Black Bird, serie norteamericana de la plataforma Apple tv+ transmitida en la Televisión Cubana hace algún tiempo, constituía una de las deudas de estas páginas. Disponible en varios sitios para su descarga, hoy se la recomendamos a los espectadores que aún no la hayan visto, quienes no se arrepentirán al hacerlo.
Su showrunner o creador es una firma en mayúsculas del género negro en Estados Unidos, el escritor Dennis Lehane, el autor detrás de películas imperdibles a la manera de Mystic River (Clint Eastwood, 2003); Gone, Baby, Gone (Ben Affleck, 2007) o La isla siniestra (Martin Scorsese, 2010). Y alguien también con experiencia televisiva desde los tiempos de The Wire (David Simon, 2002) o Boardwalk Empire (Terence Winter, 2010).
En Black Bird, Lehane convierte en serie fictiva el libro de no ficción In With the Devil: A Fallen Hero, A Serial Killer and a Dangerous Bargain for Redemption, escrito por James Keene.
En ese texto, Keene repasa su tránsito por la prisión de máxima seguridad de Springfield, donde extrajo la información requerida (la ubicación donde está enterrado el cuerpo de una víctima) para la definitiva condena máxima ulterior al asesino serial de niñas y adolescentes, Larry Hall, también encerrado allí en esa etapa.
La compleja misión al servicio del FBI no fue de gratis: el joven deportista de prontuario delincuencial, Keene, quedaría exonerado de su castigo penal gracias a dicho servicio.
El gran mérito de Lehane consiste en reconvertir dicho material biográfico en un trabajo de ficción vigoroso, remarcado por la naturaleza de sus diálogos y la forma cómo fragua la interrelación entre Keene (Taron Egerton) y Larry (Paul Walter Hauser).
Hay astucia dramática en el modo mediante el cual construye y pone en marcha el proceso de acercamiento del primero, con el fin de sonsacarle los datos impugnadores al singular asesino: un sujeto de personalidad patológica y enajenada, quien por momentos no tiene ni siquiera la certeza de haber cometido sus crímenes.
Justo la configuración del personaje de Larry constituye lo más redondo del trabajo de escritura, porque es dibujado desde diversidad de ángulos, anverso y reverso, en los matices, en las gradaciones, en la particular línea sicológica de su realidad creada a partir del sostenimiento y refutación de su propia verdad: algo concebido ejemplarmente en su vaga línea de separación.
Lehane extravasa la dimensión del original literario, hunde el dedo en su ambigüedad e inquiere en las condicionantes sicológicas que, desde la infancia, podrían haberle inducido a su presente criminal. Larry, en tanto personaje y –en términos de guion, pero también globales–, representa la cualidad mayor de la serie. Lo asume Paul Walter Hauser, en una composición admirable.
El actor de El caso de Richard Jewell (Clint Eastwood, 2019) ejecuta un trabajo muy atento a los detalles que definen a su personaje: susurros, engolamientos, mohines, enarques, miradas curiosas de niño descarriado que intenta descifrar a ese hombre que se ha convertido en su único amigo de la prisión y suele ver como un hermano…
Todo, absolutamente todo –y ahí figura, junto a la gestualidad y la dicción, la forma de desplazarse–, es de veras magistral en la defensa de su rol. Ello tiende a acentuar, por efecto de contraposición, las carencias interpretativas de su partenaire. Demasiado plano aquí, Taron Egerton (bien, al contrario, en la serie Humo, de 2025) desentona en el intercambio, algo que debió impedirse desde la misma selección de reparto o a través de la dirección actoral. Con una estrategia interpretativa diferente, u otro actor, pudiéramos haber presenciado uno de los duelos histriónicos más sobresalientes de la teleficción sajona reciente.
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