ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Tula, Emilio y María José dan los toques previos a su función en Vega del Toro, Yateras. Foto: José Llamos Camejo

Guantánamo.–Es un amor borracho de cubanía; dos almas gemelas, cubanísimas como el trago que les desahogó la garganta cuando se hizo proclama la llamarada que en sus pechos crecía, al cabo esparcida en una Cruzada de amor y de arte.

Cuando él la vio por primera vez, por un segundo se sintió tan vulnerable al descubrimiento como lo es, a los años recios, el oriental barrio al que ella había ido esa tarde de 1987, a rociar ánimos y sonrisas con sus títeres y sus cuentos. A Emilio le pareció que al estrado había escalado una diosa; la miró sin reservas y no dijo palabras.

Ya la creación artística era el mundo común de los dos. Establecida ella en el Guiñol Guantánamo, recién llegado él, empezaron el cruce de miradas, la amistad incipiente, el saludarse de otra manera, la exploración sutil que, de lado y lado, iba desnudando dos almas hasta fundirlas en una, hasta cimentar esa conexión que se teje solo con fibras de amor.

El de Gertrudis Campo (Tula) y Emilio Vizcaíno es eso: un cruce de amor en las tablas, una relación a prueba de sacrificios, pespunteada con irrompibles hilos de una fidelidad espinosa, hermosa, inmune a las tentaciones, lealtad difícil de comprender para quien no sepa de raíces y herencias.

Su teatro andariego pudiera ser señorial –aunque no lo pregonen ellos– porque es exquisito, dicen entendidos de afuera y de adentro; su obra da para vivir con holgura en geografías elitistas.

A ellos, en cambio, les complace el austero señorío de los montañeses, la ruda sencillez de lo agreste, donde irriga espiritualidad su teatro. Y al final de cada jornada, soñar juntos a orilla de los arroyos, bajo un techo campestre, a mitad de colina, o sin más cobija que el bosque. 

Hasta las piedras de por aquí reconocen a Tula, a Emilio, y a la Cruzada teatral Guantánamo-Baracoa, de la cual ella es fundadora y él su actual director. Nada de alcurnia y mucho de sencillez en las alturas de la Cruzada, testigo de un amor borracho de lealtades y cubanía, negado por siempre a cambiar el prodigio de este paisaje por la opulencia de otros.

Emilio y Tula no viven del teatro, lo hacen en él. Para él, son parte de un rectángulo amoroso que, a la par de lo artístico, tiene en su cuarto lado un retoño: María José, espiga más joven de la Cruzada, fruto de este cruce de amor en el arte, embriagado de cubanía.

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