
En una casa de azul desvaído, ¿o será verde?, una pequeña placa recuerda que allí nació René Portocarrero (La Habana, 1912-1985). En plena Calzada del Cerro, el portal, en el que ahora funciona una modesta cafetería; deviene botón de muestra de cómo es hoy el sitio que marcó, desde la infancia y para siempre, al pintor, dibujante, diseñador y muralista.
Y aunque ya no exista la realidad arquitectónica, quizá rítmica, que inspiró la serie Interiores del Cerro, mucho se ha salvado de ella gracias al trabajo del artista; una especie de esencia que siempre supo captar, la de ciudad en toda su amplitud: las casas, los edificios, la gente, el latido.
Adelaida de Juan afirmó que, luego de reflejar el barrio, y después la urbe «que se ha adelgazado y afinado hasta convertirse casi en plano arquitectónico», Portocarrero llega en la década del 60 a «un despliegue total del color, gran síntesis de edificios, calles, estatuas y, sobre todo, la atmósfera misma de una ciudad reencontrada» por él.
Pintor desde niño, autodidacta (porque los ambientes académicos no se ajustaban a sus ansias de creador), trabajador incesante, asociado a Lezama y a Orígenes, ilustrador de libros de poemas, poeta él mismo, aseguró que, con el advenimiento de la Revolución, había sentido «libertad interior de expresión».
Portocarrero fue uno de los vicepresidentes del primer ejecutivo de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y en 1981 se le condecoró con la Orden Félix Varela de Primer Grado que otorga el Consejo de Estado.
Quienes lo conocieron aseguran que, así como era cordial, hablaba muy poco, pero con lo que hacía todo estaba dicho; y destacan su prodigiosa memoria y fantasía.
Según ha apuntado Miguel Barnet, es festinado y superficial considerarlo un pintor decorativo, porque si bien sus obras son agradables a la vista, hay en ellas un gran afán de libertad y la búsqueda de los sentimientos desde el color.
Series como Retrato de Flora o Color de Cuba demuestran esa idea; solo hay que reparar en cómo lo nacional y universal conviven en obras en las cuales la belleza da paso siempre a lo inquietante: ¿qué piensan esas mujeres etéreas, pero de mirada penetrante?, ¿cuánto dicen de lo que nos define como pueblo las poderosas pinceladas de Diablito No. 3?
Todo lo de La Habana, que es decir la Isla, lo usa el artista: los vitrales, la serenidad de las tardes cuando la luz se filtra a través del vidrio y deforma las cosas, la religiosidad, el carnaval… A 40 años de su fallecimiento, aún es posible ver a través de su trabajo lo que ha sido y lo que sigue siendo; así se ha instalado Portocarrero en la eternidad.
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Bobby carcasses dijo:
1
8 de abril de 2025
20:52:32
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