ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Sea para ti el don de presentarte / al recuento final / como quien escapa de un incendio, se lee en uno de los poemas. Foto: Yeilén Delgado Calvo

Hay que creerle a Arturo Arango cuando, en el texto antesala de La violenta ternura, antología personal de Alex Fleites, editada en el año 2006 por Letras Cubanas, invita: «Acojamos este volumen como un alto, un pase de cuentas a una poesía que está registrando, con formidable fidelidad, una porción en la vida de un individuo que somos muchos: un tiempo y otro Tiempo, las historias y la Historia».

Fleites, cubano, nacido en Caracas, Venezuela, en 1954, sintetizaba aquí su obra poética, desde el primer cuaderno aparecido en la década del 70; y es posible, por tanto, asistir a su crecimiento como poeta y como ser humano, a sus deslumbramientos y decepciones, reflejados con pericia tal (y sinceridad) que quien lee se encuentra en esos sentimientos, incluso en aquellos que, por cuestión de edad, aún no ha experimentado, pero presiente.

Abrimos un libro para el éxtasis y la angustia, que habla de la experiencia de vivir con descarnada belleza; y justamente ella aparece tras cada recodo, en cuanto de terrible tiene: la belleza más bien es una espada.

Fleites es un poeta tremendo, estremecedor, que logra con esta recopilación llevarnos de sobresalto en sobresalto y de subrayado en subrayado. Sorprende que en la presente edición de la Feria del Libro, La violenta ternura haya estado entre los libros de saldo, casi regalado. No vale ahora repetir cuestionamiento sobre si se lee o no poesía o acerca de la calidad de la promoción; mejor es centrarse, al menos en estas líneas, en el saldo que dejan versos como estos del poema Efemérides con hijo:

El 6 de agosto / a 39 años de la nueva era del terror / a 60 mil muertos y más de 100 mil heridos / que fueron acorralados / debajo de los árboles / sorprendidos en tranvías veloces / que siempre van hacia el deseo / buscados a orillas de un lago / en donde no quedó una brizna / sin la estudiada dosis / fulminados por una luz / que no parecía el sol / y que definitivamente no era el sol / que acostumbraba brillar / sobre Hiroshima / Álvaro Fleites sonríe / y se cubre el rostro con las manos / las mismas en las que apenas / cabe nuestro corazón

El amor, el deseo de otro cuerpo, la extrañeza en la vida propia, que a veces nos domestica opresivamente; la muerte, la escritura… aparecen en la contundencia de textos como Que el estoque persigue, El arca de la serena alegría, Un vacío en el alma, o Amable lector, no se confíe.

Y aunque un hombre es todos los enigmas, la sociedad se filtra hacia lo individual, a veces con un peso insoslayable, justo como en el poema que da título a la antología; un influjo que se nota, creciente, a medida que avanzan las páginas.

Ese testimonio, ¿privilegio, capacidad o maldición de quien escribe? En Razones, Fleites apunta: En la sombra, el poeta vela las armas / que a su llegada ha de encontrar el día / Nadie forje el acero en las tinieblas / Oficio es de la luz, y del poeta.

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