

Cuando fuimos al XXV Congreso del PCUS, viajé con mis cifrados, mapas, etcétera. Cada día, al terminar la sesión del Congreso, Fidel traía un invitado a la casa donde radicábamos y le daba una amplia explicación de la situación de la guerra en Angola.

En una oportunidad el invitado era el mariscal Andrei Grechko, Ministro de Defensa de la URSS. Ya los sudafricanos estaban en Calhueque. La moral de nuestra tropa era muy alta.

El criterio de Fidel era dar la impresión de que no nos detendríamos en la frontera con Namibia, sino que íbamos a seguir adelante. Concentramos varios regimientos.

A algunos barcos que estaban navegando hacia Luanda con armamento y tropas se les dio instrucciones de desembarcar en la región de Mozámedes.

Con eso se buscaba lograr que los sudafricanos se retiraran solos, por el temor de nuestro ataque. En esa zona no teníamos aeropuertos, mientras que lo sudafricanos contaban con tres al norte de Namibia.

Fidel le fue explicando a Grechko la topografía de la región, lo que había allí sembrado, que el terreno era árido, las características de los ríos. Hay un momento en que Grechko no se pudo aguantar y exclamó: "¡Qué malo es el servicio de inteligencia soviético! Yo nunca supe que habías estado en Angola".

Fidel le aclaró que no había estado en Angola. Grechko le preguntó: "¿Cómo es posible que sepas lo del terreno arenoso, la falta de vegetación, los ríos, lo sabes todo?". "Eso es un trabajo de enlaces", le comentó el Comandante en Jefe.

En este viaje también visitó Bulgaria y Yugoslavia, donde se entrevistó con Todor Yivkov y el mariscal Tito, respectivamente, a quienes les brindó una amplia y detallada información de la guerra en Angola.

Después continuamos viaje a Conakry, que es donde se produce el encuentro de Fidel y Agostino Neto. Desde que había empezado la guerra no se habían visto.

En ese tiempo estuve 240 horas en el aire. Hice numerosos viajes a Luanda, cuatro a Moscú y dos a Guyana.

Guyana, ¿a qué?

Cuando nos cerraron el aeropuerto de Barbados, Fidel me mandó a ver al presidente de Guyana, Forbes Burnham, a solicitarle autorización para que aterrizaran allí nuestros aviones, con heridos y sin armamentos.

¿Qué le respondió Burnham?

Dígale a Fidel que yo pongo el aeropuerto. Lo demás es problema de él.

¿Qué significó para usted ser el Fiscal de la Causa 1?

Cumplir una misión más de la Revolución. No era una tarea que se podía cumplir con ninguna satisfacción ni mucho menos. Resultó muy difícil tener que juzgar a antiguos compañeros de lucha, que habían cometido gravísimos errores.

Estuve más de un mes en la preparación para el juicio. A medida que leía los interrogatorios me percataba de cómo la irresponsabilidad de los acusados había puesto en grave peligro a la Revolución.

Una vez más la visión de Fidel fue fundamental para abordar este serio problema. También me impresionó profundamente la ética del Comandante en Jefe. A mí me podía dar órdenes, era el Fiscal y representaba por tanto los intereses del Estado.

Con los miembros del tribunal jamás habló. Incluso, cuando le comunicaron el fallo, ninguno de ellos podía imaginarse si Fidel estaba de acuerdo o no. Solo dijo: "Les agradezco muchísimo el trabajo que han realizado". No pronunció ninguna otra palabra.

De alguna manera resultó una tarea amarga. Hace años aprendí que lo fundamental es la Revolución. Soy una piecesita en este proceso y al final uno siente en todo caso el haber sido capaz de cumplir una misión tan delicada y tan desagradable como esa.

En esos momentos era Ministro de Justicia.

Sí, desde octubre de 1983 fui designado para ese cargo y sentí la satisfacción de haber dirigido el grupo de trabajo que en 1987 elaboró las modificaciones del Código Penal.

También trabajamos en las nuevas leyes de los tribunales populares, el notariado, las asociaciones, los registros civiles, el nuevo Código Civil y en el Decreto Ley 87, relacionado con la ampliación de las causales para interponer procedimiento de revisión contra las sentencias firmes de los tribunales.

Me mantuve en el cargo durante seis años y medio hasta que fui elegido Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular.

¿Qué experiencia sacó de esa nueva responsabilidad?

Jamás imaginé llegar a desempeñar ese cargo. Estuve 26 años en las FAR. Mi carácter es duro y pienso que eso puede haber deslucido el esfuerzo que hice por intentar ser el Presidente más o menos competente, de sustituir a Flavio Bravo, que había hecho un buen trabajo.

Traté de cumplir con honor y dignidad. Muchos compañeros se me acercaban y me aconsejaban: "Afloja la mano, no estás en un cuartel, este es el Parlamento".

Siempre tuve el apoyo de Fidel y Raúl. Nunca tuve ninguna situación tirante ni desagradable. Mis relaciones con las provincias fueron cordiales y fraternales.

Tengo la satisfacción de que presidí una Asamblea en la que hicieron las modificaciones fundamentales a la Constitución de la República y se discutieron cuestiones importantes para el país. Siento el orgullo de haber sido un pedacito de esa tarea.

¿Qué importancia tiene ser el Fiscal General de la República?

Nunca imaginé que al cabo de la vejez, la Revolución me iba a ofrecer una responsabilidad tan delicada, en circunstancias tan complicadas para el país. La primera prioridad en la actividad de la Fiscalía es, evidentemente, la lucha contra la corrupción que se manifiesta de una forma u otra en sectores importantes.

Estamos usando más el procedimiento de las verificaciones fiscales para combatir la corrupción. Donde es posible que pueda haber soluciones no penales, la aceptamos, siempre que con las medidas que se adopten logremos impedir que continúe evolucionando el fenómeno.

Nuestro país está educado en una justicia de mano muy dura. A veces nos acusan de que somos flojos. Algunos se quejan que los fiscales son blandos, que los jueces dictan sentencias benignas. Realmente tratamos de ajustar todo eso a los principios de la legalidad.

Fortalecer la legalidad socialista en el país no es una tarea fácil, porque por muchos años ha habido sectores completos de la población que han vivido de espaldas a esa legalidad. La agricultura ha sido buen ejemplo de eso.

Ahora tenemos las empresas mixtas, capital extranjero, la liberación de la tenencia de divisas y todo ello ha a provocado una serie de fenómenos que complican la vida del país tremendamente; al igual sucede con la prostitución.

Como resultado de esa mezcla explosiva se llegó a producir un incremento no significativo, pero si apreciable en el consumo de drogas.

Es muy lamentable ver algunos compañeros, que por su historia, justamente se han ubicado en determinados cargos que empiezan a manejar divisas y a vivir como en otro mundo. Se transforman, se pierden. Cambian hasta la forma de vestir, que sería lo menos peligroso, cambian la forma de pensar, de actuar y comienzan a dejar de sentirse revolucionarios.

En cuanto a eso, tengo la opinión que hay algunos que no creen que este proceso pueda seguir adelante mucho más tiempo y están creando las condiciones personales para salirse de este mundo. Hemos tenido que enfrentar, y todavía estamos tramitando, algunos casos en la lucha famosa contra los macetas.

En el país existen ricos, lícitos o ilícitos. Ahora es mucho más difícil probar que es ilícito porque hay fuentes que lo permiten como un mercado agropecuario donde funcionan abastecedores e intermediarios. Son miles y miles de pesos lo que se manejan. Es un proceso en el que tenemos que ser muy sagaces en ese enfrentamiento.

Estoy convencido de que esa batalla, como tantas otras de la Revolución, se va a ganar, pero en todos los combates hay muertos y heridos. Eso se va a arreglar, pero sin dudas, tiene costo social.

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