ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
A 115 años de su nacimiento, Ángel Augier en el recuerdo. Foto: Liborio Noval

«No existe ninguna historia de las letras cubanas del siglo XX que deje de mencionar a Ángel Augier Proenza. Resulta una figura relevante en la crítica y la investigación literarias y en la creación poética».

Con toda la autoridad que lo asiste, así se refería el destacado investigador y escritor Salvador Bueno al poeta y ensayista, Premio Nacional de Literatura 1991, que, nacido el 1ro. de diciembre de 1910, en Holguín (hace ya 115 años), y fallecido en La Habana, el 20 de enero de 2010, honró, con su nombre y su ardua vida, la urdimbre de la cultura cubana.  

Una librería asentada en el central Santa Lucía, donde había nacido, nutrió el apetito del pequeño Augier, que, embelezado con las letras, hallaba en los libros el mayor placer. Alguna escritura infantil dejaría ver el rumbo de su faena adulta, y ya en la adolescencia, un ilustrado poeta santiaguero, Lino Horruitiner –de hondo sentir patriótrico y muy escasa divulgación a pesar de sus méritos– le mostró, en torno a los fundamentos de la lírica, ese necesario abecé que nunca olvidan los que, siguiendo esos pasos, se hacen grandes.

Muy joven emprende rumbo hacia La Habana, y pronto dirige la redacción de la revista Ellas; en la Oficina del Historiador de la Ciudad, se desempeñará como investigador de temas literarios. Las aulas de la Escuela Técnica Industrial José B. Alemán lo tendrán como profesor de Artes Gráficas, un conocimiento que perfeccionará gracias a una beca obtenida, auspiciada por la Unesco en la Escuela Estienne; pero los recodos de la literatura siguen agitando sus sueños y a conquistarlos se enrumba. En varios medios (El Mundo, Hoy, Social, Carteles, Bohemia…) estampará su firma ya reconocida por su consistente pluma. 

Comunista de pura cepa, al triunfar la Revolución ocupa la jefatura de la redacción de Prensa Latina; fue subdirector del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, director de la Revista de Literatura Cubana de la Uneac, jurado del Premio Casa de las Américas, Miembro de Número de la Academia Cubana de la Lengua, miembro del Consejo Asesor del Centro de Estudios Martianos.

Al mismo tiempo, Augier es autor de una obra poética, con títulos como: Uno, Canciones para tu historia, Isla en el tacto y Las penúltimas huellas; y dentro de la creación ensayística, trabajos tales como: De la sangre en la letra, Prosa varia, Acción y poesía en José Martí y Cuba en Darío y Darío en Cuba, en ambos casos por solo mencionar algunas.

Doctor en Ciencias Filológicas, graduado de la Universidad de La Habana y del Instituto de Literatura Mundial Máximo Gorki de la Academia de Ciencias de la URSS, donde se doctoró en la obra poética de Nicolas Guillén, limitó, como sucede a otros estudiosos, su propia factura creativa en aras de las responsabilidades y su quehacer investigativo, en el que se registran también importantes escritos sobre Lorca, Rafael Alberti y Pablo Neruda.

«Fui amigo de Guillén desde el año 1934 –expresó en una entrevista el estudioso mayor de la obra del Poeta Nacional– pero he dicho que mi interés por estudiar la obra de Guillén no radicaba en un interés amistoso, porque tenía otros amigos por los que no hacía lo mismo, sino porque me parecía que había de destacar el carácter, el espíritu nacional cubano en la obra de Guillén».

El absoluto dominio del idioma para pulsar el ensayo, con esa voz propia que rige el decir en la crítica literaria, tal como se percibe y con honesto miramiento, no fue menor al volcar su sentir en la poesía, esa criatura que no admite hormas y a la vez es dueña de matrices necesarias para alcanzar su estatura. 

Recordemos al poeta –merecedor de la Orden Félix Varela de primer grado, y Héroe del Trabajo de la República de Cuba, entre muchos otros reconocimientos– en tan hermosa fecha, desde los versos de No te voy a decir, una de sus más hermosas creaciones:

No te voy a decir / que quiero ser la arena / que tus pies desnudos acaricie, / ni los rayos del sol que bajen jubilosos / a dorar más aún / la fina miel que forma tu epidermis, / ni el agua que la abrace con su espuma / ni el viento que la bese y agite sus cabellos. / Sólo quiero pedirte que no dejes / que el beso y la caricia / de la arena y las olas, / de la luz y del aire, / destruyan la huellas de los míos / ni mi recuerdo que te sigue / como muda presencia inevitable.

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