De buenos actores la cultura cubana está desbordada. Actores en los escenarios de los teatros, en la radio, en la televisión: los seriales, las telenovelas de cada noche; actores en el cine: películas que son espejos de la realidad. Enrique Molina encarnaba cada personaje con una naturalidad digna de asombro. Su histrionismo nos irritaba, nos alegraba, nos entristecía, o nos enfurecía con aquel villano insensible que muchos no querían ver ni en «pantalla».
Molina y sus personajes eran uno solo. Qué triste saber que ha muerto. Otra de las tristezas que se sienten profundo por estos días. Y no paro de pensar en los años que le faltaron y en que pudo continuar personificando aquellos personajes mágicos, místicos que refulgían dramáticos o insoportables, que nos hacían admirarlo tanto.
Pero no quiero recordarlo con lágrimas. Enrique Molina fue el actor favorito de muchos. Fue y es, porque los buenos recuerdos y los sentimientos de admiración no se van como los cuerpos, se quedan como las obras. Cada una de sus películas lo traerá de vuelta, y verlo será una inmensa alegría de vivir.
El teatro no tendrá paredes ni telones que cierren su acto final. Se queda allí, detrás de bambalinas, encarnando, sintiendo, viviendo, jugando a ser otro.
COMENTAR
Responder comentario