Cada verano, inevitablemente, lo asocio con la lectura. Desde mis tiempos estudiantiles esperaba con ansias esos meses en que podía, además de pasear, ir a la playa, ver películas o series, leer todo lo que quisiera y lo que me apetecía, sin exigencias académicas.
Ahora, la vida profesional deja menos tiempo de ocio, pero igual no puedo concebir las vacaciones, ni tan siquiera un obligado reposo médico, sin leer algunos títulos pospuestos. Si el libro entra por una puerta, el aburrimiento sale por la otra.
Donde la literatura reina, el agobiante y pegajoso calor cubano puede dar lugar a la gélida sensación de desamparo en una calle inglesa del siglo xix, con manos ateridas por el frío y ojos empañados por el humo espeso de las fábricas.
No importa que Charles Dickens (1812-1870) haya muerto hace tanto, lo que escribió sigue vivo para quien quiera asumir la aventura de leer, y por estos meses las librerías del país estimulan el encuentro con el novelista inglés, a través de Tiempos difíciles (Editorial Arte y Literatura, Colección Huracán, 2017).
Asumir hoy aquellos clásicos donde el autor no duda en mostrar su «oreja peluda» e interrumpe la trama para dar valoraciones e interpelar al mismísimo lector, puede ser una experiencia algo «rara» para los acostumbrados a las obras contemporáneas.
Sin embargo, hay un placer singular en sentir tan cerca a mujeres u hombres como Dickens, capaces de escribir sin computadoras más de 400 páginas de historias inteligentes y plenas de matices.
En Tiempos difíciles (1854) se enfrentan la racionalidad y el sentimiento; no hay arquetipos de buenos y malos, y pocos personajes se salvan de la ironía con que el autor describe un panorama social donde el dinero era el centro, y se comenzaban a inventar las teorías más alocadas –quizá las tatarabuelas de las noticias falsas– para justificar que unos lo tuvieran todo y otros, nada.
Como buen narrador, Dickens rehúye de los tópicos y de los sospechosos finales felices, aunque ciertos seres torcidos reciban algo de justicia divina y otros, de redención. Aprovecha sus páginas para una defensa nada panfletaria de la clase obrera, relegada a nacer y morir confinada a los mismos espacios, y sin siquiera expectativas.
Así, el obrero Stephen Blackpool hace una defensa tal vez ingenua, aunque certera, de los suyos: «Yo no sé cómo ocurre, señora, que las mejores cualidades que tenemos nosotros son precisamente las que nos llevan a casi todas nuestras dificultades, desdichas y errores. (...). Somos, además, gente sufrida, y, por regla general, queremos obrar bien. No puedo pensar que todas las culpas estén del lado nuestro».
Hard times es una cruzada contra las hipocresías, de las que el autor se burla sin piedad, y también una poderosa reflexión sobre las cualidades humanas más deleznables y las imprescindibles –entre ellas la imaginación– para intentar la felicidad.
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Amandy dijo:
1
3 de julio de 2019
15:38:00
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