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«Para hablar de latinidades en Estados Unidos, primero hay que hablar de numerosas migraciones», explica Cristina. Foto: Cortesía de la entrevistada

Para la escritora ecuatoriana Cristina Burneo Salazar fue el Premio Casa de las Américas en el apartado de Estudios sobre latinos en los Estados Unidos, por la obra Dime si son latinxs. Escrituras de la diáspora ecuatorial in the U.S.A.

El intercambio con ella, vía correo electrónico, empieza con esa indagación que apunta al cuándo. Quisimos saber de sus inicios, que nos dijera en qué momento decidió poner su talento en función de la causa de los menospreciados.

«Yo empecé a escribir poesía a los 13 años. Más adelante, como joven escritora viví en un medio de autores que despreciaban el pensamiento de las mujeres. Para validar mi trabajo, me decían que escribía como hombre o ridiculizaban a otras. Siempre quise escribir, pero nunca quise ese mundo, a pesar de lo que aprendí en él. Más adelante, me encontré con feministas, escritoras y mujeres poderosas que me mostraron otro camino. Se dedicaban a crear mundos diversos y ricos. Luego fui gestora cultural, allí me formé con grandes mujeres que abrían caminos en la cultura y las luchas de género en las artes. Las veía con admiración y entendía por qué me sentía cada vez peor entre machos cultos. Al volver a Ecuador, luego de vivir en Estados Unidos y de una estancia en Bélgica, donde nunca dejé de tener problemas migratorios y de discriminación, empecé a relacionar mi trabajo como escritora con las luchas sociales de forma más consciente.

«Yo no he vivido las violencias que sufren quienes viven el racismo anti-negro, la exclusión por ser migrantes, entre otras muy graves, pero vivo en un mundo donde todo relato y todo poema se escriben sobre esos terrenos. Esta realidad lo atraviesa todo, y yo he querido dar cuenta de ello a través de la escritura individual y colectiva».

–¿Cómo nace su inclinación hacia la problemática de los latinxs, en condición de diáspora?

–Viví en Estados Unidos durante varios años, fui a hacer mi Doctorado en Literatura. Mi propia circunstancia allá, ser parte de esa diáspora, retornar y luego ir y venir, me han conducido a inquietarme por las migraciones contemporáneas».

En el acta del Premio se aseguraba que la obra aborda, con rigor, la heterogeneidad de la latinidad en Estados Unidos, su complejidad, creatividad y diversas formas de resistencia. De su contenido, Cristina nos pormenoriza: «El libro lleva como título una canción de Proyecto Uno para afirmar que la latinidad es muchísimas cosas y, sobre todo, una pregunta. En Dime si son latinxs, quise mostrar latinidades andinas, que atraviesan el continente para cruzar la frontera de las fronteras, y vienen de pueblos poco nombrados, pero que sostienen a mi país sobre sus hombros con su trabajo de décadas, mientras aquí hablamos de "remesas" a secas, sin cuerpo».

En esas latinidades, explica, «hay migraciones previas de décadas, poetas transnacionales, nuevas lenguas, como mixturas del castellano de esta región con el inglés y la lengua kichwa, música, duelos no hechos, prosperidad y riesgo de muerte, todo al mismo tiempo. A la vez, ¡lo "latino" es también la música de JLo! Por eso, es necesario narrar, caracterizar, leer profundo en esa diversidad.

«Para hablar de latinidades en Estados Unidos, primero hay que hablar de numerosas migraciones. Una diáspora también es una forma del afecto que lidia con la ausencia, es un modo del cuerpo, que aprende a respirar en más de un lugar a la vez».

–Fue muy emotivo escuchar su mensaje de agradecimiento, en el que dedicaba el lauro «a las personas migrantes y a las que están luchando contra la deportación, ahora mismo, con sus propias vidas, en Estados Unidos…

–Creo que los fascismos contemporáneos le atañen a todo el mundo, porque golpean la vida en todos sus aspectos, y hoy retornan con una agresividad enorme. En medio de eso, quienes tomamos la tarea de pensar este mundo de tantas maneras distintas podemos persistir en hacer que ardan preguntas que nos agiten, preguntas que impidan aletargarnos bajo la sombra del sentido común fascista o totalitario.

«No dejar de denunciar podría mitigar los efectos del daño que estamos viviendo, impedir que se normalice. Y luego, intervenir siempre que sea posible: si hemos ganado una voz pública, tiene que escucharse. Frente a la muerte, la transfobia, la deportación como espectáculo, todo abuso de poder, la misoginia, la guerra... el silencio es complicidad: esa frase no se gasta, debe renovarse en todo contexto donde veamos injusticia».

Hay una tarea que cree urgente para las personas consideradas como intelectuales, la de «ampliar su mirada para entender todas las formas de protesta del presente, sus visiones sobre la vida y la resistencia. Hace poco, estuve en un ballroom, una sesión kiki que reúne a performers, voguers y artistas sexodisidentes, para bailar mientras desafían la heteronormatividad. Performaron varias personas perseguidas por la discriminación y la irregularización. Jamás romantizaría la violencia racista ni xenófoba, pero ver en ese espacio cómo se hace comunidad a pesar de todo, con tanta insolencia y sentido de la liberación, es un ejemplo. Me sentí afortunada de estar ahí para aprender cómo acompañar, resistir, gestionar la vida, accionar». 

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