ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
El Jilguero conquistó el cariño del pueblo cubano gracias a sus melodías y su voz. Foto: Archivo

¡Cuánta simpatía, cuánto gracejo derramados sobre esas estrofas cuyas fibras se tejían a partir del optimismo, la cubanía y la unidad! ¿Qué si no es lo que contiene ese himno colectivo, recordado tantas veces y no solo en las celebraciones por el 28 de septiembre, titulado La caldosa de don Kike, en la inmortal versión del artista?

Inocente Iznaga, artística y popularmente conocido como «El Jilguero de Cienfuegos», fue, sobre todo, un representante indeleble de la música campesina cubana. Su éxito creativo solo se manifestó, a plenitud, al calor de un proceso revolucionario que brindó igualdad social en cada uno de los planos.

Bien que conocieron sus padres, Felicia y Vicente, de la miseria y del racismo, flagelos tan típicos del régimen neocolonial prerrevolucionario.

No le fue fácil a la pareja criar a 12 hermanos, pero su trabajo dio buenos frutos. Inocente (nacido el 28 de diciembre de 1930) fue un hombre de bien, y un artista que entregó alegría a los suyos.

Su escasa edad no le eximió de aportar lo suyo en el surco, pues la numerosa prole precisaba tener algún plato en su mesa. Por tanto, el chiquillo no pudo pasar del primer grado escolar, durante aquella seudorrepública que escindía estudios u otros tantos sueños.

Su talento iba en la sangre. Él representó la expresión fiel de eso que llaman un «natural»; desde los siete años entonaba guajiras y décimas, contagiando de entusiasmo a los contertulios de esos guateques convertidos en la única alegría de los poblados rurales de la Cuba olvidada por los desgobiernos de turno, sumidos en la corrupción y el vasallaje.

Proveniente de Arimao, poblado cienfueguero, concitó tanto la atención su canto que, apenas un adolescente, ya sus trinos salían al éter en radioemisoras del territorio. Eso fue antes de emigrar hacia La Habana, donde lo nombrarían Príncipe del Punto Cubano.

Entre sus distintas incursiones radiales en la capital, tuvo la oportunidad de intervenir en Patria guajira, programa nocturno de Radio Cadena Habana, junto a otros dos grandes de nuestro patrimonio cultural: Justo Vega y Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí). En ese entorno comenzaron a llamarle «El Jilguero», apelativo por el cual se le conoció por el resto de su extensa carrera.

Su picardía congénita, las ocurrencias de sus versos, la sabrosura cubana de su voz, marcaron durante muchos años el espacio televisivo Palmas y cañas, emblemático para los cultores de la música campesina cubana.

Allí compartió escenario con las cúspides del género, también con su esposa de toda la vida, Martica Morejón, a quien conoció cuando él integraba filas en el grupo de Modesto Morejón, el padre de ella. Ambos tuvieron un hijo, Antonio Alberto Iznaga Morejón («El Jilguerito»), el cual siguió los pasos de su papá en el género.

Fallecido en La Habana, el 10 de febrero de 2012, a los 81 años, Inocente Iznaga constituyó un defensor raigal de nuestra autoctonía, e hizo de la identidad nacional un símbolo de orgullo.

Merecedor de la Medalla Alejo Carpentier, así como de varios otros principales reconocimientos, conquistó el cariño del pueblo cubano gracias a sus melodías y su voz, esas que siempre puso en función de los suyos, para infundirles alegría, deseos, fuerzas, compromiso.

A la altura del aniversario 95 de su nacimiento, cabría honrar su memoria mediante el estudio de su obra, no solo en la enseñanza artística, sino como parte de la formación cultural en instituciones educativas generales o de perfil cultural.

La historia de este hombre negro –quien se hizo de un nombre dentro de un género que, en cierto momento histórico, solo fue abordado por blancos–, el relato de su fuerza vital y espíritu de superación, también, darían para una digna obra audiovisual.

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