Fue la reciente Bienal de Cerámica Mirta García Buch, celebrada en la capitalina galería Manos, la que nos puso al tanto de los 85 años que ya cumplía la escritora y artista visual Teresita Gómez Vallejo; quien, con sus esculturas, cerámicas y pinturas ha realizado más de 20 exposiciones personales en Cuba y en el extranjero, y es la creadora de más de 15 murales de gran formato, entre los que se encuentra Cien años de lucha, ubicado en la Universidad Tecnológica de La Habana José Antonio Echeverría.
En el evento, que le rindió homenaje, se le vio frente al torno, confeccionando un jarrón, con ese magisterio que la caracteriza. Quisimos, pues, conversar con ella, una mujer laboriosa e ilustrada, que, dice, no sabría poner en primer lugar ninguna de sus dos grandes vocaciones, en tanto considera la plástica y la literatura, para sí, una unidad que no puede separar. Tal idea aflora siempre que se le pregunta qué la inspira más, si las formas o la palabra. Algunas revelaciones de su niñez nos convidan a entenderla.
«Mi madre siempre supo que yo era una enamorada del color, y yo aún no me había dado cuenta. En el hotel familiar en que vivíamos, y del que ella era dueña, había unos maceteros llenos de vicarias blancas. Y yo vivía cargada de pomitos de colores con azul de metileno, y con rojo aseptil, diluidos en agua. Con mucho cuidado sacaba las vicarias de raíz y las ponía en esos pomitos para ver cómo cogían otro color. Todo el mundo decía que yo iba a ser boticaria, que me gustaba la química, y mi mamá decía: “No, ella quiere pintar la naturaleza”».
–¿Y la escritura cuándo empieza a despuntar?
–De niña, muchas veces me quedaba en la recepción porque me gustaba contestarles a los clientes y escribir los recados que les dejaban. Pero esas notas eran escritas con la intención de agradar y les añadía detalles que yo había visto. Nunca dejaba escueto el mensaje. Ya era una pequeña comunicadora y sabía expresarme muy bien. Respondía sus preguntas sobre la ciudad, como una incipiente guía turística.
–Usted resultó ganadora en el primer Concurso La Edad de Oro…
–En ese concurso, con un jurado de lujo, con Dora Alonso y Eliseo Diego, entre otros, gané con El serranito. Realmente, en la llamada edad heroica, la prejuvenil, es en la que me siento más cómoda escribiendo; aunque tengo 43 libros publicados, dirigidos a diversos públicos.
Sobre la preferencia por alguno de sus libros, asegura quererlos a todos por igual, pero hay dos que le iluminan el rostro cuando los cita. Memorias de una artista, que vio la luz por Ediciones Loynaz y Hombre de palabra, publicado por Ediciones Unión, una novela histórica que –nos dice– «sueño ver un día convertida en una película».
–Entre sus gustos, ¿hay un color que prevalece?
–En San Alejandro, fui alumna del maestro Ramón Loy. Nunca olvido que un día me dijo: «Tú vas a ser una pintora caribeña porque te emborrachas de azules». Y creo que ha sido así. El color del mar de Cuba es totalmente diferente al de otros tantos mares que he visto, el de aquí es un azul especial.
«El azul de Cuba se escribe, se disfruta y se respira, y aunque las personas piensen que no, es un azul cambiante. Aquí vinieron pintores europeos que se iban porque no podían ajustar su paleta al momento en que cambiaba el aire y cambiaban los azules en diversos momentos del día, porque la luz va dando el color. Y pinto mis caribeñas, que se emparentan con esos azules, con la identidad de la mujer, con Cuba, que se enclava en ese gran mar que es el Caribe».
Al pedírsele que valore su vida, dedicada al arte, nos responde: «He sido una mujer feliz, porque si algo complementa a una persona en la vida es su trabajo, su esfuerzo diario. Siento que nací artista, y si volviera a nacer, de nuevo lo sería».
–¿Quién es cuando escribe?
–Cuando escribo voy al encuentro conmigo misma. Digamos que tienes guardadas esas historias que buscan salir y ser compartidas.
–¿Qué es para usted el Caribe?
–Todo. Yo soy una pintora y una escultora caribeña.
–¿La patria?
–Lo más grande, soy una cubana reyoya.
–¿El tiempo?
–No lo entiendo y me voy de él siempre que puedo.
–¿La vida?
–Hermosa, siempre que uno la sepa vivir.
–¿La hermosura?
–Nosotros los cubanos.
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