Personalísima cruzada entre el drama existencial, la metáfora sociopolítica y la vertiente fantaterrorífica, Misa de medianoche constituye una serie de sumo interés, por cuatro razones.
La primera, debido a su rica carga de subtextos, algo en realidad poco usual en la actualidad dentro de este formato.
Alegoría al embauque, parábola alrededor del empleo de los púlpitos –no solo religiosos– para fines aviesos, la construcción de sentidos de este material permite una lectura polisémica remitente al escenario social de Estados Unidos.
Allí, políticos, telepredicadores, líderes de grupos de odio realizan trastrocadas interpretaciones, políticas y religiosas, para convocar a su feligresía hacia los objetivos menos loables.
Misa de medianoche discursa –de un modo clarividente, propositivo e interrogador– en torno a la fe, y las formas de asumirla, el mensaje divino y los modos de traducirlo o manipularlo inicuamente por las personas, de acuerdo con sus intereses, ética o humanidad.
La segunda razón del relieve de la serie estriba en la fuerza dialogística de esta obra creada, escrita y dirigida por Mike Flannagan, en la que representa una labor de sesgo totalmente autoral del artífice de La maldición de Hill House y Doctor Sueño.
Misa de medianoche es una pieza en la que la narrativa queda configurada sobre la base de extensos, pero nunca vacíos, segmentos de interacción conversacional.
Y, también, sobre la base de monólogos, dirigidos tanto a definir la tipología de los personajes de una obra que se convierte en bienvenida y, además, al día de hoy raro estudio caracterológico, como a presentar/poner en cuestionamiento ante el espectador distintos postulados religiosos, filosóficos u ontológicos.
Cierto receptor actual de las series, no acostumbrado a peripecias verbales de más de un par de oraciones, ni a esos largos planos –secuencias de Flannagan–, como tampoco a formas de expresión narrativas que confieren más preeminencia a las corrientes internas de los personajes que a la energía de la acción–, podría verse algo descolocado al visionar el material transmitido en Cuba.
El tercer motivo por el cual este trabajo cobra dimensión es a causa de su aproximación, bastante novedosa, al tema vampírico.
Varias personas, del escaso centenar de seres que habita Crockett Island –incluidas las dos aparentemente esenciales de un relato a la larga coral–, son «convertidas» por la extraña criatura que es traída al lugar por el párroco de la iglesia.
Esa criatura, en su identidad visual, anda más en la línea del expresionismo alemán, o del Nosferatu de Werner Herzog, que del sedimento definido dentro del imaginario estadounidense: sedimento en el cual sí se inscribe, en otros aspectos, una serie con influencias explícitas del quehacer literario de Stephen King.
Misa de medianoche elige un modelo de terror en el cual el componente de suspenso y pavor gana fuerza en los episodios finales, a partir de un efecto acumulativo. En lo dramatúrgico, no chirría, en tanto todo queda condicionado para que, a esa altura, se consoliden y unan todos los elementos brindados –paso a paso y en los momentos precisos– a través de los anteriores episodios.
La cuarta causa del destaque de la serie, significativa en este tipo de relatos, es la formidable ambientación, que en algún momento recuerda a la espléndida Carnivale (hbo, 2003–2005).
La isla, sus seres, las dinámicas sociales de esta comunidad de pescadores de fortísimo vínculo religioso, forman parte de un microcosmos de sinos y signos marcados por el aislamiento. Ese contexto es plasmado mediante un pulcro realce formal.
El espectador ancla en Crockett Island; se la cree, la palpa y la teme. Sobre todo lo último.
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Elena dijo:
1
26 de agosto de 2025
19:18:26
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