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General de División Ermio Hernández Rodríguez Página de gloria De origen social obrero, el hoy General de División Ermio Hernández Rodríguez, aún no era mayor de edad cuando triunfó la Revolución el 1ro. de Enero de 1959. No le gusta hablar en pasado. Para él lo importante es el presente, pero en esta ocasión rompió ese hábito y nos narró acontecimientos importantes en los que participó durante sus misiones internacionalistas en Etiopía y Angola. Hombre pausado, padre de un varón y una hembra, ya abuelo; que hace treinta y siete años era dependiente de almacén, el hoy General de División de las Fuerzas Armadas tiene en la sencillez, su mayor tesoro. (Tomado del libro Secretos de Generales) LUIS BÁEZ —¿Sus orígenes? —Soy espirituano. Desarrollé parte de mi infancia y juventud en el pueblo de Guayos. Mi padre fue obrero agrícola. Comencé la vida laboral a los once años limpiando pisos en los almacenes "La Republica". A los quince ya me consideraban un empleado importante. Empecé ganando siete pesos mensuales. Después me subieron a quince y terminé con un salario de noventa. Un buen sueldo para la época. El dueño del establecimiento me ayudó mucho.
Hoy hablamos del multioficio, pero cuando aquello había que hacer de todo. Desde barrer hasta sombrerero. Me hice sastre. Después de la Revolución no he vuelto a coger las tijeras. —¿En qué momento comenzó a combatir el régimen de Fulgencio Batista? —A partir de este empleo mantenía relaciones con otros jóvenes que estaban involucrados en actividades conspirativas. A principios de 1958 fundamos una célula del 26 de julio y en ella milité hasta el triunfo revolucionario. Además de algunos sabotajes, participé en la recogida de armas, abastecimientos: ropas, zapatos, municiones... que se les enviaban a los compañeros que operaban en el Escambray. —¿Usted se alzó? —No. —¿Cuál fue la causa? —El Movimiento no me lo permitió. Consideraban que era más útil en la ciudad. —¿Qué edad tenía el 1ro. de enero de 1959? —Dieciséis años. —¿A qué se dedicó? —Seguí trabajando de dependiente. Estudiaba por la noche. Sin dejar de participar en las actividades revolucionarias. Fui fundador de las milicias. En septiembre de 1960, producto de la situación que se había creado en las montañas del Escambray, fui llamado a integrar un batallón que participaría en las primeras limpias de bandidos. Era el batallón 303 constituido en su mayoría por gente joven. —¿Cuál fue su actividad fundamental en el Escambray? —Participar en los cercos. Principalmente en la zona de Algarrobo. En esta tarea permanecí cuatro meses. Los momentos iniciales fueron muy difíciles. No teníamos experiencia combativa. La fuimos adquiriendo a medida que chocábamos con el enemigo. Nunca me había enfrentado a algo tan serio. El día que llegamos, en horas de la noche, tiramos el primer cerco a todo lo largo de un camino. Teníamos poco conocimiento del terreno y estábamos nerviosos. Cuando la vista se fue acostumbrando a la oscuridad, empezamos a ver como unos hombres parados y otros caminando frente a nosotros. Pensamos que eran alzados. De pronto comenzó un tiroteo que no había quien lo parara. Nos quedamos sin municiones. Al amanecer, nos percatamos de que los supuestos bandidos eran los horcones de una casa que había sido quemada. Nos metieron tremenda refriega. Aprendimos bien la lección. Ya sabíamos que cuando tiráramos, tenía que aparecer algo. No se me olvidará que en la última etapa descubrimos que en una de las casas que teníamos detrás del cerco, se ocultaban bandidos y que sus ocupantes eran cooperantes. Ahí cogimos algunos alzados, entre ellos, uno que le decían "El Curita" que era muy buscado. Eso nos alertó a estar siempre a la viva. Nosotros visitábamos asiduamente a esos campesinos a quienes creíamos amigos y, sin embargo, cooperaban con el enemigo. La lucha en el Escambray fue muy compleja, pues se desarrolló en una extensión muy grande, una zona bastante despoblada y con numerosos campesinos, que producto de su bajo nivel político, ayudaban a los bandidos. Pero para ser justos, hay que decir también que una gran parte del campesinado fue nuestro aliado en esa batalla. —¿Permaneció en el batallón 303? —No. Después de estas primeras limpias, en el mes de febrero de 1961, el batallón se desintegró. Se empezaron a crear las milicias serranas. Nos convertimos en el batallón 345, ya como parte de nuestras Fuerzas Armadas. En la formación y entrenamiento de este batallón fue cuando se produjo la invasión por Playa Girón. —¿Dónde se encontraban ustedes? —En Sancti Spíritus. El dieciséis de abril, recibimos órdenes de marchar hacia Girón. Guiados por unos carboneros, a través de un trillo, llegamos al amanecer del diecisiete a la zona de Caleta Nueva. Nuestra misión era evitar que los mercenarios trataran de avanzar hacia el Escambray. Ese mismo día chocamos con el enemigo. Se generalizó un fuerte tiroteo. Ambas partes nos sorprendimos. Nos desplegamos. Nos cogió la noche. Al atardecer, se capturaron los primeros invasores. También les ocupamos un tanque. Al otro día por la mañana encontramos, dentro de una caverna, a dos heridos y algunos muertos. Llegamos a capturar sesenta y cinco invasores. Estaban en un estado deplorable. En las cantimploras lo que tenían, era orine. También ocupamos una buena cantidad de armamento. Nuestro batallón permaneció cuarenta y cinco días en la zona de Girón en labores de limpieza. Al regresar a Las Villas me enviaron a pasar el curso de sargentos que se daba en Cubanacán, en la propia ciudad de Santa Clara. Me gradué con buenas notas y me dejaron de profesor de Táctica. Cuando me estaba preparando para comenzar un nuevo curso (duraba de tres a cinco meses), fui citado a una reunión con la dirección de la escuela. Allí se encontraba un asesor militar español. —¿Cómo se llamaba? —Su verdadero nombre nunca lo supe. Le llamábamos Camarada Adam. —¿Qué ocurrió? —Nos informó que se había recibido una convocatoria en que se solicitaba que mandaran dos compañeros con condiciones para pasar el curso de tanques en Managua, La Habana. Todos mostramos nuestra disposición. Fui uno de los escogidos. —¿Por qué esa disposición hacia los tanques? —Siempre me habían llamado la atención. Me emocionaba cuando los veía en documentales, igual me ocurrió cuando los observé en la caravana de Fidel en la marcha para la capital, los primeros días de enero. Cuando capturamos el tanque en Girón me introduje en él. Todo eso me motivó. Al finalizar el curso volví para el Ejército Central. —Para usted, ¿qué significan los tanques? —Todo. He aprendido a quererlos, mantenerlos, tenerlos en completa disposición combativa, transmitir nuestras experiencias a las nuevas generaciones. Siento gran orgullo de ser tanquista. Esas máquinas han sido mi vida, y también me la han salvado en varias ocasiones. —¿Qué tiempo permaneció en el Ejército del Centro? —Hasta 1970 en que me mandaron a pasar el curso básico de tropas blindadas en Matanzas. Posteriormente, soy enviado a la Unión Soviética en unión de diez compañeros, a la escuela de unidades blindadas que se encontraba a unos setenta kilómetros de Moscú. Estos son cursos rápidos de perfeccionamiento y calificación. Tenían una duración de dos años.
A mi regreso me hicieron Jefe del Estado Mayor y posteriormente Jefe del regimiento de tanques de La Paloma, en el Ejército Central, hasta que me comunicaron el viaje a Etiopía. —¿Qué importancia tenía para usted esa designación? —En mi caso, era la primera vez que salía a cumplir misión combativa fuera del país. —¿En qué tiempo se preparó el viaje? —En pocos días. —¿Cuándo le plantearon la misión? —El veintinueve de diciembre de 1977. De más está decir que lo tenía todo planificado para pasar el fin de año con mi familia, que vivía en otra provincia, distante de la que me encontraba trabajando. Me enfrasqué de inmediato en los preparativos y casi se me olvida el 31 de diciembre. En un primer momento, no pensé decir nada para no aguarles el fin de año, pero a última hora decidí dar un salto en la noche del 31 y verlos a todos. No sé la cara que llevaba, pero mi esposa y hermano detectaron que algo pasaba y me hostigaron constantemente durante la noche para saber el motivo. —¿Se los dijo? —Logré llegar a la media noche sin hablar, pero al final se lo conté a mi esposa. Eso fue una bomba. Pero pude dominar la situación. Llamé a mi hermano y le expliqué lo que ocurría. Le pedí que se ocupara de decírselo a papá después de que me fuera. —¿Por qué no se lo informó usted? —No me atreví a comunicárselo; no porque tuviera duda de su conducta, sino que siempre habíamos estado muy apegados. Ya le había dado algunos dolores de cabeza y no quería echarle a perder el comienzo de año. Posteriormente supe que cuando se lo dijeron el viejo reaccionó bien. Eso me tranquilizó. —¿Cuándo partió para Etiopía? —El siete de enero. Dos días antes, el propio Comandante en Jefe nos planteó la misión en La Cabaña. Nos detalló cada cosa. Cuando llegué a Etiopía comparé lo que él nos había dicho en relación con el pueblo y la topografía del país. Parecía como si hubiera vivido allí algunos años. —¿Cómo hizo el viaje? —Volamos en avión hasta un país de Europa. Nos alojamos para esperar el resto del contingente. Fue un año muy frío. Con temperaturas de hasta veinte grados bajo cero. Ni a las ventanas donde estábamos alojados nos podíamos acercar. Suerte que la mayoría habíamos comprado en el aeropuerto de Boyeros dos botellas de ron. Eso nos ayudó a combatir la frialdad. —¿Cuánto duró esta situación? —Unos quince días. Al amainar la tormenta, abrieron el aeropuerto. Partimos hacia otro punto. En pleno vuelo me percato de que la cosa no andaba bien. El avión se movía como un papalote y traqueaba como una chicharra. Así estuvimos volando unas cuatro horas. En varias ocasiones le pregunté al piloto qué pasaba. Siempre me respondió que todo marchaba bien, aunque el tiempo estaba un poco tormentoso, pero que no me preocupara. Ya debíamos haber arribado al lugar de destino. Eso me inquietaba. Además, iba como Jefe del vuelo. Al aterrizar, para sorpresa mía, me encontré con las mismas caras que me habían despedido a la salida. Estábamos en el mismo punto de partida. El mal tiempo impidió el aterrizaje en el lugar previsto. Pero lo peor era que no había noticias de otros dos aviones donde iba personal nuestro. La angustia duró poco. Más tarde se nos comunicó que habían aterrizado en otros aeropuertos, pues el combustible no les garantizaba llegar al sitio de destino. En horas de la madrugada nos volvimos a encontrar los pasajeros de los tres aviones. Habíamos vivido nuestra primera escaramuza. —Finalmente, ¿qué hicieron? —A la mañana siguiente se decidió hacer el traslado en tren, pues no se sabía cuando iba a mejorar el tiempo. Imagínate a un grupo considerable de cubanos montados en un tren europeo. Tardamos unas cuarenta horas en llegar a nuestro destino. El viaje se hizo sin grandes complicaciones. Arribamos en horas de la noche. Inmediatamente abordamos un barco que nos esperaba hacía varios días. Partimos hacia Etiopía. —¿Cómo realizaron la travesía? —Fue un viaje largo. También iba mi Estado Mayor completo, un batallón y unidades de aseguramiento. Algunos decían que cuando llegáramos se había acabado la guerra. Esa travesía nos puso nostálgicos, pues la tranquilidad y la inacción nos llevaron a muchos a ponernos sentimentales. Unos se pusieron a escribir, otros leían. Se trataba de buscar la manera de que el tiempo transcurriera con rapidez. En todos reinaba la seguridad de que aquel barco nos llevaba directo al objetivo de nuestra misión. —¿Cómo fue el paso por el Canal de Suez? —Nos habían advertido que podíamos tener algunas dificultades. En esta época Egipto estaba en guerra con Israel. El Canal era parte del conflicto, aunque ya estaba abierto al tráfico internacional. Bajo esta tensión llegamos a las puertas del Canal. Nos pusimos en la caravana para el cruce. Hicimos los trámites de rigor. Partimos de noche. Delante de nosotros una fragata norteamericana. Aquello nos dio mala espina. Pasamos toda la noche de guardia. Llegamos al Gran Lago sin contratiempos. Cuando salimos del Canal, nuevamente la fragata y un barco norteamericano detrás. Felizmente salimos al Mar Rojo y nos separamos de aquella compañía que nos tuvo en tensión todo el tiempo. Habíamos librado otra escaramuza. Pienso que para aquellas alturas, si alguien nos estaba siguiendo, habrían perdido las huellas, pues los planes se atrasaron y para todos, ya debíamos estar en el campo de batalla. —¿A qué puerto etiope arribaron? —Al de Assab. Ahí tuvimos otro inconveniente. —¿Qué tipo de problema? —El barco, por el calado del puerto, no podía atracar. Había que hacer trasbordo en alta mar para una embarcación más pequeña. El mar estaba agitado. —¿Cómo lo resolvieron? —Los dos barcos pasaron enormes dificultades para poderse unir sin dañar los cascos. Se juntaron ambos y, por ser uno de ellos más chiquito (le quedaba por la cintura al otro), tuvimos que hacer un puente con unos tablones y a través de ellos pasar todos, con nuestros equipajes en mano. Hay que decir que bailamos la cuerda floja, pues aquellos dos barcos no dejaban de moverse y el tablón no se estabilizaba. Al fin pasamos todos sin percance y desembarcamos. Al pisar tierra era tanta la alegría que parecía que habíamos llegado a Cuba. —¿Quién lo esperaba? —La técnica. En una gran caravana nos dirigimos hacia Arba. Allí nos entrenamos desde el punto de vista del conocimiento de las misiones que íbamos a cumplir y nos dirigimos hacia la provincia de Harare donde se libraban las acciones combativas. —¿Cuál era su cargo? —Jefe de Estado Mayor de la Décima Brigada de Tanques. El jefe era el General de Brigada Gustavo Fleitas. —¿Su combate más intenso? —El de Arabi. En este combate nuestra unidad entró en acción, con vista a apoyar la Tercera Brigada, que hacía dos días que estaba combatiendo en esta región. —¿Qué órdenes le dieron? —Tomar el poblado de Arabi. Se nos planteó llegar por la noche y tenerlo controlado en horas de la mañana. Iniciamos el combate después de una preparación nocturna y de haber realizado una larga marcha. —¿Qué tiempo duró? —Todo el día. Comenzamos a las nueve de la mañana. Estuvimos combatiendo sin parar hasta las diez de la noche. No hubo tregua. Tanto por parte de ellos como de nosotros. Hay que decir que los somalos combatieron intensamente al igual que los etiopes y cubanos. En el día avanzamos unos cinco kilómetros. En dos ocasiones nos lanzaron fuertes contraataques que fueron rechazados por nuestra Brigada. El abastecimiento de nuestras tropas estaba muy lejano. Había llovido mucho. No era fácil llegar a donde nos encontrábamos. Durante la noche veíamos del lado enemigo muchas luces en movimiento. Pensábamos que los somalos estaban reforzando sus posiciones. Nuestra artillería había gastado muchas municiones. Quedaban pocas. Eso nos preocupaba. Había mucha tensión. —Finalmente, ¿qué pasó? —Para sorpresa y alegría nuestra, al llegar el día nos percatamos que los somalos se habían retirado durante la noche. Esa mañana tomamos el poblado de Arabi. En el fragor del combate las horas se nos fueron como se va el viento. Al regresar de Etiopía, donde permanecí dos años, estuve un tiempo en La Habana como Jefe de Estado Mayor de la brigada Plaza. Después fui a pasar un curso de seis meses para refrescar conocimientos a la URSS. Al regresar, a finales de 1986, tenía prácticamente la carta de presentación en el aeropuerto para Angola. —¿Qué responsabilidad le dieron? —Jefe de la Brigada de tanques de Luena. Después me enviaron para Menongue, capital de la provincia de Cuando Cubango. Esa era una región muy conflictiva, de perennes acciones de la UNITA. El grado de tensión era muy alto. Posteriormente, me designaron Jefe de las tropas cubanas en Cuito-Cuanavale. —¿Conocía la región? —Tenía buen conocimiento de toda esa zona. —¿Cuál era la situación militar en esos momentos? —En el mes de diciembre las tropas angolanas se habían replegado a las márgenes este del río Cuito-Cuanavale, después de haber fracasado en una ofensiva contra las bandas de UNITA, que había sido apoyada por el ejército territorial namibiano y fuerzas de África del Sur. Estas fuerzas angolanas habían sufrido grandes bajas, tanto en personal como en material de guerra. Estaban cansados por una campaña tan larga y su armamento y técnica necesitaban restablecer los parámetros que habían perdido durante la campaña. —¿Qué misión le asignaron? —Prestar ayuda en restablecer esa situación. Devolver la seguridad en la victoria y defender Cuito-Cuanavale. No permitir que cayera en manos de los sudafricanos, por su importancia estratégica y connotación política. —¿Qué estrategia siguieron los sudafricanos? —Con su artillería de largo alcance mantenían un hostigamiento constante sobre la zona, lo cual impedía, en parte, que avanzáramos más rápido en nuestra campaña. El trece de enero se lanzaron en un ataque directo sobre las posiciones de la 21 Brigada angolana. Esta acababa de recibir la asesoría cubana y había sido una de las que más bajas había tenido durante la recién terminada campaña. Después de encarnizados combates, la 21 Brigada abandonó las posiciones, que fueron tomadas por las tropas de la UNITA, apoyadas por los sudafricanos con artillería, tanques y otros medios, además de la dirección de las acciones. —¿Eso qué provocó? —Una situación compleja para el Frente, pues quedaba abierto un flanco, por lo que nos dimos a la tarea de reagrupar las fuerzas dispersas de la 21 Brigada y con el refuerzo de otras tropas, reconquistar la posición perdida. Fue así cómo el día veinte, es decir siete días después, habíamos retomado esas posiciones, aunque sabíamos que el Frente había que reestructurarlo y ocupar sitios más ventajosos. El hecho de reconquistar esta posición sirvió para levantar la moral combativa, crear la seguridad en la victoria y la confianza en aquella tropa de que podíamos resistir. Llevaba un mes retrocediendo y perdiendo terreno. Esta fue nuestra primera victoria en Cuito-Cuanavale. —Ante esos hechos, ¿qué medidas tomaron? —Se logró restablecer la capacidad combativa de las tropas angolanas que, unidas a las fuerzas cubanas, hicieron de Cuito-Cuanavale un bastión inexpugnable donde se rompieron los dientes las tropas sudafricanas. Después se produjeron los combates del 14, 19 y 25 de febrero y el del quince de marzo.
En todos esos encuentros se fue elevando la moral combativa, la pericia y la convicción en la victoria, lo que sirvió para ir desmoralizando al enemigo, hasta llegar al combate del veintitrés de marzo. —¿Qué importancia tuvo este último combate? —Decisiva. Aquí se produjo la derrota total de los sudafricanos. Fue el combate que los hizo desistir por completo de tomar Cuito Cuanavale. Aunque en los intentos anteriores les habíamos causado bastantes bajas, este enfrentamiento fue definitivo. Hubo una gran respuesta, una gran seguridad de las tropas angolanas y cubanas. El enemigo se desmoralizó. Esto nos permitió darles el puntillazo. Después se produjeron algunas escaramuzas, pero sin mayor importancia. En esta victoria ayudó mucho el avance que hacían las tropas de la Agrupación Sur hacia la frontera con Namibia, pues ante este descalabro, el enemigo empezó a retirar sus unidades. —Los cubanos pelearon duro... —Muy duro. En Cuito combatieron compatriotas de diferentes edades. Lo dieron todo por el cumplimiento exitoso de la misión. Tenemos una juventud que es incalculable en valentía, intrépida, audaz, inteligente y con un extraordinario espíritu de lucha. Se fajaron de tú por tú con el enemigo. No flaquearon en ningún momento. Dieron muestras de un heroísmo espartano en el cumplimiento de las misiones que le planteamos. —Nárreme alguna —Al combate del 14 de febrero acudió como refuerzo una compañía de tanques. Al frente estaba el Teniente Coronel Ciro Gómez Betancourt. Las dotaciones eran mixtas (cubano-angolanas). Llegaron a tiempo. Hicieron contacto con la asesoría cubana y las tropas angolanas. Se generalizó el combate nuevamente. El enemigo atrajo hacia esa dirección una nueva agrupación y sus hombres lucharon encarnizadamente dentro de aquel infierno de fuego, que venía de todas partes, lo que no impidió que le causáramos grandes pérdidas al adversario. Cinco de los siete tanques fueron impactados por el enemigo. Uno no entró en combate y Ciro quedó solo con su tanque, batiéndose durante la noche y recogiendo heridos. Logró salir de allí con su tanque lleno de heridos y, al amanecer del otro día, aparecieron en la margen este del río Cuito. Me informaron de todo lo ocurrido por un radio que existía en el paso. Cuánta fue nuestra alegría cuando supimos que estaban allí. A pesar de la situación, le pregunté cómo se encontraba. Me respondió que bien. Le ordené que dejara los heridos en ese lugar, que nosotros nos encargábamos de recogerlos. Le di instrucciones de que regresara al grupo táctico donde quedaban siete tanques, restableciera el orden y que estuviera listo, que aún no se sabía qué podría hacer el enemigo. —¿Habló personalmente con Ciro? —Ese día no pude porque teníamos todas las fuerzas en tensión, esperando un nuevo ataque del enemigo. Al otro día crucé el río y fui a verlo. Estaba muy tenso, impactado por lo ocurrido. Me abrazó con los ojos rojos aún del combate, las malas noches y humedecidos por la emoción me dijo: "Haga conmigo lo que usted quiera, no me ha dicho lo que piensa de lo sucedido". Se sentía el único responsable. Nos conocíamos desde hacía mucho tiempo. —¿Qué le contestó? —Le manifesté que aunque no tenía aún todos los resultados, mi consideración era que habíamos roto los planes del enemigo y que el heroísmo de ellos había sido la clave en este combate, pero todavía nos quedaba mucho por hacer y a él, sobre todo, al frente del grupo que tanta seguridad les daba a las unidades que estaban en primera línea. Solo atinó a decirme: "Usted no sabe el peso que me ha quitado de arriba". —¿El combate del 14 de febrero fue muy cruento? —Sí. Los cubanos que combatieron con la 59 Brigada angolana, resistieron ese día más de ocho horas de batalla, después de haber soportado una preparación artillera de más de cuatro horas. Pelearon en el puesto de mando de esta Brigada, trinchera por trinchera, asentamiento por asentamiento y en cooperación con el refuerzo, detuvieron el avance de dos formaciones enemigas y obligaron a una tercera a desviarse, con lo que el contrario tuvo que cambiar su idea inicial. Tuvieron que desistir del combate, reorganizándose, retirándose posteriormente, después de haber recogido sus muertos y heridos y dejar en el campo de batalla la técnica y el armamento destruidos. Me impresionó profundamente ese combate por la forma en que pelearon cubanos y angolanos. A pesar de la angustia por los compañeros caídos, nos sentimos orgullosos del papel que jugaron y del ejemplo que nos habían dejado. —¿Se hicieron exploraciones en la profundidad del enemigo? —Eso era una necesidad, por lo que formamos patrullas de exploración mixtas cubano-angolanas. Cada vez que una patrulla salía, a pesar de la preparación que recibían y el equipamiento que llevaban, prácticamente no dormíamos. Teníamos la preocupación de que cayeran prisioneros, los emboscaran, se perdieran, los mataran. En una ocasión, salió una patrulla compuesta por cinco angolanos y tres cubanos. Al día siguiente, fuera de la hora de contacto por radio, recibimos el llamado de emergencia de que tenían un herido y que avanzaban por el monte en dirección a nuestras tropas. —¿Cuándo sucedió eso? —Al amanecer. Empezamos a tomar medidas: adelantamos unidades, mandamos a buscar los helicópteros. Los heridos graves o que pudieran complicarse, se evacuaban hacia Menongue. Comenzamos la angustiosa espera. Las comunicaciones con la exploración se hacían por cortos periodos de tiempo y desde lugares específicos, por lo que no tuvimos más contacto hasta las tres de la tarde, cuando nos informaron que el herido había perdido mucha sangre, que estaban cansados, pues venían chapeando por el monte con la parihuela que habían improvisado para el traslado de los heridos. Los helicópteros ya habían llegado y la artillería de largo alcance del enemigo hostigaba constantemente la región donde se encontraban ocultos. Los pilotos presionaban por retirarse porque podían ser blanco en cualquier momento. No los podía mandar a volar sobre territorio enemigo para rescatarlos porque serían derribados. —¿Dónde se encontraba el grupo? —A veintitrés kilómetros de nuestras posiciones. —Finalmente, ¿qué decisión tomó? —Les ordené que mantuvieran la radio encendida y que a su encuentro se dirigía un destacamento; que hicieran contacto con él. Designé al Jefe de Inteligencia de Combate al frente de la misión con un pelotón de cubanos y una compañía angolana mandada por su jefe de batallón; un blindado, y a esperar a ver qué pasaba. Toda nuestra artillería y el resto de las fuerzas estaban listas para apoyar la acción. —¿Hicieron contacto? —Sí. La operación fue un éxito. Rescataron al herido. A las diecinueve horas ya este volaba en un helicóptero hacia Menongue, atendido por un equipo médico. —¿Cómo reaccionó usted? —Orgulloso de cómo había actuado el Destacamento. Entonces, mandé a buscar al Jefe de la patrulla. —¿Quién era? —Un joven cubano de unos veinte años. Le pregunté qué había pasado. Me lo explicó con lujo de detalles y con mucha seguridad. Me sentí satisfecho. Pensando en su agotamiento, tensión vivida, estado anímico; le ordené que se retirara a descansar. —¿Qué le respondió? —Me miró con los ojos anegados en llanto y me dijo: "Usted no me vaya a sacar de la exploración, esta misión no la pude cumplir, pero estoy listo para salir de nuevo, ahora o cuando usted lo ordene. —¿Qué sintió en esos momentos? —No pude evitar un escalofrío de admiración por aquel muchacho, que podía ser mi hijo. Lo abracé a la vez que le expresé: "No te preocupes por eso. Ustedes han escrito una página de gloria. Descansa ahora, que vas a tener la oportunidad de escribir muchas más". Así fue el temple de los hombres en Cuito-Cuanavale. |
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