ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
José Antonio Chávez fue maestro de generaciones, y sembró afectos, además, en muchas personas. Foto: José Antonio Cortiñas

Como si de un amor a primera vista se tratase, llegó José Antonio Chávez (1945-2025) a la disciplina que sería su gran pasión durante más de medio siglo: la danza. Fallecido este domingo en Ciego de Ávila, a causa de una afección pulmonar, el premio nacional de Danza 2023 –uno de los artistas más activos del panorama cubano contemporáneo– deja tras de sí una vida de creación y pedagogía en el Ballet de Camagüey, su casa artística por más de cuatro décadas.

Aunque nació en Holguín, la Ciudad de los Tinajones lo adoptó como un hijo excepcional, pues narrar la historia del Ballet camagüeyano resultaría imposible sin su estela. Justamente un mes atrás, al cumplir 80 años –en medio de las complejidades del huracán Melissa–, los elencos de Santiago de Cuba y de Camagüey insistieron en rendirle homenaje.

Su trayectoria como coreógrafo y guía para novicios en el arte de las puntas no fue sencilla. En ocasiones rememoró que, siendo apenas un adolescente, fue expulsado de su casa por querer ser bailarín. Esta historia dramática constituyó el punto de partida del documental Chávez en cuerpo y alma, estrenado el pasado octubre para mostrar cómo aquellos años de sacrificio moldearon su personalidad artística.

En la juventud, se trasladó a La Habana para iniciar su formación en la danza, y llegó posteriormente a Camagüey. Desde allí, en palabras del vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Yuris Nórido, «ganó prestigio y reconocimiento, convirtiéndose en puntal de un empeño que parecía utópico: hacer de la danza clásica, semilla y fruto en una ciudad grande de la cultura cubana».

Debutó como bailarín el 9 de marzo de 1970, en la primera puesta en escena de Giselle por la compañía camagüeyana; cuyo perfil artístico luego se definiría, tanto en lo coreográfico como formativo por sus enseñanzas.

Su rol de Mamá Simone en, La Fille mal Gardée, llegó a ser considerado por la crítica como la mejor interpretación del personaje, dotada de un toque de comicidad muy particular.

A su compañía dedicó obras como Ofelia, Vivaldiana, Concierto barroco y Fatum, entre una larga lista de títulos que dotaron a la agrupación danzaria de un repertorio de solidez estética y trascendencia nacional.

Vale destacar, también, su papel en la fundación del Ballet de Cámara de Holguín y el Ballet de Santiago; y la colaboración, además, con compañías como Codanza, Danza Libre, Baul, entre otras. 

El vacío que deja su partida trasciende el escenario, pues desde 1995 ejerció como pedagogo de varias generaciones de bailarines y coreógrafos, en las disciplinas de composición coreográfica, repertorio, historia y teoría de la danza,

Entrevistado por Adelante, periódico provincial de Camagüey, ante la pregunta de sobre qué escribiría un libro, respondió: «He soñado escribir la historia de mi vida que, si la esbozo a grandes rasgos, puede ser perfectamente una novela. Indudablemente, el tema central sería el amor».

Quien vivió y amó la danza como él no habría podido escribir sobre otro tema, y esa disciplina, que fue su vida, hoy lo hace eterno.

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