¿Qué conversarían en aquel encuentro? Seguro la muerte no se asomó siquiera por el diálogo, aunque hablaran de aviones de combate; en realidad, de uno solo, aquel que obsesionaba a Rolando Escardó: el que comprarían con los fondos recaudados por el Primer Encuentro Nacional de Poetas, para regalárselo a la flota aérea cubana y defender a la Revolución.

Él convocaba, era en sí mismo el entusiasmo. ¿Cómo iba a faltar Carilda Oliver Labra? Apenas una hora después de la despedida en Tirry 81, ella recibió noticias sobre Rolando: había tenido un fatal accidente en Jagüey Grande. En la entonces Casa de Socorros fue suya la misión de identificarlo. Era el 16 de octubre de 1960. El poeta y teniente del Ejército Rebelde tenía apenas 35 años, y aún no había visto un libro suyo publicado.
Carilda le escribiría luego: No lloro, / no capitulo, / no maldigo; / en honor tuyo sean los murciélagos / y las brumas que amabas. / Pienso que tu sangre reverbera en las cooperativas, / que eres esa vuelta en redondo de las ceibas, / esa frente de pobre salvándose / y que tu jeep sigue dando tumbos por la Revolución.
Rolando había nacido en Camagüey, el 7 de marzo de 1925. Siempre tuvo vocación de aglutinar; a pesar de su formación autodidacta, pensaba en grandes proyectos, como el grupo Los Nuevos, con el que publicó una antología poética de Martí; o el grupo Yarabey.
Debido a sus actividades revolucionarias en la clandestinidad, la prisión y las persecuciones, se vio obligado a emigrar a México en 1958. Luego de que triunfara la Revolución, regresó a Cuba, y se entregó de lleno a múltiples tareas: fue jefe de Zona de Desarrollo Agrario, gestó cooperativas de carboneros en la Ciénaga de Zapata, se implicó en indagaciones espeleológicas, y siguió escribiendo y publicando en revistas como Ciclón y Lunes de Revolución.
En el poema Isla, decía: Pero lo que importa es la Revolución / lo demás son palabras / del trasfondo / de este poema que entrego al mundo / lo demás son mis argumentos. / No creáis en mis palabras / soy uno de tantos locos que hablan / y no me comprenderéis / no creáis en mis palabras / esta isla es una montaña / sobre la que vivo...
Según algunos especialistas, en el trabajo de Escardó para gestar la primera reunión de intelectuales revolucionarios cubanos tras 1959, está la génesis de lo que luego sería la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Fue la suya una muerte muy dolorosa para sus contemporáneos. Se dice que, en el entierro, los poetas lanzaron sus bolígrafos sobre el féretro como muestra de respeto.
Finalmente, a finales de octubre de 1960, se realizó en Camagüey el Primer Encuentro Nacional de Poetas, que asumió su nombre. La declaración final del evento rezaba: «proponer a los poetas, artistas e intelectuales cubanos que permanezcan en el territorio nacional para servir a la Revolución en caso de que nuestra patria sea invadida».
Si no cayó en el olvido la obra del autor de versos como los de Fuego Negro: Ni yo mismo comprendo lo que me trajo / ni lo que me arrastra / mas entiendo esas realidades que me espantan / o acaso entiendo que este valle de lágrimas /no es mi casa. / Pero tus ojos me hablan de esos extraños mundos / a los que no he viajado / oh estrella / fuego negro que me matas; fue por el compromiso de otros escritores de compilar y publicar su obra.
Póstumamente, apareció el poemario Jardín de piedras; así como Libro de Rolando, con prólogo de Virgilio Piñera, y Las Ráfagas, prologado por Samuel Feijóo.
Sobre lo escrito por Escardó, opinó José Lezama Lima: «Su verso nos da la sensación de algo que se sujeta trágicamente con las dos manos, mientras un rumor parece invadir el amargo sembradío de cactáceas, como el sombrero aguantado con los dientes por los ganaderos de reses bravas».
Como poeta de experiencias que se confunden con el hambre, el insomnio, la sed, el miedo, de tan entrañables e imprescindibles y desconocidas, lo caracterizaría Enrique Saínz: «poeta conversacional y mucho más, de una intimidad que él sabía suficiente para comprender y comprenderse, poeta del diario vivir en sus acciones más simples y al mismo tiempo más misteriosas».
Rolando escribió una vez que «el arte en sí no representa la visible personalidad del hombre, sino del artista, quien a su vez, desdoblado en el anhelo interior, despersonaliza su personalidad de hombre, para convertir su actitud en arte, la que se desprende permaneciendo, distante y fija, en el espacio».
Bien quedó él para los demás hecho patrimonio emocional, por su arte, y su actitud de hombre. Valgan para probarlo los versos de Waldo Leyva: Rolando T. Escardó: / yo llegué a la poesía / después del manotazo de tu muerte, / cuando la Revolución se me instaló en el pecho / como un corazón lleno de pájaros furiosos.
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