Con una experiencia previa consolidada en el cine, los realizadores argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat han demostrado, a través de las series El encargado, Bellas Artes y Nada, que este formato es una herramienta que también pueden manejar a su gusto, y en la que tienen la posibilidad de seguir trabajando con sus motivos o intereses temáticos más recurrentes.
En Nada, coexisten dos elementos esenciales de la obra de los creadores de El ciudadano ilustre: A) la atracción hacia el universo del arte, los artistas, la crítica, cómo interactúan algunos de sus cultores con la realidad exterior y cómo esta los recepta o asume; y B) la expresión del cinismo latente en el sujeto contemporáneo, la misantropía y el individualismo expandidos a nivel social, reflejado ello en personajes tan profundamente cínicos como egoístas.
El personaje central de la miniserie Nada (vista en Cuba, como también ocurrió con El encargado) es el crítico gastronómico y escritor Manuel Tamayo Prats, interpretado por Luis Brandoni. Estamos frente a un sibarita cascarrabias, en cuya identidad convergen muchos malhumorados de la literatura y la pantalla, quien algo recuerda al Anton Ego de Ratatouille.
Este hombre es un hedonista especializado, egoísta de antología, a quien solo le interesa el placer de la comida. No la comida que consume en restaurantes, y a la cual por regla le dispensa desfavorables reseñas de prensa, da igual que los dueños de esos establecimientos le hayan servido gratis por largos años.
No esa, sino la otra que, en casa –durante casi toda una vida–, le preparase su polifacética empleada doméstica Celsa (María Rosa Fugazot en un papel efímero, pero impagable) y que luego de la muerte de ella elaborará una joven emigrada de Paraguay llamada Antonia (Majo Cabrera, en otro desempeño para destacar).
A lo largo de las clasificatorias para el puesto, esa joven parece no pasar las pruebas del ultra exigente Manuel en la ordenanza hogareña, pero a la larga se lo ganará por la boca, gracias a un plato que despierta los fervores salivales del especialista.
En la práctica, Manuel resulta todo un inútil en la casa, razón por la cual depende de ambas mujeres para sobrevivir. No solo para comer, también para, prácticamente, todo.
Cada momento introductorio de los cinco episodios de Nada (todos con un título alusivo a la gastronomía local) está narrado en inglés –con ciertas «incorporaciones argentinas» que concitan la risa automática– por Robert De Niro. Él encarna a Vincent Parisi, célebre escritor y periodista neoyorkino, ganador de dos premios Pulitzer, amigo personal de Manuel. Si bien en los primeros cuatro capítulos, el astro de Toro salvaje solo se limita a estos introitos, en el quinto y final compartirá de pleno la actuación con Brandoni.
Hito de la comedia argentina, Brandoni está delicioso aquí, con una actuación que el actor de Esperando la carroza fabrica mediante absoluto dominio del personaje y de la escena. Con mucho menos tiempo en pantalla, De Niro tampoco desmerece en el cierre.
Y al cierre vamos: es lamentable e inconsecuente para con su trayectoria audiovisual, que Cohn y Duprat no hayan rematado el arco dramático del personaje central de la misma forma como fue gestionado, pensado y descrito desde el principio.
En pueril e injustificado giro, como si esto fuera una mala comedia de Hollywood, el ogro Manuel se transmuta en melindre, en puro sentimiento y candor. La definición absoluta del ego en su estado más puro, transformada en amor (cuasi religioso) al prójimo. ¡No!
Esto supone una soberana (auto) traición de Cohn y Duprat. La gente no cambia así. Y ellos, que de escudriñar a los seres humanos en su peor costado armaron su obra, lo saben mejor que nadie. Lo hecho a través de ese final–caramelo de Nada raya la abominación.
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