 Marina
Mercante Cubana Firme la proa contra vientos, mareas y agresiones
EMILIO DEL BARRIO MENENDEZ
Entre las más genuinas obras de la Revolución, la Marina Mercante Cubana, que cumple 40 años de fundada, se destaca por su importante papel en el reforzamiento de la independencia económica y política del país.
 |
LIBORIO NOVAL |
El Sierra Maestra, durante muchos años buque insignia de la flota, fue el primer y gran barco adquirido por la Revolución.
Su nacimiento se ubica en un día como hoy de 1961, cuando surgió la Empresa Consolidada de Navegación Mambisa; pero en buena ley, pudiera decirse sin temor que la flota con verdadero sentido nacional comenzó a gestarse apenas un mes y medio después del triunfo del Primero de Enero de 1959: el 17 de febrero de ese mismo año, se creó la Oficina de Fomento Marítimo Cubano, bajo la dirección del comandante Andrés González Lines.
¿Por qué esa premura? Pues una Marina Mercante que responda verdaderamente al país, conjura riesgos estratégicos de la economía, ya que garantiza la transportación de productos vitales para la subsistencia y desarrollo de la nación desde aquellos mercados que mayor ventajas ofrezcan.
Por otro lado, los costos de los acarreos marítimos disminuyen considerablemente al ser inferiores los gastos en que incurre una naviera nacional, en relación con el pago de fletes a las naves agrupadas en conferencias
—monopolios marítimos— lo que permite obtener más fondos para el propio desarrollo de la flota o para otros empleos en la economía nacional.
Contribuye, a su vez, y de manera importante, a disminuir el desequilibrio de la balanza de pagos, pues el pago de fletes a barcos de otras banderas genera egresos de divisas frescas que se convierten, de hecho, en una vía de descapitalización del país. También es fuente de empleos y contribuye al desarrollo de otros sectores y ramas, ya sean astilleros, talleres, otras industrias mecánicas...
Nada de eso fue posible antes de la Revolución. Los desgobiernos flaqueaban ante las presiones de los poderosos. Los niveles de intercambio comercial en la segunda mitad de la década del 50 del pasado siglo, superaban los 1 500 millones de pesos anuales; sin embargo, solo existían 14 barcos con banderas cubanas los cuales apenas acumulaban 57 715 t de peso muerto o capacidad de carga. Por tanto, el transporte marítimo desde y hacia Cuba estaba en manos de navieras extranjeras
—la mayoría bajo el sistema de conferencias— con las norteamericanas fundamentalmente.
Desde febrero de 1959 esa situación comenzó a cambiar. Primero los esfuerzos se centraron en la organización y la creación de instrumentos legales que permitieran iniciar un paulatino y fortísimo proceso inversionista. Estos esfuerzos se pueden calificar de extraordinarios pues se realizaron, y continúan efectuándose, bajo una intensa actividad del imperialismo yanki para frustrarlos. Las agresiones en ese sentido tienen una historia de más de cuatro décadas, que por demás se han recrudecido en los últimos años.
Sin embargo, el enemigo no pudo impedir la forja de una Marina Mercante verdaderamente cubana y revolucionaria. El 10 de febrero de 1961 marcó otro hito en la historia de nuestra flota comercial: ese día cruzó frente al Morro de La Habana, la motonave Sierra Maestra, que con sus 13 750 t de peso muerto se convirtió en el mayor buque que bajo pabellón cubano entrara a la bahía. Fue el primero de los mercantes adquirido por la Revolución, construido en la RDA.
Les siguieron el Comandante Camilo Cienfuegos, el Aracelio Iglesias y el Comandante Andrés González Lines, cada uno tenía un peso muerto de 11 767 toneladas. Solo esas cuatro naves adquiridas entre 1961 y 1963, con una capacidad de carga total de 49 051 acumulaban un peso muerto casi igual a la de todos los barcos comprados durante los 56 años de república mediatizada.
Y a estos les siguieron otros que de forma sistemática e ininterrumpida se han ido incorporando a lo largo de estos 40 años para incrementar la flota o para sustituir capacidades de buques envejecidos. Hoy las navieras cubanas agrupadas en la Asociación Antares, operan barcos de diversas especialidades con una capacidad de carga total superior al millón de toneladas. Navegan por todos los mares del mundo asumiendo un gran volumen de nuestro comercio exterior y acudiendo al mercado internacional de fletes para ingresar divisas frescas al país.
EL ALMA DE LA MARINA MERCANTE
Pero la Revolución no solo organizó, creó y desarrolló una flota mercante verdaderamente nacional, también formó a sus hombres, técnica y moralmente. Cientos de oficiales de máquina y cubierta, miles de especialistas y marineros se prepararon en escuelas y se forjaron no solo navegando contra viento y marea, sino también haciéndoles frente con todo el honor de su pueblo a numerosas agresiones del imperialismo y sus lacayos.
En cuanta ocasión les ha correspondido a los marinos cubanos ser exponentes de la dignidad nacional, se han comportado como verdaderos mambises de la mar y han puesto bien en alto la dignidad de los cubanos y el limpio nombre de su Revolución.
Hermosas páginas de nuestra historia han escrito los marinos cubanos: los tripulantes del Jigüe y el Imías, bloqueados en el minado puerto vietnamita de Haiphong, durante la agresión yanqui. Prefirieron permanecer allí y volar en pedazos antes que abandonar al hermano pueblo. Los hombres del Playa Larga, que ametrallados y cañoneados por la aviación y marina fascista de Pinochet, mantuvieron su decisión de ir al fondo del océano antes que dejarse capturar arbitrariamente.
Y cómo olvidar a los del Herman, quienes ante el arbitrario ametrallamiento de la nave por parte de un barco de guerra norteamericano, estaban dispuestos a inmolarse antes de entregarse. Y aquellos marinos que asumieron la responsabilidad de transportar hombres y armas hacia Angola para preservar su independencia. Fueron cientos y cientos de marinos los que realizaron esas inolvidables travesías en nombre del internacionalismo.
Nunca un mando ha rendido a su buque, desviado su rumbo o detenido las máquinas ante ninguna de las múltiples presiones y agresiones armadas de que han sido objetos. Nuestros barcos mercantes son de acero; pero su temple se lo han dado sus hombres, quienes son, en definitiva el alma de la Marina Mercante Cubana, que desde hace cuatro décadas, dejó de ser un viejo y quimérico sueño, para convertirse en realidad.
|