ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Cuán grato es disfrutar de una función teatral, ese arte surgido en la antigua Grecia que, durante milenios, ha alimentado el espíritu tanto del público como de los actores.

Una de las obras que componen la muestra. Foto: Internet

Si bien los intérpretes son indispensables para el éxito de una puesta en escena, también vale la pena cuestionarse la importancia del resto de las disciplinas que confluyen en una obra. Cuando la función es «buena», no faltan elogios para las actuaciones. Pero, ¿presta el público suficiente atención a la selección musical, los juegos de luces, la disposición del atrezo o al vestuario? Son especialidades que enriquecen la integridad del montaje y, en ocasiones, no gozan del reconocimiento merecido.

Así lo entiende el artista de la plástica Israel Rodríguez González, quien, además, cuenta con un largo recorrido en el diseño escénico.

En el marco de la 21 edición del Festival de Teatro de La Habana, se presentó, en el Centro Cultural Bertolt Brecht, una colección suya de bocetos escenográficos y de vestuario, en coautoría con Mayra Rodríguez Rodríguez.

Las 24 piezas expuestas pertenecen a La señorita Julia, del escritor sueco August Strindberg, obra que ahonda en la historia de una joven aristócrata quien, motivada por sucesos dramáticos, explora un mundo ajeno al suyo, que le resulta fascinante y complejo.

Estos diseños, concebidos durante la pandemia de la covid-19, fueron distinguidos con el Gran Premio de Diseño Rubén Vigón en 2022, otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

«Traté de recrear las líneas de vestuario de la época, pero con una visión contemporánea y más cercana al público cubano», dice Rodríguez González mientras asegura que esta libertad creativa no alteró la esencia de la obra: «De hecho, la puesta en escena profundizó más allá del texto original, desde cuestiones filosóficas y en el interés en los personajes secundarios, a los que Strindberg no prestó mucha atención».

Resulta innovador cómo, en el papel, los diseños presentan puntadas con hilos de colores diversos, de modo que los personajes parecen movidos por una fuerza mayor; quizá la intensidad de las pasiones humanas, reflejada también en la potencia cromática del vestuario.

El valor de esta exposición aumenta al permitir asistir a la metamorfosis de Julia a través de elementos sutiles como la evolución de su vestir y peinado, sus gestos y expresiones. Ella, inicialmente inocente, rígida y frágil, se transforma en una mujer indómita y salvaje que rompe con su patrón de «señorita».

Cabe destacar el ingenio de los diseñadores, quienes reciclaron y reutilizaron elementos y materiales que en otras manos pudieron ser inútiles, pero que ellos supieron aprovechar.

Les unen 25 años de trabajo escénico, una relación profesional que, inevitablemente, se filtra en la calidad de su labor. «Es un verdadero artista, con él aprendo muchísimo», afirma Mayra sobre su compañero, sin atisbo de dudas. Israel, por su parte, le corresponde dedicándole esta muestra a ella, y «al esfuerzo que hacen las mujeres creadoras en nuestra sociedad».

La muestra, abierta al público durante un mes, constituye un excelente ejemplo de cómo la calidad del diseño se traduce en mejores conceptos sobre el escenario.

Quizá quienes la visiten encuentren en ella una motivación para, en la próxima función a la que asistan, reflexionar sobre las incontables horas de esfuerzo colectivo y las diversas manifestaciones creativas que se requieren para materializar un sueño sobre las tablas.

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