La producción regional de Netflix alcanza, en la mayoría de sus títulos, los rangos de calidad más bajos de su gestión de contenido propio a escala universal. Con dos bases de operaciones fundamentales –México y Colombia–, el trabajo de la casa de la n roja en Latinoamérica resulta, en gran parte, deplorable.
Exceptuamos las germinales Club de cuervos (2015-2019), primera serie original de Netflix en español, y ese hito irrepetible de la cadena llamado Narcos (2015-2017), así como la salvable El secreto del río (2024) y la incluso más digna Cien años de soledad (2024).
A todas luces, el emporio californiano enfocó su interés en un mercado regional potencial de 700 millones de espectadores, pero en seguimiento a la pauta de industrias televisivas como tv Globo, Televisa o Caracol, entre otras, con contenido de ficción básico centrado en las telenovelas.
Esa visión –esquemática, reductiva y condescendiente– ignora géneros e innumerables temas que atañen a la realidad de la región más desigual del planeta. Desligada su óptica de la atención a la agenda social, Netflix Latinoamérica prioriza dispositivos seriales enajenadores: evasión moldeada sobre la base de estereotipos y presuntos gustos masivos condicionados en el imaginario local.
Así, la parrilla regional de la plataforma de streaming se alinea con los parámetros de la denominada «Confort tv», conformista y sin riesgos, erigida desde la premisa de definir los contenidos de la teleficción destinados solo a la relajación mental del espectador, en tanto adormecedor refugio ante las contingencias del presente.
De esa manera, el patrón continental de la plataforma confiere preeminencia a series-telenovelas como ¿Quién mató a Sara?, La venganza de las Juanas, Oscuro deseo, Pálpito, Donde hubo fuego, Perfil falso, El niñero, Accidente o Las hermanas Guerra, la más reciente de estas y de estreno ahora en la Televisión Cubana.
Con una marcada influencia de ¿Quién mató a Sara? (no en balde José Ignacio Valenzuela es el creador de ambas) en su tono vocinglero, contrahechas líneas de desarrollo, climas, crescendos constantes y absurdas curvas dramáticas, Las hermanas Guerra hinca el diente –hasta el hueso– en los recursos inveterados del culebrón, pero violentando el género en su hechura dramatúrgica.
Lo anterior se traduce en que aquí no hay pausas dramáticas, pues todo transcurre sobre la cresta de la acumulación y la precipitación. Sin los pertinentes e inviolables tiempos, la historia es construida en vertical, como un tren sin frenos en ascenso hacia una cordillera.
Uno ve los 20 episodios de la serie, tan agitados como un moscardón, y le parece constatar el cruce contranatural de las telenovelas sobre hermanas enemigas: La usurpadora y Corazón salvaje, con Crank (Brian Taylor, 2006), filme de acción en el que Jason Statham es envenenado y solo tiene una hora para vivir –salvo que mantenga la adrenalina por su cuerpo mientras busca el antídoto–; y Hardcore Henry (Ilya Naishuller, 2015), cinta rusa en tiempo real, de venganza sin pausa en primera persona, como un videojuego.
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Jorgess dijo:
1
6 de mayo de 2025
12:31:03
eduardog dijo:
2
6 de mayo de 2025
16:49:26
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