Todos esperaban con ansias la hora anunciada, y exactamente a las siete de la noche, Silvio Rodríguez, trovador de tantos cubanos y muchísimos en el mundo, comenzó a cantar, ayer, al pie de la escalinata de la Universidad de La Habana.
El concierto fue el preludio de una muy próxima gira por cinco países de Latinoamérica.
Las expectativas en el público eran altas. Desde hace varios días circulaban, por las redes sociales, múltiples carteles, con versos y estribillos de sus canciones, para acompañar al legendario cantautor en su concierto, con el cual también celebró más de cinco décadas de trayectoria artística.
Por tanto, no sorprende que, desde las cuatro de la tarde, fuese numeroso el público, nacional y extranjero, que aguardaba por Silvio en los espacios del tricentenario campus universitario.
Y qué mejor manera de dar inicio, también en cierta forma, a este nuevo curso universitario; porque, aunque allí estuvieron quienes siguen al artista desde sus inicios, para muchos jóvenes era la primera vez que asistían a un concierto suyo.
Un curioso gesto precedió los acordes de Ala de colibrí, el primer tema musical que interpretó. Silvio sacó una cámara fotográfica y retrató a todo el público presente.
Con la misma ilusión de quien sube al escenario por primera vez, recordó ante la multitud palabras martianas y versos de Wichy Nogueras.
Resultó pequeña la escalinata para la cantidad de personas congregadas, que ni siquiera los pronósticos de lluvia pudieron detener. Vaya suerte la de aquellos que, desde los balcones de las viviendas cercanas a la Universidad, contemplaban el recital en las alturas. Pero al final, nosotros fuimos más afortunados, teníamos a Silvio al frente y, a veces, parecía que nos arrullaba al oído.
Con algunos de los temas de Quería saber, su más reciente disco estrenado en 2024, comenzó a deleitarnos. Ahí tenemos a Nuestro después, canción en cuyo título elocuente el cantor se pregunta, bajo su sensibilidad acústica, cuál será nuestra suerte. Con otra de las pistas, Para no botar el sofá..., nos convenció de que aún nos queda mucho por corregir, pero de que «La vara, cada vez más alta, / invita a volar y a seguir».
No desaprovechó la ocasión para agradecer a la comunidad universitaria, y a la suma de voluntades que hizo posible la magia en el escenario.
Seguidamente, unos rayos de sol –cosa rara en estos días– se asomaron entre las nubes, como si las melodías de Silvio obrasen milagros hasta en el cielo.
Entre el público, no faltaron personas enarbolando banderas de Cuba, Chile y Palestina, ni tampoco individuos con kufiyas –igualmente portada por el trovador– en señal de denuncia al genocidio israelí, causa a la que él ha demostrado no ser indiferente. Hubo incluso alguien que sostuvo un cartel de muy sencilla presentación, pero que resumía el sentir de los presentes: «Te amo, Silvio».
En el devenir del recital fue como si hubiese querido darnos una estocada mortal, en el mejor de los sentidos y con cierta ternura, ya que reservó exclusivamente sus temas clásicos para el final; pero eso solo puede hacerlo alguien que se ha ganado al público por décadas, con su timbre diáfano y sereno.
La selección y su orden fueron balanceados, y antes de regalarnos algunas de las tan esperadas canciones –Ángel para un final, La maza, El necio…–sorprendió con su interpretación de la icónica Yolanda, de Pablo Milánes; quien también nos habló de la soledad, el amor y las cosas imposibles.
De la misma forma en que inició su concierto, lo concluyó. Volvió a capturar una fotografía mientras todos pedían a gritos que cantase Ojalá, uno de sus temas más exitosos.
No sería la última. Luego llegó Cualquiera que nace en Cuba, un tema inédito de su futuro disco homónimo, que seguro también recibiremos con los brazos abiertos.
Al final nos despidió con las líneas de otra de sus icónicas melodías, de 1989, Venga la esperanza; porque puede llegar «de cualquier color: / verde, roja o negra, / pero con amor».
Así partirá con su mensaje a Chile, Argentina, Uruguay, Perú y Colombia. Sabemos que será bien recibido, mas es una verdad que no se está mejor, en ningún otro sitio, como en casa; porque Silvio también pertenece a la Universidad de La Habana, y esa, de igual modo, es su casa.




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