ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
En la voz de Ibrahim Ferrer, la música tradicional cubana llegó a impensados confines. Foto: Tomada de A Buena Hora

Recordar a Ibrahim Ferrer (Santiago de Cuba, 20 de febrero de 1927-La Habana, 6 de agosto de 2005) es mucho más que el gesto de honrarlo entre aquellos sólidos pilares del aclamado proyecto Buena Vista Social Club; puesto que, al mismo tiempo, estamos ante una oportunidad muy especial para sopesar el criterio de que no hay edad límite para acceder al éxito merecido.

Si bien la trayectoria previa de Ibrahim como músico estuvo marcada por ser parte del coro en la Banda Gigante de Benny Moré, al igual que en la orquesta de Pacho Alonso y sus Bocucos, llegó el momento en que se sentía agotado de su permanente empeño por tratar de alcanzar un relevante papel como cantante solista.

Sin embargo, hacia finales de la década de los 90 del pasado siglo, propuestas discográficas como A toda Cuba le gusta, del Afro Cubans All Stars, y las del Buena Vista Social Club –ambas agrupaciones destinadas a dimensionar la música tradicional cubana a nivel global– requirieron de la imprescindible presencia de este cantante de 70 años de edad; que sabían un afable ser humano, tan humilde y encantador en persona como en su proyección en escena, en la que demostraba la enorme valía de su voz.

Fue el preciso instante no solo del renacer de su extensa trayectoria, sino, sobre todo, la apoteosis de la misma: pudo grabar cinco discos como solista, además de participar en 16 producciones discográficas; un trabajo que le permitió acumular, entre otros reconocimientos, tres premios Grammy y varios discos de oro.

Entre las obras de esa etapa se encuentran los discos Buena Vista Social Club presenta a Ibrahim Ferrer y el llamado Buenos Hermanos, ambos recibidos con excelentes opiniones por parte de la crítica internacional. Si al primero lo valoraron como un perfecto balance entre continuidad e innovación, al segundo lo consideraron un disco audaz y seguro por su arraigo en la tradición, pero que, al mismo tiempo, expandía los horizontes de la música cubana actual.

No obstante, correspondieron al disco póstumo Mi sueño –una escogida recopilación de boleros–, los mayores elogios. Para Ibrahim, grabar un disco así era el sueño de su vida, y pudo lograrlo.

Algunas de las reseñas de entonces reconocían que se trataba de un disco fácil de escuchar, muy agradable por la emotiva voz del solista que interpreta clásicos del género como Deuda, Perfidia o Alma libre; hasta el punto que algunos se preguntaban sorprendidos: «¿quién es ese que está cantando?» o «¿de dónde lo sacaron que no lo conocíamos?». Cuestionamientos similares serían interminables el día en que el enorme potencial de nuestra música pudiera escucharse, cuan amplio es en todos los países que gustan de ella.

Como su voz, eterno será el agradecimiento de todo un pueblo a Ibrahim Ferrer, por haber puesto el nombre de Cuba, desde el canto, en todo el mundo.

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