ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
A 330 años de la muerte de La Fontaine, sus textos gozan de toda la actualidad. Foto: Portada del libro

Se lee una fábula y pronto, tras la faz del personaje –casi siempre un animal, aunque también un objeto o cosa– colocamos el rostro de alguna persona, o el nuestro propio, tomando partido por el modo en que actuaríamos si estuviésemos en semejante circunstancia.

Quiénes somos en realidad es una de las interrogantes que nos hacemos al hallarnos frente a estos apólogos –otra forma de denominar las fábulas–, generalmente escritos en versos, aunque pertenecientes al género épico, en tanto narran una historia con el fin de ofrecer una enseñanza moral.

Por eso le asiste toda la razón al ya fallecido editor Esteban Llorach Ramos, cuando en el prólogo de las Fábulas, de Jean de la Fontaine (Francia,1621-1695), publicado por la editorial Gente Nueva, refiere que estos textos, «como motivo literario universal, ayer y hoy, educan la voluntad, los afectos y la inteligencia, y con su característica de hacer hablar a los animales se apartan del discurso unidireccional racionalista y dan cabida al animismo propio de los pueblos primitivos y de los niños». 

De dos partes, –decía La Fontaine, también poeta y cuentista– podía componerse la fábula, que es ella misma el cuerpo, mientras el alma era la moraleja. Las suyas, agrupadas en 12 libros y con el título Fábulas escogidas y puestas en verso, resultaron de la reelaboración temática de diversas fuentes, mayormente las de clásicos como Esopo y Fedro, e indagan en las actitudes humanas de la sociedad francesa en que vivió, en especial las de la corte real.

Una conocida pieza abre la selección cubana, la de La cigarra y la hormiga, que exhorta a dosificar el tiempo, y guardar provisiones para el futuro. La sigue El cuervo y el zorro, una estampa en la que este le dirá al ave que tenía en su pico un trozo de queso: –Tenga el señor Cuervo muy buen día: / de belleza es usted raro portento. / Y en verdad, si su acento / corresponde al primor de su plumaje, / de este bosque salvaje / el fénix debe ser. El cuervo quiso mostrar ufano / su voz; y abrió el pico, y en eso, soltó el queso. –Señor mío, / sepa que todo lisonjero vive / de quien lo oye y recibe, / y esta lección, sin que parezca exceso, / vale muy bien un queso, le señala su interlocutor.

Traen las páginas nuevos textos, y el lector disfruta de estas breves y gozosas escenas que activan el pensamiento tras la voz de la cavilación. La lectura, de tan amena, no se detiene mientras quien lee se instruye, revisa sus actitudes, y guarda experiencia ajena.

Entre esas joyas está La alforja. Los animales han sido convocados por Júpiter para, después de mirarse unos a otros, estimar lo que les agrada o disgusta. ¿El resultado? Se hallaron a sí mismos perfectos, mientras blasfemaron del resto. Artífice divino / dio a todos de alforjeros el destino; / en la alforja trasera / nuestros defectos van, y no los vemos; en la otra, delantera, / los defectos del prójimo ponemos.

Y así se suceden parábolas y escarmientos que, incluso cuando se es comedido, no está de más repasar en pleno siglo xxi, cuando de la muerte de La Fontaine se hayan cumplido, en este abril, 330 años.

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.