
Una mujer inventó el «robot» hace 200 años. Aquel tenía conciencia de su propio ser. Quiso amar y que lo amaran. Tenía figura humana, su piel no era ni siquiera de silicona. Sus expresiones faciales y de movimiento también lo eran. No se alimentaba de baterías. Fue una obra excepcional, cuya autora tuvo que ocultar su creación durante determinado tiempo... Eran demasiado grandes los prejuicios respecto al ser femenino, pero al cabo su nombre, y la obra de su creación, no se olvidarán jamás: ella es la británica Mary Shelly; su robot de carne y hueso, Frankenstein.
Este año se cumplen dos siglos de la creación de aquel ser por la entonces joven escritora, de rebosante imaginación que se involucró en el mundo de la creación del hombre y le bastaron no mucho más de dos años de trabajo, a pluma y tintero para lograrlo. Hizo de su puño y letra a Víctor Frankenstein.
Obviamente se trata de una de las novelas de ficción, que como pocas, se adelanta 200 años a un tiempo real. La autora había roto todos los prejuicios de su época cuando era solo una veinteañera. Creó el personaje en 1818. Era, obviamente, una joven culta, amiga de Lord Byron y de otros varones de la más selecta clase social de Gran Bretaña, hija de un ilustre pensador, William Godwin, y de la precursora del feminismo, Mary Wellstonecret, quien la dejó huérfana tras ella nacer, lo cual no era nada extraño en esa época. La creadora del robot «humano» rompió esquemas impensables en aquella sociedad –además de escribir su novela–, amó sin prejuicios y tuvo una hija que falleció al nacer. Pero Shelley «parió» a una criatura de ficción que, hasta ahora, ha vivido dos siglos.
La novela Frankenstein o el moderno Prometeo ha sido catalogada de varios modos, entre ellos, como uno de los exponentes más acabados de la literatura gótica. Sin embargo, en el 200 cumpleaños de su nacimiento vemos, al leerla, que hace más que un robot de la era digital, que es el robot con el cual sueñan los científicos, aunque no construido como lo hizo la autora de la obra excepcional, armando a un hombre en su laboratorio, con pedazos de otros humanos fallecidos. Un personaje de la obra de Mary Shelly recolecta a como dé lugar en cementerios o salas de disección en hospitales, lo que necesita para crear a un ser vivo. Logra su objetivo, construye físicamente a un hombre, pero este odiará a su creador porque, en verdad es un monstruo y no puede compartir con sus «supuestos» iguales aunque tiene fuerza, movimiento, piensa y siente como un varón, de manera que se convertirá en enemigo de su progenitor.
Obra magistral que, a lo largo del tiempo, en sus muchas propuestas, las más cinematográficas, ha sido versionado en su estructura literaria original, la cual comienza con un agradable juego epistolar de la autora Mary Shelly (Shelly, apellido de su amante y luego esposo en matrimonio reconocido) y le parece al lector que no lo lleva a ningún misterio.
Esta obra excepcional, sobre el primer «robot» del universo, escrita cuando esa palabra se desconocía, fue publicada en Cuba hace años y valdría la pena que Arte y Literatura la incluyera en su plan, si es que no lo ha hecho, en reconocimiento de una obra maestra en su bicentenario.
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Salustiano dijo:
1
20 de noviembre de 2018
08:35:48
Salustiano dijo:
2
20 de noviembre de 2018
08:40:29
Genaro dijo:
3
20 de noviembre de 2018
08:44:43
Lee dijo:
4
20 de noviembre de 2018
11:11:18
Rey dijo:
5
22 de noviembre de 2018
15:16:45
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