ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
El escritor Ronel González, cuando se le regalaba un rotundo aplauso. Foto: Madeleine Sautié Rodríguez

Solo un martiano apasionado pudo haber escrito un cuento como La noche bella no deja dormir, mención en el Concurso internacional de Cuento Julio Cortázar, en su edición xxi; solo un martiano fiel podría haber publicado, el pasado 18 de mayo, en sus redes sociales: «Mañana yo debería estar en Dos Ríos, pero no será posible. Mi alma estará allá, en el 130 aniversario de la caída del Apóstol».

Como si el deber se encargara de arroparlo, y un poco exonerarlo de la culpa, fue rodeado de imágenes de Martí –esparcidas a lo largo y ancho de la galería El Reino de este Mundo, de la Biblioteca Nacional de Cuba– que el poeta y narrador holguinero Ronel González Sánchez disfrutó del homenaje que le dispensara el Instituto Cubano del Libro, al dedicársele, en su más reciente edición, el espacio El autor y su obra. 

Para elogiar al autor de más de 54 libros publicados, merecedor, entre otros reconocimientos, del premio Nicolás Guillén por el poemario Central Patria, y, por estos días, ganador del Premio Nacional de Novela José Soler Puig-2025, el periodista Fernando Rodríguez Sosa condujo un panel integrado por los escritores Rafael de Águila y Ernesto Limia, y por el poeta Waldo Leyva.

Tan justas y hermosas fueron las palabras de De Águila, que al público le costó entender cómo Ronel parecía impasible, aunque luego nos contó que nadie vio una lágrima que se enjugó con disimulo. Como hombre bueno, cabal, justo, digno y decente lo calificó. «Cuba está en cada poema, en cada página; de Cuba y por Cuba trasudan las letras ronelianas», dijo, para después detenerse en la maestría de un cuento como La noche bella… en que su autor ficciona «el misterio de mayor envergadura en la historia patria», las cuatro páginas perdidas del diario de Martí.

«Tengo la certeza de que lo que escribió Ronel tiene que estar muy cerca de lo que escribió Martí en las famosas cuatro páginas perdidas de su diario», comentó Limia, quien destacó que Ronel usó el lenguaje de 1895. Se refirió, además, a la cercanía entre Martí y Ronel, también en la manera de mirar la vida. Martí le daba mucha importancia a la naturaleza humana, explicó, y Ronel tiene esa virtud, y se involucra en la historia de tal forma que parece un investigador, y, si se lee su obra asociada a la historia, se aprende historia.

Tocó su turno al poeta para hablar del poeta Ronel, para quien, dijo Waldo, «la defensa de la identidad resulta una tarea impostergable en estos tiempos, cuando parece que esa razón que nos define carece de la prioridad necesaria».

Usaba pañoleta Ronel cuando Waldo lo conoció, y «las lecturas desordenadas que alimentaban la curiosidad de sus primeros años estaban frescas. Sus ojos y todos los poros de su ser eran un asombro abierto para atrapar, en versos y en hondas reflexiones, la realidad física y moral de la Isla».

Eficaces, y con tino de especialista, se sintieron las palabras del orador, quien destacó, entre las preferencias de Ronel, «la décima, esa estrofa inmortal e incombustible que resulta uno de los signos vitales de nuestra identidad cultural, porque forma parte del imaginario lírico de la mayoría de los cubanos, ejerzan o no como poetas».

La esperada palabra de un Ronel cristalizado por la emoción llegó en ese formato estrófico. Claras sonaron las voces que reconocieron el «suceso» como lo nunca visto en el espacio literario.  Diez décimas resumieron vida, obra, un poco de humor y agradecimiento a los presentes. En una de ellas, así nos dijo:

Fernando Rodríguez Sosa / me dejó un poco asustado. / Waldo Leyva ha exagerado / y Ernesto Limia rebosa, / (digo, rebasa) en copiosa / evaluación de Ronel. / Fue sincero Rafael / de Águila, hasta tal punto, / que ahorita el autor presunto / va a pensar que es «de nivel».

El aplauso unánime sonó en la sala, martiana y poética.

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