El 3 de septiembre de 1920, en Apurímac, Perú, nació María Isabel Granda Larco, la gran compositora y folclorista que el mundo conoce como Chabuca Granda. Su linaje familiar le llegó, en parte, por su abuelo paterno, el matemático y educador José Granda. Su padre fue un ingeniero que trabajó, durante varios años, en esa zona conocida hoy día como Minas las Bambas, mientras su madre era una trujillana perteneciente a la familia Larco, de ascendencia italiana.
Gracias a la posición social de sus padres, la familia se muda a la capital en 1923 y Chabuca matricula en el Colegio de los Sagrados Corazones Belén, y luego continuó sus estudios en el Instituto Femenino de Estudios Superiores de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Es en la década del 30 que comienza a explorar colores y formas sonoras en diversos formatos, entre los que podemos mencionar el dúo Luz y Sombra. Aflora una etapa de mirada e introspección regional hacia autores como el mexicano Guty Cárdenas, versionando muchos de sus temas en diversos espacios musicales, así como actuaciones en el auditorio del Teatro La Cabaña; integraría poco después un trío, con un repertorio más abierto de diferentes autores y géneros.
La constante superación de Chabuca continuaría y pudo ingresar a la Asociación de Artistas Aficionados de su país, en la que recibió clases de teatro y ópera, elementos musicales que, años más tarde, ampliarían su solidez autoral.
No podemos separar a esta gran artista del entorno social del continente y de las desventajas que sufrían las mujeres, contra lo cual Chabuca mantuvo una posición firme y de profunda rebeldía. Su matrimonio, del que nacieron tres hijos, apenas dura y todo termina en un divorcio con ribetes sensacionalistas para la sociedad de la época.
Chabuca comienza a escribir sus propias canciones y a desarrollar toda una filosofía musical sobre varias líneas de pensamiento, entre las que pueden mencionarse al menos dos con honda complejización personal: de una parte, un camino abocado en su compromiso con la canción de temática social, y por el otro una etapa de influencia y rescate de la música afroperuana.
Sus creaciones tuvieron durante un periodo a Lima como epicentro inspirador, de ahí surgen Lima de veras, Fina estampa y Gracia. También se suman valses y canciones hasta que, en 1950, Chabuca compone su hermosa canción La flor de la canela, a través de la cual intentó regalarnos una imagen de una Lima antigua y nostálgica.
En la década de 1960 y animada por la Revolución Cubana, Chabuca, ya inmersa en nuevos ritmos, encontró inspiración en los cambios sociales y en la juventud que luchaba por ellos. En esta etapa escribió canciones como No lloraba… sonreía, Si fuera cierto (dedicada a Violeta Parra); y El fusil del poeta es una rosa, entre otras.
Su voz, quebrantada y firme, nunca fue apagada y fue figura clave en la renovación de la poesía y del vals peruanos, llevándolos a planos cercanos al jazz y el bossa nova. Su mayor legado podemos encontrarlo en el renacimiento de lo afroperuano como un grito de combate, en una etapa en la que las sangrientas dictaduras latinoamericanas silenciaban a miles de voces que clamaban por la defensa de sus valores.
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