ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Tahimi Martínez Toledo

«Yo no lo concibo muerto», dijo a Granma, consternada, la poeta Nancy Morejón, una de las personalidades que se encontraban en la multitud que se reunió ayer en la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz, en el Vedado, para ofrecer su último adiós a Eduardo Torres-Cuevas, un intelectual cuyo nombre inspirará siempre veneración y respeto.

Le asiste la razón a la poeta. Ni ver allí, junto a sus cenizas, su rostro jovial eternizado en la imagen fotográfica; ni la bandera cubana enlutada; ni sus condecoraciones y libros, cuidadosamente dispuestos para mostrarlos en estas circunstancias; ni los rostros abatidos; ni siquiera la guardia de honor que dirigentes del país y de las instituciones culturales le rindieron son suficientes para aceptar la muerte, en su estricto sentido, de un hombre infatigable, que dispuso su inteligencia y sus energías para estudiar y desentrañar las páginas de la Historia de Cuba, y después defenderla desde los libros, las clases, la conducción de proyectos, y la dirección de instituciones sagradas como la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y la Oficina del Programa Martiano. 

La partida física de Torres-Cuevas es acaso lo que ha sucedido. No hay modo de enterrar, ni de esparcir por el viento su colosal obra, desde la que nos hablará siempre, con la fuerza de los vivos.

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