ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Fotograma de la coproducción cubano-soviética Capablanca. Foto: Revista Fotogramas

¿Cine deportivo? ¿Película de época? ¿Historia de amor?... Capablanca (1987), la coproducción cubano-soviética cuya copia restaurada se ha exhibido en la recién concluida novena edición del Festival de Cine de Verano –y que continuará su recorrido por salas del país– pudiera encajar en cualquiera de esos acápites, sin dejar de ser una obra mucho más abarcadora: un testimonio para el orgullo nacional.

Como afirmó su director, Manuel Herrera, premio nacional de Cine 2022, el sábado último en el cine Yara, en la clausura del 9no. Festival, con el filme, que se exhibió en la ocasión, pretendió rendir homenaje a un hombre extraordinario, siguiendo una línea en la que se ha empeñado como realizador: «humanizar a las grandes figuras de nuestro país».

Asimismo, se congratuló del interés por el ajedrez, sobre todo entre los jóvenes, que ha suscitado la exhibición en estos meses, «el ajedrez es parte de la nacionalidad cubana», dijo.

Con un reparto que incluye a César Évora y Galina Beliáeva, en los protagónicos, junto a Eslinda Núñez, Beatriz Valdés, Adolfo Llauradó y Ramón Veloz (hijo), entre otros, y música de Sergio Vitier, la película fue producida por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) y los Estudios Cinematográficos Máximo Gorki, de la entonces urss, y narra la participación de José Raúl Capablanca (La Habana, 1888-Nueva York, 1942), en 1925, en un torneo ajedrecístico en la «Rusia roja», y su significativo, aunque breve, romance con una bailarina del Bolshoi.

Herrera refleja de forma notable las tribulaciones del genio, tercer campeón mundial de la historia del ajedrez y único de Latinoamérica (1921-1927), en una etapa en la que cambiaba paulatinamente la forma de prepararse los jugadores ante cada desafío.

El peso de las expectativas ajenas y la asunción de la derrota son asuntos que atraviesan a lo largo del largometraje al conocido como «Mozart del ajedrez», o «la máquina del ajedrez». Pero, como un trasfondo muy determinante, el director aborda, de igual forma, las complejidades del alma rusa y de la Cuba ensombrecida por la dictadura machadista.

También, sin caer en simplezas o didactismos, Capablanca subraya la cubanía del deportista, que nunca quiso jugar bajo otra bandera, y cuya identidad era evidente fuera cual fuese el escenario.

Después de ver el filme, además del placer estético que ofrece una buena película, queda el orgullo porque un talento semejante fuese nuestro. Se trata de un cine necesario, sobre todo en la actualidad. Como afirmó en un mensaje posterior Alexis Triana, presidente del Icaic, la mezcla de admiración y sorpresa de los espectadores «ratifica la inmensa necesidad de seguir rodando cine sobre la historia amada de esta Patria nuestra».

EL CAMINO DEL RESCATE

Disfrutar de la restauración de Capablanca ha sido posible gracias a la colaboración con la industria cinematográfica rusa, pues las copias que se guardaban en la Isla no tenían la calidad requerida para someterlas a ese proceso; pero sí las que se localizaron en septiembre de 2024 en el Fondo Fílmico de Rusia (Gosfilmofond).

En idioma ruso y excelente estado de conservación, la cinta permitió disponer de todo el metraje, al que se le insertó la banda sonora en español. En esos fondos rusos se han encontrado alrededor de 70 realizaciones cubanas, igualmente preservadas.

Según ha comentado recientemente Triana, otras acciones a favor del rescate de títulos amenazados en las bóvedas son un convenio con la Cineteca de Bolonia, por medio del cual esta semana parten hacia Italia 14 largometraje cubanos para un programa de restauración, de 25 que incluye la primera etapa; e igual proceso en Colombia, con otros cuatro animados de Elpidio Valdés, y en Portugal con Juan Quinquín en Pueblo Mocho.

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