La tarde antes hubo dos sismos perceptibles. Nadie de entre quienes habían venido de otras partes a participar en el Festival Al Sur está la poesía, los sintió. Pero esa noche fue imposible sustraerse a cierta atmósfera de inquietud, una preocupación dicha en voz baja, como quitándole importancia, pero que acaparaba todos los diálogos:
«Ay, mijo, tú que vendes de todo, consígueme Diazepán, que no puedo con esto de nuevo»; «Yo voy a dormir en mi cama, y que sea lo que Dios quiera»; «Si pasa en la madrugada no salgan corriendo, que se marean, es mejor quedarse quietos».
Quien no es de allí no puede aquilatar bien la zozobra de aquellos que vivieron «el temblor», en noviembre de 2024. Hay varios rastros, el del muelle es uno de ellos, el mármol se abrió como mantequilla, por una de esas grietas, se baja al mar…
Y, sin embargo, a la mañana siguiente, la inauguración va. Hay un calor tremendo en el parque. Alguien advierte: «No se preocupe, poeta, que antes de que el Festival acabe, lloverá, eso es ley». Lo primero que dice la periodista Vilma Vilena, locutora del evento hace muchos años, es que «Pilón tiembla, pero no se asusta».
Como no hay corriente, los poemas se leen a viva voz. La gente hace silencio. De pronto, un viejito que va de paso, sin pedir permiso, empieza a recitar una décima. Mientras se aleja, todos lo aplauden, es como si acabara de pasar por allí el alma del pueblo.
ENTRE EL MAR Y LA MONTAÑA
El motor ruge, pareciera que en cualquier momento va a cansarse del esfuerzo de subir y subir y subir. Por las ventanas del camión de montaña, se cuelan las ramas con violencia. Es evidente que no pasan muchos vehículos por el camino. Mejor es no mirar abajo: no falta quien haga el cuento de los que se desbarrancaron, quizá para disfrutar la palidez que produce el relato en los nuevos. A medida que se asciende, refresca.
Leer poesía en comunidades alejadas ha sido una de las claves del Festival durante 35 años. A quienes vienen por primera vez les sigue pareciendo una idea un poco extravagante, ¡tanto se ha escuchado que la poesía es para un público mínimo! Pero el recibimiento en Las Cajas acaba con todas las dudas: aplaudiendo a más no poder dan la bienvenida.
Las niñas y los niños lucen sus mejores galas. Los vecinos de esa comunidad, de poco menos de 300 habitantes, del consejo popular Ojo de Agua, que pertenece al Plan Turquino, han preparado un sencillo escenario; el piso de tierra, impoluto.
El delegado, Gerson Hechemendía, se disculpa porque le han pedido un discurso y él no es poeta: pero lo que lee después es tan hermoso, denota una cultura tan completa, que los visitantes empiezan a entender que este viaje es tanto para recibir como para dar, y aún más, para entender.
Absorta, la gente del lugar atiende los poemas. Hay una cultura de escuchar poesía, de intentar desentrañar el sentimiento detrás de las palabras, sea fácil o difícil.
No les sobra nada, pero a los poetas les comparten lo que tienen: las uvas, el coco, las ciruelas chinas, el pudín, la caldosa…, les cuentan de sus orgullos: las dos escuelas, el Doctor en Ciencias, los niños cuyo padre está en prisión y su madre lejos, y solo les queda la abuela, pero nada les falta, «porque los tenemos nosotros».
Son unas horas de fiesta, en las que se sonríe mucho. Así será luego en La Pesquera, en Camarones, en la Empresa Agropecuaria, y en muchos otros sitios de Pilón durante los días del Festival. En casi todos acompañarán la música, voces del lugar, increíbles voces, y entusiasmos magníficos, como el de Ciro Tejeda con el acordeón. Y también la venta de los libros, traídos de la librería del pueblo en una modesta caja.
Finalmente, no habrá otros sismos, pero sí la lluvia anunciada, una lluvia finita y tímida, que no podrá contra el calor y se evaporará no más tocar el cuerpo, la calle, las cosas…, pero dejará ese aroma a tierra mojada, el petricor, un rotundo olor a vida nueva, justo como la frase de una madre a su hijo en esos días: «Atiende bien, para que cuando seas grande seas poeta».
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