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Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer, estreno en la Televisión Cubana. Foto: FOTOGRAMA

Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer (Netflix, 2022) es la entrega inicial de Monstruos, serie de antología (son las de una trama y personajes distintos en cada temporada) que su creador, Ryan Murphy, dedica a connotados asesinos de la historia de EE. UU.

Tras ese arranque, el showrunner prosiguió esa saga serial televisiva mediante Monstruos: la historia de Lyle y Erick Menéndez (2024). Ambos hermanos, en 1989, ultimaron a sus propios padres.

La tercera propuesta, prevista para estrenarse a finales del actual año, se centra en Ed Gein, celebérrimo asesino y profanador de tumbas. Y la cuarta, ahora en fase de preproducción, abordará la figura de Lizzie Borden, la denominada «asesina del hacha», única sospechosa de los asesinatos de su padre y su madrastra, en 1892.

Resulta manifiesta la fascinación de Murphy por la mente criminal y la aproximación a personajes, reales o ficticios, que transitan las zonas más oscuras de la condición humana (American Horror Story, Ratched, El asesinato de Gianni Versace…).

El interés suyo por Jeffrey Dahmer, el llamado «carnicero de Milwaukee», viene de lejos. Ya en el cuarto capítulo de la quinta temporada de American Horror Story (2015), él es uno de los asesinos seriales reunidos en el Hotel Cortez.

En la serie que nos ocupa, su creador descubre –de forma inteligentemente dosificada y con pulso firme– las etapas de la vida y los momentos culminantes del prontuario de Dahmer (1960-1994). Él agredió sexualmente, mató, descuartizó y canibalizó a 17 hombres adultos y adolescentes, casi todos jóvenes afronorteamericanos homosexuales, entre 1978 y 1991.

Algunos criticaron la serie por romantizar al personaje, algo lejos de la verdad. Murphy y su cocreador, Ian Brennan, se toman sus licencias, introducen argumento donde solo había un expediente policial, recrean (alargando mucho varios episodios), pero lo que sí no hacen es procurar empatía, sino escrutar la siquis del criminal.

Se indaga –no desde el objetivo de la justificación de su conducta, sino para mostrar la dimensión del personaje– tanto en el costado de su sexualidad reprimida como en los rechazos de diverso signo recibidos por él, algo que al parecer nunca pudo metabolizar.

El gestor de Vigilante y Grotesquería logra zafarse aquí de varios de sus vicios profesionales (aparatosidad, exhibicionismo, artificio, excesos, ruido y una forma que suele tragarse a la trama), para aportar un retrato balanceado, nítido, creíble, del complejo ser.

Ciertas dinámicas establecidas con el padre (el siempre admirable Richard Jenkins) contribuyen a comprender mejor al personaje, y dan pistas de su futura evolución; si bien la serie deja claro que Dahmer, a diferencia de otros asesinos seriales, no sufrió abusos sexuales u otras aberraciones durante su infancia.

Evan Peters compone a la bestia. El intérprete –uno de los actores históricos del universo Murphy–, levanta un personaje difícil de construir, desde una envidiable templanza, un bordado trabajo de gesto facial y una mirada a través de la cual transmite el tormento interior, la tristeza ínsita, la pasmosa calma y, al mismo tiempo, la malignidad de un depredador que mata con la mayor de las flemas.

Peters logra tanto con el personaje, que hay determinados pasajes de algunos episodios que congelan al espectador, como si fuera una de las presas que desmiembra en la habitación pútrida de ese edificio paupérrimo, en el que solo molesta a una vecina.

Esa vecina alerta, infructuosamente, sobre el hedor y los escarceos provenientes de la habitación contigua. La policía –clasista y racista– no la escucha, porque es pobre y negra, como la mayoría de las víctimas de este joven blanco, un día normal, quien quiso ser muchas cosas en su vida, sin cumplir ninguna de ellas; salvo matar, arte siniestro que dominó y llevó a su más aterradora expresión.

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