Decían que era un miserable y un canalla; frecuentaba tabernas y su vida estuvo marcada por los excesos y la delincuencia. Se conoce incluso que, en 1606, fue acusado de asesinato, por lo que el mismísimo papa de la Iglesia católica lanzó sobre él una pena de muerte por decapitación.
Ciertamente, Michelangelo Merisi (1571–1610) –conocido popularmente como Caravaggio– no poseía la mejor de las cartas de presentación. El iniciador del Barroco italiano, contrario a las convenciones sociales del momento, tuvo una personalidad muy difícil. Su técnica no se ajustó a los valores estéticos de la época y, aunque su vida fue oscura, dotó sus lienzos de una intensa luz, logrando contrastes poco comunes hasta ese momento en el arte.
Para entender a este genio atormentado, hay que remontarse a su nacimiento en una pequeña localidad de Milán, Italia. Tras la muerte de su padre, a causa de la peste, en 1584, el joven comenzó a trabajar como aprendiz de pintor.
Con 20 años llegó a Roma, según sus biógrafos, «desnudo y extremadamente necesitado, sin una dirección fija y sin provisiones». Cuando no pintaba, estaba en envuelto en alguna pelea, y en los dos quehaceres era extremadamente bueno.
Mucho de lo que sabemos sobre él es gracias a los informes policiales de la época, pues lo encarcelaban con frecuencia. Esa mala fama le sumó muchos detractores, aunque nunca faltaron quienes le tendieron manos caritativas y siempre tuvo una legión de leales coleccionistas listos para adquirir sus obras.
Es increíble que tantas malas prácticas no hayan condenado sus lienzos al ostracismo. Y es que, como con otras personalidades, se debe hacer una distinción entre su producción artística y su vida personal; porque la obra de Caravaggio merece los más altos elogios.
El elemento estilístico dominante de su técnica llegó a ser conocido como tenebrismo: corriente artística que se caracteriza por el violento contraste de luces y sombras mediante una forzada iluminación.
Antes de Caravaggio, los cuadros buscaban exaltar la realidad a través del arte, con representaciones idealizadas. Él hizo exactamente lo contrario; mostró el sufrimiento y la crueldad de los bajos fondos de Roma a través de modelos «inusuales»: mendigos, delincuentes y prostitutas.
Polémica también fue su decisión de representar sin divinidad alguna a los personajes bíblicos en sus cuadros, ya que los hizo lucir como ordinarios, a la altura de seres humanos comunes.
La tristeza y el remordimiento marcaron los últimos años de su vida y, por supuesto, sus creaciones. Tras su muerte cayó en el olvido, y no fue hasta el siglo xx que su obra resurgió de las cenizas, considerándosele como el primer artista moderno que «procedió no por evolución sino por revolución».
Su vida no es un ejemplo digno de imitar, sin duda, pero sí una valiosa lección de que, aun entre las sombras y en las condiciones más adversas, la creatividad humana puede desbordarse de formas increíbles.
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Mayta Brito Chávez dijo:
1
18 de julio de 2025
08:12:32
Tay dijo:
2
28 de julio de 2025
15:44:00
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