ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Miaiakovsk, en la exposición Veinte años de trabajo, dos meses antes de fallecer. Foto: A. Shteremberg

Era un niño cuando algún manifiesto político, de esos que llevaban a casa sus hermanas, le avivó aquella concordia con la libertad, que para siempre preservaría. De sensibles percepciones, desplegadas en un entorno de pérdidas y desventura, Vladimir Maiakovski (Georgia, 1893-Moscú, 1930) estaba destinado a mostrar los estruendos de su alma distinguida. 

La conciencia por cambiar la sociedad zarista fraguó desde la adolescencia, lo que se evidenció en su participación en manifestaciones socialistas, su militancia al lado de los obreros, y su activismo político, por lo que sufrió cárcel antes de sus 18 años. Al bolchevique lo esperaba la literatura, en la que dejaría una huella perdurable, y desde la que blandiría su enérgica palabra en pos de la Revolución Socialista de Octubre y en defensa de la justicia.

Los grandes tienen también sus maestros, y el suyo, al que conocería en la Academia de Arte de Moscú, a la que iría a estudiar, fue el pintor David Burliuk, «descubridor» del poeta, quien favorecerá a su discípulo, lo mismo con conocimientos esenciales que con apoyo financiero.

Maiakovski fue –como su mentor– uno de los iniciadores de esta tendencia artística en su país, y junto a él, Alexander Kruchenykh y Velimir Jlébnikov, escribió el manifiesto de los futuristas rusos. El citado movimiento de la vanguardia artística había nacido en Italia, y tenía entre sus pautas la exaltación de la modernidad, la tecnología y el dinamismo, como pilares fundamentales de la vida contemporánea.

Los versos como escalones, sorprendentes las metáforas, estridencia en las palabras, una poesía nunca antes vista…, Maiakovski será dueño de una escritura vibrante que rompe con toda construcción clásica, y desde la que respaldará un nuevo y excitado discurso, que tendrá como escenario el espacio público, en el que lo escuchan, fundamentalmente, obreros, campesinos, soldados y estudiantes.

Es ya el gran poeta revolucionario, autor, también, de nueve obras de teatro, siete libretos de cine, muchísimos artículos sobre poesía, teatro, pintura; el artista que usa sus saberes de plástica para hacer afiches y pintar la efervescencia que vive su patria…. Sintió la Revolución bolchevique como destino y se dedicó a difundirla. Para ello, viajó por Europa y América, cantándole a viva voz, lo mismo desde la charla que desde la poesía.  ¡Con hechos, / sangre, / y estrofas, / insobornables, / yo glorifico, / la desplegada enseña escarlata, / la bandera de Octubre, / insultada, / cantada, y / agujereada de balas!

En uno de esos itinerarios, el barco atracó en La Habana. Era el 4 de julio de 1925. El poeta caminó sus calles, y al día siguiente, en su camarote, escribía el poema Black and White, una denuncia al racismo de la otrora sociedad cubana.

Sol, acaso me olvidarás, yo que soy tu pregón sonoro dice uno de los versos de El hombre, un temprano poema escrito en un estado emocional convulso, y con ciertas alusiones al suicidio. Más de diez años después, el 14 de abril de 1930, Maiakovski se quitaba la vida. A 95 años de su muerte, preciso es removerlo del mármol y de los libros, de las calles, de los museos y de todo lo que lo nombra. Regresemos a su obra de inmensa sinceridad lírica. Su futurismo, nada ingenuo, nos habla en presente.

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