El irreparable daño a la credibilidad de un músico

Durante mis años mozos, tenía la convicción de que los músicos mejores eran los que más discos vendían. Obviamente representa un índice a tener en cuenta para la valoración crítica de una trayectoria, pero por supuesto que no es necesariamente el más importante.

Con el transcurso del tiempo, me percaté de la trascendencia de una obra proyectada entre la sensibilidad de los miembros de la sociedad, es la coherente respuesta a la evolución profesional del artista, expresada a través de la impactante acogida de sus canciones, para llegar así a convertirse en la raíz del alma de muchos de sus seguidores.

Este merecido privilegio solo se alcanza a golpe del mismísimo talento desplegado por cada cual. Se trata de un exquisito estado de gracia cuya esmerada preservación reclama de un infinito nivel de cuidado por aquellos fundamentos que lo sustentan.

Ser reconocido por los diferentes estratos que conforman la compleja diversidad de la sociedad cubana, se revierte en un orgullo de tan elevada nobleza, que sencillamente nuestros músicos saben que no tienen cómo pagar el premio de ser deudores de este soberano acto de amor.

Por eso, cuando la arrogancia y la soberbia traicionan tal herencia, resulta inevitable el pesar de la tristeza por lo extraviado, pero definitivamente somos conscientes de las consecuencias de este fallo ante la historia.

El error radica en el propio irrespeto a la venerada repercusión social de su obra. Se ha olvidado que dicha grandeza pudo crecer en la medida en que fue útil a los demás; se reniega del honor agradecido por haber significado alguien valioso desde el apego que propician sus canciones. Ante semejante decepción, el daño a su credibilidad es irreparable.