ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Aunque al pintar empleó técnicas diferentes, en su diversidad se distingue su lenguaje personal. Foto: Archivo de Granma

A pesar de que en sus últimos años el pintor Eduardo Abela Villareal (1889-1965) llegó a declararse «un hombre sin mañana», el tiempo ha tenido la última palabra, al demostrar la validez absoluta de su obra, pues como afirma Roberto Cobas Amate, especialista del Museo Nacional de Bellas Artes, «para un artista de tal magnitud, el futuro solo puede deparar un mañana luminoso».

Al cumplirse 60 años de su fallecimiento, muchos cubanos lo recuerdan por crear la caricatura de El Bobo: un gordito de apariencia despreocupada y trazos ligeros, convertido en uno de los más críticos opositores, en la letra impresa, del dictador Gerardo Machado.

Sucede, además, que Abela tuvo una prolífera obra en las artes plásticas, que lo colocó entre los pioneros del arte vanguardista de la Isla, al otorgarle resonancia universal a los atributos medulares de lo cubano.

El destacado artífice nació en la región de San Antonio de los Baños (en la actual provincia de Artemisa), donde se inició como tabaquero. Luego de trasladarse a La Habana, estudió en San Alejandro y, tras concluir sus estudios, marchó al extranjero a continuar su formación.

La beca que le permitió realizar este viaje de estudios –anunciado hasta en la prensa– resultó, en cambio, ser un muy reducido estipendio. Se cuenta que Abela resolvió el problema involucrándose en las milicias internacionales que partieron al conflicto España-Marruecos, aunque al llegar a puerto español procedió a desertar, para continuar sus andanzas como artista.

Ya en Cuba, entre 1924 y 1927, inició sus colaboraciones en La Semana, en la que insertó gráficamente al mencionado Bobo, y formó parte del Grupo Minorista de intelectuales y artistas. De acuerdo con los pronunciamientos colectivos de la agrupación, esta trabajaba por la renovación artístico-literaria y política del país.

Cuando se fue a París, ocupaba un lugar relevante entre los creadores de la primera vanguardia artística cubana. Guiado por el escritor Alejo Carpentier, se adentró en temas relativos al acervo afrocubano. De tal forma, en un movimiento que también se extendió a la narrativa y la música, Abela se erigió como un precursor en la pintura.

De la bruma de la «Ciudad Luz» le surgieron nuevos colores, en su afán de evocar los recuerdos antillanos. La experiencia parisina, según Cobas Amate, cimentó, en el artista, muchas características de su posterior lenguaje personal.

En Cuba, respaldado por sus triunfos, el Diario de la Marina lo contrató como caricaturista en 1930. Así El Bobo ganó popularidad –utilizando códigos de lecturas que burlaban la censura– por su compromiso político con la lucha cívica contra la dictadura de Machado.

Tras el cese de la dictadura, inauguró, en mayo de 1934, dos exposiciones retrospectivas para despedir a su icónico personaje. Pocos días después marchó a Italia, para ocupar un cargo en el Consulado cubano en Milán; labores diplomáticas que luego fueron extensivas a otros países.

Hábil con distintas técnicas y formatos, su estilo se volcó hacia una interpretación plástica de los campos cubanos. Con lienzos como El adiós (1936), Los novios (1937) y Guajiros (1938), el artista realizó una contribución sustancial a la visualidad criollista de la época.

Sus últimas producciones artísticas datan de los años 50 –su ciclo creador más sólido, según la crítica–, con temáticas asentadas en el universo infantil y las fantasías oníricas. Tal repertorio, enriquecido con nuevas combinaciones y soluciones pictóricas, lo consolidaron como uno de los más notables artistas de la Isla.

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