El director de fotografía, corresponsal de guerra y documentalista Rigoberto Senarega Madruga no pertenece solo a la Isla, pasó a la historia del continente africano cuando viajó a Angola para retratar con su lente el conflicto bélico de Cuito Cuanavale, un episodio decisivo para la independencia de ese país y el fin del apartheid.
Al conocerse su fallecimiento, en la madrugada de este lunes, el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, destacó, en su cuenta en la red social x, que las imágenes exclusivas de Senarega «enaltecen la memoria de nuestras honrosas misiones internacionalistas en África».
Nacido en Matanzas, en 1960, dedicó gran parte de su vida a la creación audiovisual y la enseñanza: ejerció como profesor de Fotografía en el Instituto Superior del Arte, comprometido con la formación de valores revolucionarios en las nuevas generaciones.
Desde su juventud se unió al movimiento de cineclubes. Como resultado de ese vínculo filmó más de 20 materiales, entre documentales, cortos y largometrajes de ficción. Se le considera entre los fundadores del cine aficionado en el país. A partir de 1984 comenzó a trabajar en los Estudios de Cine y Televisión de las Fuerzas Armadas, y desde 1996 realizó trabajos para el Instituto Cubano de Radio y Televisión.
Más de una treintena de producciones fílmicas abarca su obra, las cuales han participado en muestras y festivales internacionales de todo el mundo.
Sus vivencias como corresponsal de guerra quedaron plasmadas en el documental Gracias por el miedo (2019), en el que reconstruyó la memoria gráfica de la participación militar cubana en la guerra de Angola.
En una entrevista concedida al periódico 5 de Septiembre, ante la indagación periodística en torno a los motivos por los que concibió este audiovisual expresó:
«Siete meses estuve en Cuito Cuanavale, desde diciembre de 1987 hasta junio del otro año. Cubrí todo lo sucedido: victorias, derrotas, bombardeos, nuestros logros… Pero lo que pasa en esa primera parte, pues posteriormente volví otras dos veces a Angola, hasta 1991, es que regresé a La Habana debido a cuestiones médicas, porque estaba medio tosta’o. Imagínate, salí de allí directo al Naval para un tratamiento siquiátrico por dos meses. Uno vuelve con mil demonios. Todavía hoy, con 60 años, a veces me despierto por una pesadilla, soñando que estoy en la guerra con los cañonazos; quiero correr y no puedo, pues los pies me pesan. Esos demonios se encuentran aún en mi cabeza y ya asumí que tengo que vivir con ellos.
«Esperé a que los recuerdos se añejaran como el vino, para poder ver esa situación desde la distancia y valorarla en su justa medida. Uno tiene que dejar pasar el tiempo. En cuanto a mí, me lo debía; también a todos los demás periodistas que pasaron por Angola, incluidos los dos muertos en el derribo, por fuego amigo, del avión donde viajaban. Entonces, el documental lo considero un acto de exorcismo: botar lo que tenía dentro y devolverle a la gente una obra sobre todo humana, la cual no es una crónica militar ni mucho menos, sino un cortometraje acerca de los sentimientos, las experiencias de las personas».
COMENTAR
Responder comentario