
La finca Melgarejo, perteneciente a El Cobre, en Santiago de Cuba, vio llegar al mundo a la niña Luisa Pérez Montes de Oca, el 25 de agosto del supuesto año 1835. En algunos libros se hace referencia a la imprecisión, y se registra el natalicio en 1837. De cualquier modo, en la decimonónica década del 30, a Cuba le nacería una dama digna de nuestra memoria, que dejó su sello en las letras hispanoamericanas, mayormente con versos que recogen el dolor de las pérdidas, y que la poetisa plasmó en sus reconocidas elegías.
La naturaleza y los bellos sentimientos sedujeron, desde pequeña, su alma que buscaba, para expresarse a gusto, la escritura. Era pronto aún para suponer que la adolescente, quien publicó sus primeros versos en el periódico El Orden, y que siendo tan joven empezaba a ganar celebridad entre los intelectuales santiagueros, pasaría a la historia de la literatura cubana con el nombre de Luisa Pérez de Zambrana, una de las grandes voces líricas del siglo xix.
Cuando a las manos del filósofo, médico e intelectual habanero Ramón Zambrana –considerado el primer cubano en recibir el título de Doctor en Medicina y Cirugía– llegó el libro Poesías, que la jovencita había publicado en 1856, quedó prendado de ella. Se inicia entre ambos una correspondencia que terminaría en casamiento, y Luisa, ahora Pérez de Zambrana, se trasladará a La Habana, donde disfrutará de una vida placentera junto a su esposo, con constantes visitas a tertulias, su notoriedad en aumento y muy cerca de los más distinguidos intelectuales, entre ellos Rafael María Mendive, Nicolás Azcárate y Gertrudis Gómez de Avellaneda, a quien, elegida para ello, coronará en el Teatro Tacón de La Habana, en ceremonia de homenaje a la poetisa camagüeyana.
Cinco hijos habían nacido de la feliz unión de Luisa y Ramón, y a juzgar por el amor, el desenvolvimiento y la solidez de sus cimientos, se erigía como la familia ideal. Pero el soplo de tanta dicha se volverá fatídico, al perder la poetisa a su esposo en 1866, a causa de tuberculosis, y poco tiempo después a sus cinco hijos, con lo que quedó sentimentalmente aniquilada.
Tras el adverso viraje, de su pluma brotaron entonces sentidas elegías. Obras como Dolor supremo, Martirio, Mar de tinieblas, entre otras, dejan ver estos desgarramientos, pero sin dudas, la que más ha trascendido es La vuelta al bosque, dedicada a su eterno amor. En La vuelta… el bosque personificado le habla y la recibe «bajo mi undoso pabellón de sombra». Ella le responde: (…) ¿por qué no retuviste / y en tus urnas de hielo no esculpiste / su fugitiva imagen? ¡Aura triste / que entre las hojas tu querella exhalas! (…) ¡Oh bosque amado! / ¡Oh gemebundo bosque! Ya no pidas / sonrisas a estos labios sin colores / que con dolor agito: / pues no pueden nacer hojas y flores / sobre un tallo marchito.
En el libro Una fiesta innombrable. Las mejores poesías cubanas hasta 1960, según José Lezama Lima, coordinado por Roberto Pérez León, junto a otras obras suyas, aparece el citado poema La vuelta al bosque. El autor de Paradiso avala que la Zambrana «es una de nuestras poetisas más liberadas de influencias, no porque no las conociese, sino porque no necesita de ellas para la expresión de su poesía», y apunta después: «en sus poemas sobre la muerte de sus familiares, está la enorme sencillez de la tristeza cubana, nuestra manera de enfrentar la muerte».
Valga decir que Lezama contempló también en su selección una obra de Julia Pérez Montes Oca, hermana de la Zambrana. «Tanto Luisa como Julia son poetisas dolorosas, pero Luisa llora lo que adquirió y perdió; Julia, por el contrario, lo que nunca pudo ser suyo, aquello que tuvo con ella un roce engañador», consideró.
El 25 de mayo de 1922, en el pueblo de Regla, fallecía esta admirable mujer, sola y desamparada. De ella dijo José Martí: «(…) hay en sus ojos grandes una inagotable fuerza de pasión delicada y de ternura (…). Cautiva con hablar, y con mirar inclina al cariño y al respeto». En nuestro tiempo, sepámosla ilustre y nuestra.
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