Al igual que los cuentos de hadas y las revistas del corazón, los audiovisuales sobre reyes, reinas y cortes siempre se han vendido bien. Incluso antes de los tiempos de Sissi (1955). Hay algo que compele a muchas personas a interesarse por tales escenarios de poder, fastuosidad, falsía y discriminación absoluta del resto de los seres humanos.
La aparición, en 2016, de la serie The Crown, primero en la bbc y luego en Netflix, redobló el afán temático dentro del territorio de la teleficción. Así, durante la década en curso han sido estrenados numerosos relatos seriales ambientados en los castillos europeos.
Uno de estos es La reina serpiente (2022–2024), que transmite la Televisión Cubana y respaldado por alabanzas en los medios internacionales; si bien donde las merece, principalmente, es en sus valores de producción y su escala de ambientación: regios, nunca mejor el término, dado el argumento de la obra.
Kathryn Busby, presidenta de Programación Original de Starz (la cadena productora, encargada también de La reina blanca, La princesa blanca o La princesa española, de similares asuntos cortesanos) promocionó de este modo su segunda temporada:
«La reina serpiente es claramente moderna, oscuramente cómica y absolutamente inesperada. La historia de Catalina de Médici es el complemento perfecto para nuestra programación femenina, y la brillante interpretación de Samantha Morton de esta reina despiadada, encantadora y astuta es la base de toda la producción. Estamos encantados de develar más de su increíble vida y reinado en esta temporada, que promete ser aún más provocativa y sublime».
Parafraseándola, pero a la inversa, La reina serpiente es claramente fagocitaria, repetitivamente cómica y absolutamente previsible, de acuerdo con los estándares oportunistas de la pantalla post #MeToo. En lo de la actuación brillante de la Morton sí le asiste la razón.
La limitante mayor del trabajo radica en que llega atrasado al corrillo de películas y series que se valen de la iconoclastia, del acercamiento pop, del desmontaje de las mitologías, el tono bifronte, el humor, el sarcasmo, los anacronismos de todo tipo, la inserción de personajes de piel negra o los planteamientos melódicos o coloquiales de hoy día, claveteados en estas historias palaciegas de siglos atrás.
Se trata, a estas alturas, de una larga fila, imposible de consignar por su extensión, pero en la cual sí no deben soslayarse –debido a uno u otro de los aspectos referidos–, la película María Antonieta, dirigida por Sofía Coppola en 2005, o la deliciosa serie española La vida breve (Movistar, 2025). Y, menos, su análoga The Great (Hulu, 2020–2023).
Cada episodio de The Great (escritos en su mayoría por Tony McNamara, guionista de la cinta La favorita, otra infaltable en este punto) es contentivo de pasajes divertidos que van conformando un ovillo de confort sensorial pasajero. Ahora, más allá de eso, casi nada.
Algo parecido sucede con La reina serpiente, si bien aquí existe mayor seriedad en el acercamiento a su personaje central: la soberana francesa Catalina de Médici, de gran peso político, estratégico y religioso en el siglo xvi, y depositaria de un cúmulo de leyendas negras, ante las cuales la serie titubea al refrendar o desmitificar.
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