Succession (HBO, 2018–2023), una de las series más premiadas, seguidas y copiadas de los últimos años, examina la metástasis moral de una familia vinculada a los medios de comunicación, perteneciente a la cúspide económica y política de EE. UU., cuyos miembros están sumidos en rivalidades, celos y envidias filiales.
El único objetivo de estos seres (varios de ellos lastimeros, frágiles e indefensos, pese a encontrarse en la cima de la cadena alimenticia del capitalismo occidental) es detentar el poder.
La obra de Jesse Armstrong –con guiones de hierro, diálogos insuperables, personajes memorables y un sarcasmo de antología– supone, por extensión, agria mirada a una clase social y a conglomerados de poder que se desintegran en la decadencia, pero que aun así continúan rigiendo el orden mundial.
Varias series se han encandilado en el reflejo de Succession, al querer levantar sus propios relatos sobre emporios familiares de ascendencia política. Poquísimas salieron indemnes del propósito. Dentro del espectro iberoamericano, a criterio del comentarista, las tres que mejor han pasado la prueba son las mexicanas Monarca (Netflix, 2019–2021) y Sierra Madre, prohibido pasar (hbo, 2024), junto a la española Galgos (Movistar Plus+, 2024).
En los tres títulos hay argumento de base, buen trabajo de escritura y diálogos representativos del universo de quiebre/hostilidad en el que transcurren relatos que, amén de poner la lupa sobre los tejemanejes o sordideces de poderosos consorcios, aprovechan para diagnosticar un estado de cosas, y reflejar la putrefacción moral del capitalismo empresarial y corporativo de la actualidad.
Nada de lo anterior lo encontramos en una serie vacía, llena de personajes planos, como la colombiana Medusa (Netflix, 2025), cuyos promotores la vendieron como una Succession tropical en forma de thriller, la cual, supuestamente, magnetizaría al espectador.
Más que de drama social, de trasfondo shakesperiano, (lo que en el fondo son tanto Succession como las tres series iberoamericanas citadas), Medusa tiene mucho del dramatismo exaltado de la peor telenovela, y de ese subgénero que Netflix instaló dentro de su producción latinoamericana: el neoporno suave burgués.
La serie colombiana exhibe, como dudosas cartas de presentación, la puesta en solfa del coeficiente intelectual del auditorio y su erotismo de postal, tan falso, tan artificioso este como una trama que sucumbe a las variantes más gastadas del folletín regional.
Las numerosas, gratuitas, mal montadas e inválidas escenas de sexo «salvaje», swingers (intercambiadores de pareja) e infidelidades, denotan –al extremo– el carácter de representación. Por tanto, no pueden creerse; pues el fingimiento es muy obvio.
No había existido tanta falsía en el acercamiento a lo erótico desde la serie española ¿A qué estás esperando? (Antena 3, 2024), la cual es, en tiempos recientes, el culmen de una bastarda tendencia recién constatada en otro bodrio latinoamericano de Netflix como Pecados inconfesables (2025).
La producción regional de la casa de la N roja posee una horrenda experiencia en el asunto, con ¿Quién mató a Sara?, La venganza de las Juanas, Oscuro deseo, Pálpito, Donde hubo fuego, Perfil falso…, telenovelas burguesas seudoeróticas que, en el caso de Medusa, tiene además la falta de pudor de contentarse con regalar bocanadas de humo, camufladas de desarrollo dramático.
Esos –aquí ridículos– apotegmas de Carl Jung en la apertura de cada episodio expresan la contradicción total que resulta esta serie.
El trabajo de diálogos es realmente pedestre, las actuaciones son muy irregulares, y la imposición de hacerle hablar con un acento que no es el suyo al actor Manolo Cardona (uno de los protagonistas) deviene un sufrimiento extra para la audición.












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victor dijo:
1
16 de septiembre de 2025
08:42:56
Narciso dijo:
2
16 de septiembre de 2025
10:46:22
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